Año 13, número 157.
La novela de Philip K. Dick se encuentra en la Biblioteca Hugo Gutiérrez Vega del CUSur con la clasificación 813.54 DIC
Judith Sánchez
El género literario de la ciencia ficción es un espacio de confabulación entre el escritor y el lector. Entre ambos se llega a un pacto que les permite viajar en el tiempo, orbitar en el espacio, sumergirse en las profundidades del océano e incluso vivir en otros planetas. Se trata de un pacto que tiene como objetivo acercarse a las posibilidades, a lo que puede ser y que como consecuencia revolucionaría la vida del hombre.
En muchas ocasiones se ha dicho que la ciencia ficción se ha adelantado a las hazañas científicas y tecnológicas del hombre. Y entre las figuras que vienen a ejemplificar la ventaja de la literatura sobre la ciencia aparece Mary Shelley con la idea de los trasplantes de órganos en Frankenstein (1818); aparece Julio Verne con los viajes interestelares en De la tierra a la Luna (1865); aparece Adolf Huxley con la modificación genética de los seres humanos en Un mundo feliz (1932); aparece Isaac Asimov con la inteligencia artificial en Yo, robot (1950).
Mucho antes de que la ciencia y la tecnología lo hicieran realidad, los escritores ya habían teorizado científica y literariamente sobre ello. Sin embargo, no siempre se trata de un adelantarse, sino que los escritores de ciencia ficción plantean las incógnitas y preocupaciones del ser humano a través de propuestas visionarias, como la posibilidad de vida en Marte expresada en La guerra de los mundos (1898) de H. G. Wells o en Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury.
Para la literatura, contrario a la ciencia, la comprobación no resulta crucial. Si bien este género se sustenta en la ciencia, no está condicionada a ella por ningún tipo de requisito sobre el método o la experimentación. Sobre todo, la base de la literatura de ciencia ficción es el imaginario humano. El mismo escritor Philip K. Dick lo señala en una de sus obras:
—Historias sobre viajes espaciales escritas antes de los viajes espaciales.
—¿Cómo es posible que hubiese historias sobre viajes espaciales antes de…?
—Los escritores las inventaron —dijo Pris.
—¿Basándose en qué?
—En la imaginación.
Así, entre las proyecciones futuras que se han hecho a través de la literatura, en esta ocasión he decidido hablar de manera particular sobre el mundo imaginado por el estadounidense Philip Kindred Dick en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). Y lo he escogido así por dos razones. Primero, por la singularidad de su título, que en sí mismo plantea una incógnita filosófica para el lector, y segundo, porque el escritor ha sido una figura importante cuya influencia ha alcanzado a la literatura de ciencia ficción de nuestros días.
Un polvo cósmico ha dificultado la vida en la Tierra y ha obligado a la humanidad a emigrar a Marte; es este el escenario en el que se desarrolla la trama y los personajes en la novela. El apocalipsis llegó, primero con la Guerra Mundial Terminus, luego con la lluvia radioactiva y el polvo. Sin embargo, el novelista no se entretiene en narrar cómo se vuelve imposible la vida en nuestro planeta, ni tampoco cómo se desenvuelve la vida en las nuevas dimensiones habitables del espacio. Para Philip Dick, el remanente de vida que queda en nuestro mundo luego del fin de éste es lo esencial, y sobre ello escribe su novela.
En efecto, no todos los humanos han abandonado el planeta Tierra. Entre los terrícolas quedan personas como Rick Deckard, un cazarrecompensas al que su trabajo en el departamento de policía de San Francisco le impide marcharse, o como John Isidore, a quien se le ha negado la posibilidad de partir, tanto por su distorsión genética ocasionada por el polvo como por el déficit en sus facultades mentales. Ambos personajes, Deckard como Isidore, a pesar de sus diferencias, se enfrentan a la misma situación: no pueden emigrar. No obstante, no por ello dejan de ser bombardeados por la misma exhortación: “Los carteles, los anuncios televisivos y el correo basura del gobierno machacaban con esta consigna: «¡Emigra o degenera! ¡La decisión es tuya!»”.
Evidentemente, la decisión no es de los individuos como John Isidore, a los que en la novela se les otorga el término de “especiales”. Con este personaje Phillip K. Dick comienza a señalar las desigualdades que se convierten en privilegios para unos cuantos, aplicados en un ambiente postapocalíptico regido por la selección genética, tan en boga durante el siglo veinte. Una escena en particular, en la que conocemos a Isidore, me resulta especialmente triste y alusiva: en un edificio deshabitado y en ruinas, el vacío y la soledad toma forma para Isidore, que apaga la televisión en la que se transmite la entrevista de una mujer que elogia su nueva vida en una colonia de Marte.
Para mí, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es una novela de imposibilidades. No porque me parezca imposible el fin de la Tierra o la vida en otros planetas. Es una novela de imposibilidades porque eso es lo que enfrentan día a día los personajes: Isidore es un hombre clasificado como inservible para la humanidad, que todos los días escucha las exhortaciones televisivas para viajar a Marte y dejar atrás la antigua vida, sin poder hacerlo. Rick Deckard, por su parte, es un hombre obsesionado con los animales, muchos de los cuales están extintos o se venden a precios exorbitantes que no puede costear. Eso sin contar con su empleo que le imposibilita dejar la Tierra. Sobre su trabajo como asesino de androides fugitivos sólo diré que es parte principal de la novela, sin embargo, les dejo a ustedes, lectores, descubrir de qué va.
Mientras les adelanto que ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968)de Philip K. Dick es un clásico de la literatura de ciencia ficción que atrapa al lector con una historia sólida, extraordinaria y conmovedora que se lee con gran facilidad.
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