Los capítulos, a modo de puntos cardinales y años, los rige un hilo conductor donde media la muerte y el sufrimiento
José Manuel Casillas Sánchez
La literatura del Sur de Jalisco está marcada por tres momentos claves en lo que respecta a la novela, todos teniendo como protagonista a Zapotlán el Grande. La hija del bandido o los subterráneos del Nevado (1887), de Refugio Barragán de Toscano; Zapotlán (1940), de Guillermo Jiménez y La feria (1963), de Juan José Arreola. En este sentido, Hiram Ruvalcaba (Zapotlán el Grande, México, 1988) viene a integrarse a esta lista con su reciente novela Todo pueblo es cicatriz (2023), publicada por Random House.
Tras el deceso de Juan José Arreola en 2001, las dudas sobre la continuación de la tradición literaria fueron una realidad en los años posteriores a su muerte. Eso no sería impedimento para que una pléyade de escritores jóvenes emergiera como nunca antes, publicando y ganando premios. Hiram Ruvalcaba, perteneciente a esta generación, ya consagrado como cuentista, y acreedor, entre otras cosas, del Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2018, el Premio Nacional de Cuento José Alvarado en 2020, y del Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez, en 2021, debuta con Todo pueblo es cicatriz, primera novela, un tanto distinta a las publicadas anteriormente citadas. Zapotlán el Grande ya no es el escenario rural, el valle redondo de maíz, invadido por sonajeros y sonidos animalescos que refiere Arreola en “De memoria y olvido”, sino uno sembrado de cuerpos, acechado por la agroindustria y el crimen organizado, donde la violencia y el miedo son una realidad ya establecida.
Esta realidad será plasmada en su obra al abordar temas como la paternidad, la muerte o el narcotráfico, mezclados con un humor mordaz que funciona como bálsamo y permite contrarrestar sus efectos. La obsesión casi morbosa y rebelde lo impulsa a traspasar los límites de la normalidad en un intento por desentrañar la muerte de Sagrario, Antonio y Rocío en Tlayolan. Tres muertes en apariencia aisladas que vienen a integrarse a otras irremediablemente unidas por un mismo destino. Un propósito más bien ontológico, esclarecedor, al intentar descubrir el origen y los límites de la violencia en el hombre; de qué es capaz en un arrebato emocional que priva a la razón. Ese instante donde los ánimos se quiebran y doblegan al espíritu.
Los capítulos, a modo de puntos cardinales y años, los rige un hilo conductor donde media la muerte y el sufrimiento. Nadie, sin excepción, queda indemne a su lectura. Puede sentir cómo en momentos el dolor descrito le lleva a pausar la lectura, en una prosa envolvente que nombra preciso. El homicidio, que parece ser el último eslabón de la violencia, es apenas el principio de ésta. Hiram reconstruye su infancia y adolescencia a través de episodios violentos a modo de autoficción. Desde el feminicidio de Sagrario, abatida a tiros a unas cuantas casas de la suya, hasta la muerte de Rocío, asesinada por su esposo y luego sepultada en medio de la sala. Muertes que lastran el hogar y condicionan a toda la familia. Aprovecha la prosa periodística de la crónica latinoamericana para lograr una sordidez en lo narrado y construir un mapa mental de Tlayolan, aunado a datos exactos que dan certeza de que, en algún punto, la realidad rebasa a la ficción.
Los puntos cardinales y los años a modo de capítulos marcan esa pauta, intercalando los momentos en un ir y venir constante, desentrañando los motivos que llevan a un hombre a asesinar una mañana de enero a su esposa; qué lleva a un grupo de niños a fusilar con piedras a una perra; la convicción de un hombre para asesinar a su acompañante en el auto en una brecha o de qué forma cambia el mundo después de asesinar a la persona que se “ama”. Actos que condicionan la existencia y carcomen la conciencia. Todos estas dudas tratan de responderse y, sin embargo, hay sólo una certeza: el sufrimiento es inevitable.
La lectura de Todo pueblo es cicatriz es la historia del México actual. Tlayolan es cualquier municipio del país contado por sus víctimas. Una lectura que resquebraja y nos sumerge en una especie de limbo. Nos ata a la página y contagia la angustia. Exhorta a reflexionar los límites de la barbarie en un país donde no existen responsables, las víctimas son solo cifras y la justicia es una utopía. Encuentros desafortunados que vienen a instalarse para siempre en la vida de los afectados y, cómo no, en la memoria de un pueblo.
Todo pueblo es cicatriz está disponible en Lapso y librerías virtuales.