Año 16, Número 216.
Vicente Riva Palacio, destacado novelista, dramaturgo, periodista, político y ministro, es capaz de pasar desapercibido por su título de general, hasta que se leen las cartas amorosas que escribió durante diez años a su amada esposa Josefina Bro
Alexia Bermúdez Negrete
Un mexicano enamorado es capaz de hacer hasta lo imposible por su amada. Tal es exagerada la pasión de ciertas personas, que algunas terminan por caer en los peores estaños del sentimiento, que claramente ya no es amor, sino obsesión, delirio e incluso pensamientos y acciones alarmantes. Vicente Riva Palacio (1832-1896), destacado novelista, dramaturgo, periodista, político y ministro, es capaz de pasar desapercibido por su título de general, hasta que se leen las cartas amorosas que escribió durante diez años a su amada esposa Josefina Bros. En ellas, el hombre no sólo deja ver que le ama con la pasión de mil soles, sino que también da una probadita del machismo que impregnaba al amor de aquellos años.
Riva Palacio se desvivió por Josefina Bros desde, como él lo refiere en una de sus cartas, “la noche del 20 de abril de 1853”. Contrajeron nupcias en 1856 y desde entonces vivieron un amor postal, ya que la guerra de Reforma de 1858 los separaría por largo tiempo y espacio. Para empezar, aunque no tenga participación en las cartas, es un dato interesante que el general conoce a Josefina cuando ella sólo tenía quince años, mientras que el tenía veinte. Claro, en el contexto del México del siglo XIX la situación estaba normalizada, pero ahora es bien sabido que es ilegal que se dé una relación entre una menor de edad y un adulto.
Ahora bien, bastan las trece cartas seleccionadas y antologadas en su libro Magistrado de la república literaria para corroborar que el amor que Riva Palacio sentía por su mujer, a pesar de ser sincero, fiel y fuerte, no se salva de contener comentarios y alusiones machistas. La primera carta, sin fecha aparente, presenta a un hombre emocionado por recibir noticias de su amada: “Yo la amaba a usted mucho, la amaba con delirio, con frenesí, mas después de leer su carta la adoro como a un dios”. El lector a este punto se siente conmovido, incluso extasiado por el desplante amoroso; pasa desapercibido que Riva Palacio admite que lo que siente “no es ya amor, es locura, es rabia” y que el día que ella deje de amarlo preferiría ser despedazado. ¿No suena lo anterior mencionado al actual “el día que me dejes, me mato” pero disfrazado?
Es en la segunda carta que lo espeluznante comienza. Riva Palacio, quiero creer que con intenciones de halagar, dice a Josefina “[…] serás mía o de nadie, aunque tenga para conseguirlo que caminar entre crímenes, los más espantosos”. ¿Qué clase de crímenes? Se pregunta el que lee, y la respuesta está enseguida: “Serás mía o de nadie, te mataré primero que permitir que seas de otro”. Resulta tenebroso llegar a considerar que Josefina no se percató de la aseveración por tratarse de, en ese momento, una menor, así que me decanto por pensar que no tenía buena comprensión lectora.
La carta número cuatro resulta, a pesar de ser no tan extrema como la segunda, digna de destacarse por contener uno de los estigmas sociales más machistas que existen respecto a la mujer. Riva Palacio escribe: “Tenía 20 años, necesitaba un alma que me comprendiera” y, bueno, ¿Dónde está el estigma? En el momento en el que él conoce a Josefina y comenta: “Jamás creí encontrar una virgen como me la había pintado en mis sueños mi ardiente fantasía”. Para cualquier persona coherente y en sus cinco sentidos, las palabras del general no necesitan explicación. Ahora sólo me parece necesario recordar que Josefina todavía era menor de edad y la virginidad que Riva Palacio destaca en ella hace más evidente la extraña condición de la relación.
En la quinta carta se retoma parte de la amenaza que se menciona en la segunda. Primero, él duda sobre el amor de ella y de eso se arma para decirle: “Quiero morir ahora que me amas, antes de que llegue ese día que temo tanto y que no dudo llegará, en que tú me dejes de amar”. Luego menciona que no puede concebir el día que ella se entregue en “brazos de otro rival” y, de nuevo, se atrevió a dejar por escrito que “nada sería capaz de saciar la sed de sangre” que le viene cuando piensa en eso.
En la décima carta, con fecha del 8 de septiembre de 1854, Riva Palacio, ante una problemática que el padre de Josefina tiene, escribe: “Yo aliviaré tus penas, te consolaré, ¿Por ventura no soy para ti tu padre, tu hermano, tu amigo y, sobre todo, tu esposo?”. El hombre, para ese punto, ya ha caído en un delirio al grado de llamarse a sí mismo padre y hermano de la joven. Raro ¿verdad? Es un amor tan inmenso que incluso tiene espacio para las concepciones, aunque implícitas, incestuosas.
Ahora bien, las cartas restantes contienen palabras llenas de pasión, puntos dulces y una devoción inenarrable, y, aunque no expongan algún punto machista, sí demuestran una obsesión insana. Se comprende que en el siglo XIX y en México, la mayoría de las relaciones se dieran entre amantes con las características que tienen Vicente Riva Palacio y Josefina Bros: la diferencia de edad, el machismo, la tragedia de por medio y la pasión desmedida, pero eso no es justificación alguna. La relación entre el general y su esposa, en muchas de las mentes del México actual, e incluso fuera de Latinoamérica, está mal vista, y no por puro prejuicio, sino por cuestiones morales y, para bien, legales.
Un mexicano enamorado es capaz de hacer hasta lo imposible por su ser amado. Vicente Riva Palacio parecía estar completamente seguro de poder jugar a ser Dios y arrancar la vida, a diestra y siniestra, de su amada Josefina si se atrevía a no amarlo más, dejarlo o estar con otro que no fuera él. Para suerte de la mujer, volvieron a estar juntos y se quedó con el general hasta que él falleció en 1896; fue lo suficientemente fiel para no provocar su muerte a manos de su esposo. ¿Habrá notado Josefina Bros el peligro entre las líneas de las cartas de su amado Vicente Riva Palacio?
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