Año 17, número 253.
Universidad de Guadalajara
Promoción de la lectura
Julieta Adriana Ortega Martínez
Ricardo Sigala Gómez (1969), originario de la metrópoli de Guadalajara, Jalisco, ejerció todos los oficios imaginables: “zapatero, carnicero, repartidor, reparador de artículos eléctricos, pintor, fui todo lo que se podía”. No obstante, al integrarse al mundo de las letras, también se convirtió en músico, siendo esta la primera disciplina que lo presentó como profesor: dio clases de guitarra.
Desde su época de estudiante comenzó a impartir talleres literarios, por ejemplo, participó en el Programa Universitario de Lectura y Escritura de la revista Luvina de la Universidad de Guadalajara. Este programa, dirigido por el escritor y director César López Cuadras, invitaba a escritores de todas las generaciones del estado de Jalisco, como Ricardo Sigala quien en ese entonces tenía 26 años, a visitar preparatorias y centros universitarios, y así promover la lectura y la escritura. Fue en septiembre de 1995 cuando tuvo su primer vínculo con Zapotlán el Grande, ciudad conocida por ser cuna de artistas, como cantantes, pintores y escritores. Este vínculo inicial consistía en impartir un día a la semana su taller literario, el cual se llevó a cabo durante 11 años; posteriormente recibió una invitación de la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, a través del programa Apoyo a Municipios, y tuvo la oportunidad de impartir su taller en la Casa de la Cultura todos los sábados, el cual se ha mantenido en curso por más de veinte años.
El mayor reto para Sigala al inicio fue el traslado semanal a Zapotlán el Grande, después de haber trabajado de lunes a viernes en Guadalajara, limitando su tiempo para la familia, amigos, pareja y descanso. “Pero para mí era tan nutriente, tan estimulante venir, porque encontré buenas condiciones, interés y mucho talento, por lo que decidí que valía la pena tal esfuerzo” expresa el profesor. En la segunda década de su carrera decidió establecerse en Zapotlán el Grande, en donde coincidió con la inauguración de la carrera de Letras Hispánicas en el Centro Universitario del Sur y fue impulsor de esta misma. Actualmente lleva 17 años residiendo en Zapotlán y se ha convertido en una figura ilustre de la ciudad, como profesor para sus estudiantes universitarios y para los asistentes de su taller literario.
“Yo pensé que el taller, como todos los talleres institucionales, iba a durar poco, unos meses, un semestre” comenta Sigala. Uno de sus temores era el conflicto del presupuesto para la continuidad del taller y la incertidumbre de si las nuevas administraciones mantendrían el interés en él. Para su sorpresa siempre hubo interés en mantener el taller literario, tanto por parte de las autoridades como de los participantes. Tal fue su impacto en los estudiantes que ellos mismos redactaron un oficio solicitando a las autoridades la continuidad del taller, y el profesor agrega que: “Esta dificultad no es típica en un taller, la continuidad, el apoyo institucional, porque hay que decir, siempre se me ha pagado por ese taller durante casi 29 años, lo que es inusual”.
Desde finales de 1995, ya se vislumbraban los grandes resultados que posteriormente se concretaron. Aunque el gran desafío siempre ha sido mantener el interés de los estudiantes, Sigala se ha esforzado por hacer del taller un lugar atractivo. Actualmente el taller sigue siendo muy demandado.
El reconocimiento institucional, tanto dentro como fuera de Zapotlán el Grande, es el fruto de casi 30 años de trabajo colectivo. Al principio, Sigala buscó todo tipo de metodologías establecidas en manuales y guías, pero entendió que: “la literatura no se puede enseñar con un manual, sino que, cada quien tiene sus propias necesidades creativas”. Así estableció que el objetivo del taller sería atender las necesidades de escritura según el perfil de cada asistente. Jóvenes de secundaria, preparatoria y universidad, así como adultos con profesión, jubilados o sin escolaridad, han encontrado en el taller la oportunidad de escribir cuentos, novelas y poesía, entre otros géneros de literatura.
Sigala considera que quienes aspiran a ser escritores deben tener un poco de soberbia para creer que tienen algo que decir, y humildad para entender que siempre deben seguir aprendiendo. “La clave es aceptar estas dos condiciones. Pero sobre todo, la paciencia. Nadie se hizo escritor porque lo quiso o por el talento que pasea” añade.
El principal problema con sus estudiantes ha sido transmitir la idea de que, para ser escritor, primero hay que ser lector. “A nadie se le puede obligar a leer, no puedes decir que es importante leer. Esas cosas se hacen por deseo, por amor, por descubrimiento apasionado” dice el profesor, quien utiliza sus propios descubrimientos y lecturas para compartir nuevos escritores y libros, y motiva el interés a través de la intriga de premisas sin finales. “Si tienes la lectura como forma de vida, te convertirás en un promotor de lectura, aunque no te dediques a un taller, aunque no tengas una sala de lectura, aunque no seas un profesor” comparte Sigala.
Aunque algunos de sus estudiantes han ganado premios, Sigala no los considera un triunfo propio, y desconfía de los maestros que se cuelgan del éxito de sus alumnos sin asumir responsabilidad por los fracasos. “Si alguien ha aprendido en este taller, soy yo. Porque he estado más tiempo, he convivido con las generaciones que han pasado por el aula de la Casa de Cultura”, comenta al respecto.
Conformar un espacio donde la comunidad con intereses semejantes pueda prosperar es esencial para Sigala. Los logros de sus estudiantes, como Bladimir Ramírez, Lizeth Sevilla, Hiram Ruvalcaba, Jaime Jordan y Alejandro Von Düben entre otros, benefician a todos y muestran que tras las adversidades hay un final positivo. La comunidad apoya a todos sus miembros, sin necesidad de competencia destructiva.
“El taller ha tenido una vida autónoma” afirma el profesor. Mientras exista la oportunidad de continuar el proyecto y haya un asistente con la intención de adentrarse en el mundo de las letras, el taller seguirá, sin importar el espacio. Aunque surgió con un enfoque institucional, es posible que la Casa de la Cultura deje de ser su sede, pero para Ricardo Sigala puede continuar en las bancas del parque, en un café o en la casa de alguien. Las puertas estarán abiertas para crear textos, compartir lecturas y conversar. Un espacio que seguirá esperando a cualquier persona que quiera aprender, compartir y, lo más importante, descubrirse a sí mismo en el mundo de las letras.
julieta.ortega8336@alumnos.udg.mx