Año 16, Número 231.

El lector de “Los Acapulco Kids” al inicio de la lectura será uno; y al final, otro. Todas estas reacciones son a causa de la forma en que el autor de la crónica aborda la prostitución infantil

Imagen: diariodelosandes.com

José Carlos Covarrubias Ignacio

La crónica “Los Acapulco Kids”, de Alejandro Almazán, es un texto que recopila varios testimonios verídicos de niños que se dedican a la prostitución. Es un texto lacerante, que en momentos hace creer al lector que está leyendo una ficción distópica; sin embargo, la misma naturaleza del género crónico revela que es, en realidad, una de las muchas caras de Acapulco.

El tema de este texto no es nada sencillo, puesto que la prostitución infantil es un asunto muy delicado. La labor realizada por Almazán para recabar todos los testimonios es digna de admirarse, pero más aún el tratamiento que le dio a un contenido tan sensible. Uno que incomoda, que toca fibras susceptibles por la magnitud de lo que se cuenta. El lector de “Los Acapulco Kids” al inicio de la lectura será uno; y al final, otro. Todas estas reacciones son a causa de la forma en que el autor de la crónica aborda la prostitución infantil.

Al principio de la crónica, Almazán arroja un dato muy puntual que revela cómo, con la llegada del nuevo milenio, Acapulco se convirtió en tierra de pederastas. “Entonces cayó el nuevo milenio y bajo el brazo trajo un racimo de pedófilos […] Ellos fueron los que corrieron la voz y, al poco tiempo, Acapulco se transformó en el paraíso de la carne más joven”. Por su parte, El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), reveló en 2008 (mismo año que se publicó en forma de podcast “Los Acapulco Kids”) que, junto a Cancún y Tijuana, Acapulco tiene un alto índice a nivel nacional en la práctica de prostitución infantil. Con estos datos, Alejandro Almazán logra crear una atmósfera tensa que se mantendrá como una constante durante toda la crónica.

Un acierto excelso en este texto es el orden de los testimonios. Cada uno de los casos abordados en la crónica de Almazán son lacerantes; no obstante, dicha laceración pareciera ir escalando de nivel, pues una es más traumática que la anterior. El primero, cuenta la historia de una niña de catorce años que se dedica a la prostitución porque es lo que más ingresos le genera. En esta parte de la crónica, se revela una de las múltiples razones por las que estos infantes se dedican a vender su cuerpo: los pobres salarios en México. Con este caso, el autor de “Los Acapulco Kids” no sólo introduce el país distópico que a continuación plasmará, sino también, aborda distintas problemáticas sociales que atormentan al país mexicano.

Más adelante está el caso de Manuel. En este testimonio ya se manifiesta esa laceración ascendente que anteriormente fue mencionada, pues más allá del tema de la prostitución infantil se abordan asuntos como las drogas y los asesinatos. El joven de dieciséis años revela cómo se prostituye desde que tenía seis años y que consume drogas como la piedra, el PVC y la marihuana. Pese a ello, lo que más impacta es conocer el destino que tienen la mayoría de estos niños prostitutos: muertos o contagiados de sida.

En el caso de Norma, una joven de dieciséis años, Almazán deja ver el pasado que seguramente muchos de estos niños prostitutos comparten: violencia y abuso sexual en casa. Esta niña revela que a los seis años fue violada por uno de sus primos, dos años más tarde fue un tío paterno, y cuando tenía once su propio padre intentó hacerlo. Desde entonces ella tiene asco hacia los hombres, es por ello que cuando hace sus servicios con los clientes siempre está drogada; no obstante, a veces ni recuerda qué fue lo que le hicieron.

Con estos tres testimonios mencionados (apenas con pinceladas porque son muchísimo más densos) el lector ya se pudo haber percatado de la nula censura que Almazán tiene al contar lo que los niños de Acapulco le confesaban por medio de las entrevistas realizadas. La naturaleza de la crónica, un género híbrido, posee características tanto de reportaje, como de cuento, ensayo e incluso novela. Todos estos elementos son apreciables a todas luces en el texto de Alejandro Almazán. Por parte del reportaje están los datos inmodificables que expone el autor tácitamente. Al mencionar los testimonios se revela lo que la propia Unicef expuso en 2008: el alto índice que posee Acapulco en la práctica de este delito. Según el representante de la Unicef en el estado de Guerrero, Hugo Hernández Harrell “Acapulco se pelea el primer lugar en pornografía infantil con Cancún y Tijuana. Desde hace cinco años no se hace un estudio, pero podemos inferir que ha crecido […] si el origen consiste en la pobreza y la falta de oportunidades que no se ha corregido en el estado, suponemos que se han agravado las cifras”.

Del cuento y la novela, Almazán toma la capacidad de narrar literariamente el lugar donde se encuentra y las sensaciones que percibe, además de darle un sentido dramático a lo que cuenta. Emplea figuras literarias como la metáfora, para darle un tono más literario a su escrito y, como consecuencia, generar un mayor impacto en los sentidos de su lector. Esto último provoca que quien lea este texto se enganche con él y no lo suelte hasta que termine. Es como si el autor tejiera una red entre sus párrafos para atrapar a sus lectores.

Alejandro Almazán, con esta crónica, no sólo habla de la prostitución infantil, la vuelve un universo. Uno donde hay buenos y malos, donde existe la justicia y la crueldad. La figura de Rosa Müller personifica el bien frente a todo lo tormentoso que yace en la ciudad de Acapulco. Esta mujer, quien es directora del DIF municipal Plutarca Maganda de Gómez, es la encargada de buscar entre las calles a los niños acapulqueños (sumergidos en la prostitución y/o situación de calle) para brindarles comida y un techo hasta que cumplan la mayoría de edad. Esta persona es también la encargada de revelar que en Acapulco las madres indígenas tienen el hábito de vender a sus hijos únicamente a los extranjeros. En la otra cara de la moneda está la corrupción y el delito. Almazán narra que hay incluso anuncios que promocionan los servicios sexuales por parte de niñas, como si éstas fueran un producto. También se revela cómo en este mundo al parecer es muy normalizado pagarles a los niños por sus servicios, pues un taxista le comparte a Almazán información sobre dónde puede hallar niñas para satisfacerse. Hay, incluso, paquetes de una habitación de hotel con una niña incluida en el precio. Cuando el autor de la crónica narra todos estos datos, se siente como si estuviese construyendo una ficción; sin embargo, lo que está contando es una de las realidades más miserables de Acapulco.

Sin duda alguna, el trabajo realizado por Alejandro Almazán para convertir todos los testimonios en una crónica es impresionante. Se nota el dominio que tiene en el género y, sobre todo, que la investigación realizada dio como fruto un texto que hace dudar al lector si acaso lo que está leyendo es verídico, pues parece surrealista. Si tocar el tema de la prostitución infantil ya es difícil, llevarlo a un texto de este género está por encima de la escala de dificultad. Esto debido a que la forma de narrar debe ser muy precisa y detallada, para que quien la lea conozca que Acapulco es, además de un destino turístico, el paraíso de los pederastas.