Año 15, Número 204.
Hay una relación de poder entre un actor y otro: el investigador y el estudiante, y en esta relación durante mucho tiempo se normalizó, como parte del proceso de aprendizaje, que ciertas conductas de quien ejerce el poder, tenían que ser toleradas por quien se acerca como aprendiz
Lizeth Sevilla
La primera vez que me entrevisté con Doña Juana, de la Sierra del Tigre, observó mi camiseta y el logo que tenía bordado a la derecha, entonces me dijo: “Otra de la Universidad”. Me compartió molesta que hacía seis meses, un grupo de profesores que se habían identificado como investigadores, habían ido a pedirle información sobre la comunidad: tradiciones, rituales, prácticas alimentarias, espacios turísticos que considerara ella potenciales, incluso -dijo- “se quedaron varios días a comer aquí en la casa”. Le habían dicho que elaborarían un plan para que la comunidad tuviera visitas que ayudaran a mejorar la situación económica de los habitantes. Quedaron de llevarle el resultado final del trabajo, para, en conjunto con la comunidad, delinear un plan de acción; jamás regresaron. Su sentir, como el de su familia, fue de desilusión, dado que ellos compartieron información, tiempo e incluso prestaron su hogar para arropar al grupo de investigadores que después, se enteró ella, publicaron un libro, que tampoco llevaron a la comunidad. Doña Juana no quería que nos acercáramos, decía, no era la única mala experiencia con nuestros compañeros investigadores, también les sucedía con estudiantes que iban a “pedirles prestados a sus niños” para hacer evaluaciones psicológicas, para evaluaciones nutricionales y un largo etcétera.
Rosa es estudiante de licenciatura, desde hace unas semanas comenzó a prestar servicios como asistente de investigación con una profesora. Rosa se sentía emocionada porque aprendería mucho de los procesos de investigación que llevaría con la profesora, sin embargo, desde que entró, solamente ha servido café, ha recogido la ropa de la lavandería y ha desarrollado estrés porque usualmente la profesora está de malas porque no puede acceder al SNI. Algunas veces le deja a Rosa corregir el trabajo que la investigadora no puede realizar, pero Rosa no comprende el tema y suele -como es normal- cometer errores, entonces recibe regaños.
Julio es egresado, fue contratado por un profesor investigador para que le hiciera la tesis de su posgrado, le dijo que le pagaría 10 mil pesos al inicio y 10 mil pesos al final. A mitad del camino le encargó un artículo también, Julio no sabía cómo escribir en el formato que le habían indicado al profesor investigador en la revista. Solamente le pagó 10 mil pesos.
A Mariana y a José en su posgrado les dijeron que el primer artículo de investigación que ellos escribieran era de su director o directora de tesis, más otros autores que, no escribieron nada, no colaboraron en el estudio, pero van a aparecer. Tienen miedo de opinar al respecto por si les retienen sus documentos para terminar el posgrado.
No son temas que nos gusten leer, a más de alguno causa molestia estas historias que viven las comunidades y que viven las y los estudiantes todos los días con lo que llamaremos, una forma de violencia invisibilizada que tiene que ver con el saqueo epistemológico y las pedagogías de la crueldad. En algún momento de nuestra formación creímos que era correcto ir a las comunidades a sacar información sin tener el respeto hacia los actores sociales, fundamentamos los actos diciéndonos que es por la objetividad de nuestro trabajo, que no nos involucramos para no contaminar el estudio, hacemos encuestas, trabajo de campo, pero no regresamos. En algún momento de nuestra formación creímos que era correcto que si a nosotros nos dolió la formación académica teníamos que hacer que el saber le doliera a los estudiantes porque sino ¿cómo enfrentarían el mundo real? Nos decimos para justificar nuestros actos que son con toda palabra, formas de violencia.
Hay una relación de poder entre un actor y otro: el investigador y el estudiante, y en esta relación durante mucho tiempo se normalizó, como parte del proceso de aprendizaje, que ciertas conductas de quien ejerce el poder, tenían que ser toleradas por quien se acerca como aprendiz.
Y será, como todas las formas de resistencia, una práctica que se visibilice porque el oprimido responda organizadamente a las violencias que ejerce el opresor: tanto desde la comunidad, como desde el aula. Tendrá que replantearse la forma en que nos acercamos a los entornos y la forma en que creemos que transmitimos conocimiento – porque quizá solamente transmitimos miedo y abuso de poder– .
¿Cuál es el trabajo de un estudiante que es asistente de investigación o prestador de servicio? ¿Es ético que un profesor o profesora investigadora encargue a sus estudiantes escribir documentos académicos en donde el estudiante no aparecerá como autor? ¿Es ético que el profesor investigador use los trabajos de los estudiantes como marco teórico de sus investigadores? ¿Cuáles son los límites que tenemos que visibilizar?
Con las comunidades hay una deuda.
lizeth.sevilla@cusur.udg.mx