Año 13, número 156.
En el Día Mundial de la Nutrición es importante reflexionar sobre el tipo de alimentos que consumimos y cómo nuestra alimentación repercute en nuestro cuerpo, ánimo y salud en general
Karen Larisa
En el marco del Día Mundial de la Nutrición, conmemorado el 28 de mayo como una iniciativa de la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD), en colaboración con otras instituciones y con el apoyo de la industria farmacéutica y alimentaria, es un buen ejercicio reflexionar acerca de lo que es la nutrición y cómo en sociedad e individualmente nos relacionamos y posicionamos ante ella.
¿Qué nos nutre? Nos nutrimos del ambiente que habitamos, del contexto prolífero por el que estamos conformados y a la vez, conformamos, de la vida, de la tierra. El alimento es materia viva, energía para nuestro cuerpo, es nuestro contacto primordial con la tierra y todo lo que habita en ella.
A lo largo de los siglos, el estudio de las relaciones que tenemos con los alimentos ha ayudado a desvelar las estructuras de sociedades enteras. Al conocer las dietas de los pueblos a través de los tiempos y espacios, podemos aproximarnos a inferir cómo era gran parte de su cotidianidad, incluso en lo más próximo e íntimo pues, de acuerdo a diversos estudios realizados desde la antropología y psiquiatría, se ha encontrado una relación estrecha entre la construcción de la personalidad y la comida que consumimos.
Nuestros cuerpos están adaptados genéticamente a la historicidad de nuestras dietas ancestrales, entonces, nos podemos preguntar, ¿qué comían nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos?, o ir más allá: ¿Qué comían hace 5 mil o 10 mil años?. “En lo ancestral hay futuro”, escuché una vez. En Mesoamérica, la dieta de nuestros antepasados se basaba en el consumo de maíz, frijol, chile, cacao, calabaza y agave, principalmente; alimentos a los cuales rendían tributo y gratificaban por medio de su consumo ceremonial, tomando conciencia de la energía que aportaban a su cuerpo y alma. Incluso, en culturas como la de los Mayas, en su mito de creación, consideraban que el hombre estaba hecho de maíz.
Vemos la incidencia de la alimentación de nuestros ancestros en nuestro cuerpo, en nuestras adaptaciones biológicas. Sin embargo, el cambio rotundo de los últimos años ha generado diversas enfermedades crónicas, dependencias alimenticias, y en el planeta, niveles considerables de contaminación, cambio climático, muerte y extinción de miles de especies de animales y plantas. En síntesis, desequilibrio y muerte. Estas consecuencias derivan de nuestro accionar como especie, de la manipulación que se ha realizado a nivel masa sobre los recursos naturales, posicionando al humano sobre toda la demás vida. Esto se podría denominar como antropocentrismo, practicado desde el capitalismo, en el cual todo gira alrededor del humano, todo sirve al humano, y como podemos ver, no ha traído más que muerte, confusión, guerras, olvido. Las secuelas del sistema actual operante, piramidal y jerárquico, ha generado índices altamente preocupantes de desnutrición en el mundo, sobre todo en niños. Se crean alimentos basura que aportan poco contenido nutritivo a nuestros cuerpos, mentes y espíritus. Sin embargo, la naturaleza siempre nos lleva la ventaja, pues se encuentra en constante creación de nuevas mecánicas de autodefensa y reformación, adaptación y mutación para sobrevivir y traer más vida a la vida.
El declive de la dieta tradicional ha traído inestabilidad en nuestros cuerpos y ciclos naturales, es necesario volver a la raíz para combatir los distintos desequilibrios que tenemos como sociedad. Con esto combatiríamos el olvido del conocimiento ancestral en el que nos encontramos, conocimiento que durante años conservó la armonía de sociedades poseedoras de una sensibilidad y entendimiento natural de los ciclos de la vida y la muerte.
Dicho esto, sería bueno preguntar, ¿cómo convivimos con la obra de la naturaleza de la cual venimos y nos alimentamos? Todos convivimos en menor o mayor medida con la naturaleza, el planeta es naturaleza, nosotros y los que nos rodean somos naturaleza, lo que damos, nos damos, así que en la medida que tomamos conciencia de ello y buscamos una convivencia más armónica y equilibrada podremos ir cambiando las lógicas de muerte que el sistema opera. Es cierto que las grandes industrias con incidencias profundas para manipular grandes cantidades de materia viva nos la juega en contra, sin embargo, el no llevar a nuestras vidas estas perspectivas de acción sin conciencia, e incluso darles la vuelta organizándonos en comunidad puede generar grandes cambios a la larga.
¿Cómo se reparten los recursos alimenticios en el planeta? Siendo simplistas pero directos, se reparten de una manera injusta, desequilibrada. El hombre más rico del mundo es mexicano, sin embargo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD), México es el segundo país con mayor desigualdad económica: el 46.2% (55.3 millones de personas) de la población vive en condiciones de pobreza y el mayor número de personas en esta condición se encuentra en el centro, sur y sureste del país. Esto es un contraste, pues son zonas geográficas donde la abundancia de la naturaleza y de la riqueza es grande, pero también son territorios donde las grandes industrias se establecen para explotar sin dejar gratitud de ningun tipo a cambio, ni siquiera beneficio a los habitantes horiundos de la zona.
En este Día Mundial de la Nutrición, habría que hacer una evaluación de nuestra cotidianidad, de nuestra relación con el entorno y nuestras formas de consumo alimenticio. Una invitación a agradecer a la tierra consumiendo lo que naturalmente nos da.
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