Natali Mendez Contreras
—¿Alguna vez pensaste que llegarías aquí?
¿De verdad había llegado a visualizarse hasta ese punto? ¿Cuándo comenzó a dejar que la vida la consumiera? ¿Todo se solucionaba con una sonrisa?
Victoria cumplió tan sólo ocho años cuando descubrió lo que era el bullying. Ella estaba cansada de escuchar a sus padres decir que no tenía que hacer caso a las palabras que decían sus compañeros, pero ¿cómo las ignoraba si su familia las decía en forma de burla? Victoria decidió ocultar su dolor y lo sustituyo por sonrisas y carcajadas para luego, al estar encerrada en su cuarto, llorar hasta quedarse dormida. Por primera vez y sin querer entendió que las personas son fáciles de engañar. Conforme pasaron dos años, Victoria descubrió que la comida llenaba el vació que dejaba su familia, mientras ella comía hasta sentirse llena su mamá la regañaba por comer cosas que no debía a sus espaldas, pero ella no entendía por qué si sólo estaban a un cuarto de distancia. También, durante ese periodo entendió que no era muy lista y eso molestaba a su familia, porque ellos decidieron hacerle orejas de burro y ponérselas cada vez que se equivocaba en tareas o planas escolares, todo el mundo la veía mientras ella lloraba. Fue la primera vez que entendió lo que era humillación.
Al noreste se podía ver el arrebol, todas las personas se impresionaban y tomaban fotos del tono que destellaba en las nubes, mientras en aquellas cuatro paredes Victoria admiraba que aquel mismo tono lo tenía su sangre, la misma que escurría de las cortadas en sus piernas. Por primera vez descubrió que herirse disminuía el dolor, no obtenía el borrarlo por completo pero podía durar el tiempo suficiente para despertar al siguiente día y volver a la misma rutina.
—Sabía que no era correcto hacerlo, que tenía que ir a pedir ayuda, pero no lo hacía, la única forma que llegaba a despejar mi mente era cuando iba a clases de baile o natación. Me llegaba a sentir liberada, mis compañeros de danza llegaban a decirme que era muy buena, mi maestro de natación me decía que era buena y que podía llegar a más y que si yo lo deseaba él podía entrenarme para competencias. Creo que por primera vez nadie se fijaba en mi peso o mi físico, sino en mi capacidad. —¿Se sentía correcto herirte de esa manera?
Victoria lo dejó todo cinco años después de que su maestra de danza la alabara por perder peso y decirle que es algo esencial para los bailarines; no fue porque no quería seguir danzando, sino que sabía que el tema de su peso una vez que sale a la luz, no deja de ser tema de conversación y eso le causaba estrés, humillación porque se lo decían frente a otros, y ansiedad. Por primera vez dejó la actividad física y dejó de verse al espejo, porque su instinto fue pensar que por más que fuera buena en algo, nadie la iba a querer si ella no cambiaba su peso ni su físico.
—En ese entonces sólo pensaron que estaba cansada y no era nada de qué preocuparse, ellos no le tomaron importancia, pero yo sentía como me hundía más y tenía miedo de llegar a un pozo sin fondo así que mi refugio fue la música, y no me arrepiento. —¿Alguien te ayudó con tus problemas?
Victoria no sólo se refugió en la música, encontró el mundo de ser una fangirl. Fangirl es un término que define a los fans leales, que sin importar las cosas que suceden defienden al actor, artista, modelo, escritor, o hasta puede ser una serie, una película o algún documental. Son personas que siempre van a seguir ahí.
No sólo encontró un mundo donde podía ser un poco más ella misma, sino que comenzó a hacer ciertas amistades a través de sus gustos musicales, y en parte encontró el soporte de cinco personas, que a pesar de verlas a distancia, la hicieron sentir amada y protegida. No la juzgaban ni la hicieron sentir menos.
—Quería salir y explorar nuevos mundos, pero siempre existieron las palabras “no, no puedes” “no es tiempo” — ¿Pensaste irte en algún momento?
Ella exploró el mundo poco a poco. Conoció lo que era un amor juvenil, uno infantil y relaciones tóxicas y sanas a sus tan sólo 14 años. Sus ojos alimentaban su mente y esta misma creaba los lugares que iba encontrando al tiempo que leía dos o tres libros por semana. Victoria por primera vez descubrió que podía crear historias en su mente, y crear nuevos mundos. Un diario y un lápiz. Sus mejores amigos. Sus confidentes. Sus finales felices sin necesidad de Disney. Ella por primera vez descubrió que podía ser buena escribiendo.
—Escribir era algo normal en mí. Podía hacerlo a cada hora sin importar que no estuviera bien escrito, era algo que me mantenía motivada. Si me sentía mal escribía cómo fue mi día con música de fondo triste de piano o chelo, si me sentía bien escribía historias cortas, no importaba el tema, con diferentes géneros de música, pero con ritmo alegre, así era mi vida hasta que dejé de confiar. —¿Necesitabas un cuadernillo en mano siempre?
Victoria dejó de escribir poco a poco hasta perderse en sí misma. Dejó de sentirse suficiente. Abandonó su diario. Sus historias quedaron arrumbadas. No entendía en qué había fallado. Ella estaba ahí para aprender y crecer y terminó como aquella niña de ocho años, llorando, mientras sus confidentes eran los cuadernillos empolvados y aquellas cuatro paredes que todos estos años la protegían. Victoria dejó de creer en ella misma. Olvidó lo que era sentirse segura de las cosas que hacía. Trató de buscar consuelo pero no lo obtenía. Su familia podía pensar que era una pérdida de tiempo llorar por ello. Otros se llegaban a burlar.
—Aprendí que si yo no creía en mí misma de nuevo, nunca iba a salir de ahí.
Victoria por primera vez empezó a tratar de olvidar a los demás y el diario empolvado que estaba al fondo del closet dejó de estarlo.
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