Año 15, número 189.
Prólogos para obra publicada es una antología constituida por 34 proemios escritos entre los años 1974 y 2020
José de Jesús Vargas Quezada
No sería posible referir aquí la prolífica y amplia trayectoria vital de Vicente Preciado, pero podemos dar alguna información escueta y no por ello menos importante. En el ámbito público, destaca su distinguida carrera en el campo de la Odontología, su distinción académica de Maestro Emérito y el hecho de haber sido uno de los fundadores de la licenciatura en Letras Hispánicas; por otra parte, en el ámbito personal, destaca su faceta como agradecido lector de obras clásicas y su labor escritural, la cual acumula ya (aproximadamente) media docena de títulos.
Ahora bien, dentro de esta breve pero encomiable obra, existe una fracción, una pequeña muestra de la referida labor de escritura. Se trata del libro que ahora nos convoca y que se titula Prólogos para obra publicada, una antología constituida por 34 proemios escritos entre los años 1974 y 2020. En palabras de su editor Miguel Uribe, el libro es una suma de textos en los que «nunca, en ninguno, se leen comentarios o elogios vanos». Son textos, más bien, que «están regidos por apuntes minuciosos de la obra que trata» y por la maestría formidable de un consumado hombre de letras.
Pero dejemos a un lado los datos externos y enfoquemos nuestra intelección en la materia interna del libro. Para ello, debemos partir de una premisa rectora: y esta es la certeza de que más que una simple recopilación de prólogos este libro es verdadera literatura y por tanto amerita un acercamiento crítico. A nuestro juicio, la naturaleza del volumen de Vicente Preciado puede ser dividida en contenidos temáticos y estéticos. Los primeros se caracterizan esencialmente por la heterogeneidad; es decir, los textos de este volumen son disímiles; abarcan desde una reflexión acerca del acto de ejercer la Odontología, hasta el elogio crítico de algunos atisbos de literatura actual en el Sur de Jalisco, pasando por los temas del aforismo, el vino, el ajedrez y la epístola. Como la extensión de este escrito impide profundizar en estos asuntos, valga decir que esta multiplicidad temática está iluminada por la inteligencia poderosa, la erudición categórica y la prosa deslumbrante de su autor. Prosa que no pocas veces alcanza cumbres arreolinas, pero que ostenta asimismo una autonomía notable, autonomía que ya ha señalado Carlos Vevia, para quien la escritura de Vicente Preciado «llega en soledad a sus propias cumbres y éstas son de gran altura».
Por otra parte, el contenido estético (es decir, lo que responde a la pregunta cómo está escrita la obra) es quizás el atributo más relativo y por ende, más difícil de definirse en términos generales. Hubiera podido citar aquí las opiniones de lectores avezados, de lectores que han leído con pasión y cuidado la obra de Don Vicente. Hubiera podido también señalar los principios escriturales que el mismo autor defiende y ejecuta en su estilo y que consisten en la economía de palabras, la elección de adjetivos y la escasez de verbos. Pero elegí más bien mostrar con ejemplos la calidad intraducible de la prosa de Vicente Preciado. Calidad inasible mediante conceptos. Calidad que únicamente puede percibirse en la vivencia misma de la lectura. Ángel Crespo, en alguna parte de su ensayo Dante y su obra, viéndose superado a la hora de aventurar un juicio global sobre la poesía dantina, establece una idea nominada como «potencia representativa». Según el, convertir esa noción en un concepto es imposible y por eso la única opción es percibir esa potencia en el leguaje.
En Prólogos para obra publicada, los fragmentos que ostentan esa potencia son numerosos, pero dos me llaman especialmente la atención; sobra decir que no son los únicos y que un lector más inteligente podrá encontrar otros mejores. El primero está contenido en la “Carta a un joven estudiante” (el cual fue originariamente la introducción a un opúsculo titulado “Fundamentos clínicos en endodoncia”). Entre otras vicisitudes, el autor rememora una tarde lejana que tiene en el texto el esplendor de una evocación amada. Tarde en la que un jovencísimo Vicente Preciado creyó encontrar la clave de su destino profesional. No sin antes solicitar al anónimo receptor de la carta que le permita sacarse «del corazón un recuerdo para depositarlo en medio de esa página», Preciado escribe lo siguiente:
«Era la tarde más tierna del verano. La luz del sol depositaba sobre las casas una delgada película de oro. Cuando el compañero de asiento me señaló un edificio amarillo con cornisas blancas y las tapias cubiertas casi en su totalidad por plantas trepadoras pero bien cuidadas (una luz oblicua visitaba en ese momento las dos únicas ventanas haciéndolas resplandecer como dos lámparas sagradas), mi corazón dio un vuelco y mis ojos no se apartaron de las tapias enverdecidas, hasta que el camión se hundió en la tarde y en la distancia».
El otro fragmento que me gustaría mostrar pertenece al prólogo titulado «25 aniversario del Centro Universitario del Sur. Cinco lustros de historia en la educación y la cultura en el Sur de Jalisco». En él leemos las siguientes palabras, las cuales tienen la cadencia del remanso y la potencia representativa de la que habla Crespo:
«Desde tiempo inmemorial, el hombre ha tomado consciencia de su paso efímero por la tierra. Ha visto la marcha inexorable de los años a partir de ser testigo de la desaparición de tribus, hordas, reinos y civilizaciones.
Ante esos inapelables acontecimientos ha creado, como una nostálgica defensa, ritos y religiones; ha construido pirámides, cenotafios y catedrales; ha pintado iconostasios, grabado estelas y entintado códices, pergaminos y libros que guardan su memoria como un patético anhelo de eternidad».
Hasta aquí los ejemplos.
En su prólogo a Ficcionario, Carlos Vevia dice que no se puede repetir el libro comentado, que esa es la pequeña tragedia de emocionarse con una lectura y que lo único posible es recomendar a otros que lean la obra. Aunque soy partidario de esta teoría, y por lo tanto está de más decir que recomiendo leer Prólogos para obra publicada, añadiré a esta recomendación un último elogio personal. Al leer estos prólogos comprendí que Vicente Preciado es un consumado hombre de letras. Que su prosa, contenida en varios luminosos volúmenes, es un hontanar de resonancias clásicas y una prueba innegable de su compromiso absolutamente serio con la palabra. Pero me gustaría ir más allá sólo para decir que si Arreola escribió la mejor prosa de ficción del Sur de Jalisco, Vicente Preciado es el hacedor de la más lograda prosa ensayística de nuestros contornos. Y eso, si se me permite decirlo, no es un logro menor y por lo menos nos deja una labor pendiente, la de educarnos para leer a nuestro generoso maestro y poder así apreciar —con un criterio más justo— su irrefutable valía literaria.
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