Año 13, número 145.
Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 863.4 GAR
Bladimir Ramírez
Elena Garro nació en Puebla, en 1916. Vivió sus primeros años en Iguala, Guerrero, y recibió formación escolar y literaria en la Ciudad de México. Murió en Cuernavaca, en 1998, después de una vida de contrastes, carencias, controversias y literatura.
Su nombre es común en las facultades de letras, siempre acompañado por el incómodo epíteto de “la esposa de Octavio Paz”, una asociación conflictiva, pues para muchas personas eso resume quién fue Elena Garro. La reducen a la esposa del único ganador mexicano del Premio Nobel de Literatura y olvidan su obra. Olvidan, por ejemplo, que Elena Garro es considerada una de las fundadoras del realismo mágico, omiten que su teatro fue una renovación para la dramaturgia mexicana, ignoran que sus cuentos son fundamentales para la cuentística hispanoamericana contemporánea. Y lo cierto es que más allá de la esposa de Paz, Garro es una de las mejores escritoras que ha dado México.
Los estudios de Elena Garro —escasos, por cierto— encuentran su obra difícil de clasificar, pues si bien es cierto que la asocian al realismo mágico, otros la consideran surrealista, fantástica o histórica, de corte realista y cristero. Y todos tienen razón, porque su obra es amplia y tiene elementos de distintas corrientes y estéticas literarias. La temática de su obra tampoco es sencilla, la definió muy bien Álvaro Ruiz Abreu, quien dijo de la obra “exige el pensamiento flexible del lector por la presencia de temas feministas, así como un lector capaz de entender la desacralización de la violencia revolucionaria”. Al comentario de Abreu, podemos agregar que Garro habló de la provincia, de la pobreza y la marginación de los pueblos olvidados y destruidos antes, durante y después de la revolución. En muchos sentidos, la obra de Garro es incómoda y exigente, pues nos obliga a pensar más allá del tiempo y los espacios tangibles.
Publicó muchos libros, desde Memorias de España, en 1937, hasta su última publicación, en 1997, La vida empieza a las tres. Sus obras de teatro fueron bien recibidas por la crítica mexicana y española, obras como Un hogar sólido y Felipe Ángeles demuestran el talento de Garro como constructora de espacios dramáticos. La mayoría de sus obras de teatro son de un solo acto. Con la influencia de quien fuera su maestro y amigo, el también dramaturgo Rodolfo Usigli, Elena hizo teatro a la mexicana con tintes del “teatro del absurdo” y otras vanguardias. Sus obras fueron una renovación para la dramaturgia mexicana y siguen siendo un referente para el teatro nacional. Como cuentista, su libro La semana de colores (1964) es una de las antologías de cuentos más importantes para la narrativa mexicana, pues incluye “La culpa es de los tlaxcaltecas”, uno de los cuentos clásicos de la literatura mexicana, y que además muestra los temas favoritos de Elena Garro: las relaciones de pareja tormentosas, las infidelidades y las pasiones fatales. El inicio del texto es memorable: “Nacha oyó que llamaban en la puerta de la cocina y se quedó quieta. Cuando volvieron a insistir abrió con sigilo y miró la noche… La señora Laura apareció con un dedo en los labios en señal de silencio. Todavía llevaba el traje blanco quemado y sucio de tierra y sangre.” Sólo diré que la señora Laura cree que, al igual que los tlaxcaltecas, ella es una traidora.
Probablemente su aportación más importante a las letras hispanas es su novela Los recuerdos del porvenir (1963), ganadora del premio Xavier Villaurrutia. No es una exageración, pues la novela está a la altura de otras cumbres narrativas como Pedro Páramo, Cien años de soledad, Farabeuf y otras novelas hispanoamericanas. Una novela que destruye el tiempo para construir una historia, que detiene los relojes para que el pueblo narre su propia destrucción a manos del General Francisco Rosas.
La estructura de Los recuerdos del porvenir es un desafío técnico, casi un capricho, pues no es solamente un título memorable, también es una imposibilidad. Y, desde el título, la temporalidad está muerta. El inicio de la novela nos muestra a un narrador reflexivo y preocupado por el tiempo: “Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga.”
Elena Garro decide que el pueblo cuente su historia, el narrador principal de la novela es el propio pueblo de Ixtepec. Esto permite que el narrador tenga acceso total a la información e historias personales de cada uno de los habitantes. Las calles, las casas y sus historias son parte del pueblo, creando así una sensación de colectividad. En muchos momentos, el narrador habla de “nosotros”, lo que nosotros, es decir los habitantes del pueblo, sentimos o pensamos sobre lo que nos pasa. Y lo que pasa es que desde la llegada del General Francisco Rosas, el pueblo está muriendo. De la misma forma que Comala muere a manos de Pedro Páramo, Ixtepec muere por el fracaso amoroso del General Rosas. Y en lugar de Susana San Juan, nos encontramos a Julia, la querida del general, una mujer que está siempre encerrada, que fue víctima de un secuestro y que es considerada una cusca. Las similitudes y el diálogo que hay entre ambas novelas es abrumador, y es viable creer que Garro leyó a Rulfo.
Sin embargo, las diferencias que hay entre ambas obras también son notables, pues en Pedro Páramo, la polifonía es una de las características principales, mientras que en Los recuerdos del porvenir, la voz colectiva y unificada del pueblo cuenta la historia de todos. Una historia que se estanca, que no tiene tiempo o que parece haberlo perdido, una historia llena de personajes que conocen su propia muerte y la han vivido muchas veces. La historia de un pueblo con voz y cuerpo, materializado y consciente, que sabe que no tiene salvación, que todo está perdido a manos del ejército post-revolucionario y de Francisco Rosas.
En muchos momentos, la novela parece detenerse, el tiempo no avanza, pero los personajes siguen viviendo días repetidos: “La desdicha como el dolor físico iguala a los minutos. Los días se convierten en el mismo, los actos en el mismo y las personas en un solo personaje inútil. El mundo pierde su variedad, la luz se aniquila y los milagros quedan abolidos. La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse. El porvenir era la repetición del pasado. Inmóvil, me dejaba devorar por la sed que roía mis esquinas.”