Año 13, número 145.
La complementariedad de los modelos didácticos que han surgido a lo largo de la historia mejora el aprendizaje escolar
Andrés Valdez Zepeda
Existen al menos tres modelos didácticos que pueden usar los docentes de la universidad para lograr el desarrollo de la memoria, el aprendizaje de los alumnos y el uso de las emociones como parte de los procesos académicos y vivenciales orientados a mejorar el nivel y motivación del aprendizaje escolar.
El primero, de carácter instructivo, está orientado al fortalecimiento de la memoria a través de la dotación de información por parte de los profesores a los alumnos. El segundo está orientado al desarrollo de la razón, generando el aprendizaje de los estudiantes por medios autogestivos y participativos, en la que el profesor juega sólo un papel de facilitador. El tercero está orientado a lograr un mejor aprendizaje a través del manejo adecuado de las emociones, haciendo interesante, significativo y vivencial el proceso de aprendizaje.
Enseñar a memorizar
La memoria juega un papel muy importante para el aprendizaje del ser humano. Sin embargo, no es la única forma como se puede lograr o motivar el aprendizaje. Por muchos años, el fortalecer y desarrollar la memoria fue el método didáctico más utilizado por los profesores en el sistema educativo mexicano, quienes entendían la práctica docente como el ejercicio de exponer clases, dictar fórmulas o enlistar autores y teorías. Era una práctica monolítica, en la que el profesor era el protagonista principal del proceso de enseñanza aprendizaje. Los alumnos jugaban un papel pasivo y eran prácticamente receptores de los conocimientos que impartían los docentes.
En este modelo conductista, el poder estaba concentrado en el profesor, quien tenía la autoridad para premiar o castigar a sus alumnos de acuerdo a su comportamiento, pero, sobre todo, dependiendo del grado de sumisión a la autoridad del docente. La memorización de conceptos, fechas, fórmulas y autores era el sustento principal de este modelo, orientando a que los alumnos simple y llanamente siguieran la senda dictada por los profesores y autoridades escolares. Es decir, el modelo estaba orientado a que los alumnos aprendieran a memorizar para ser exitosos en la vida escolar.
Aprender a razonar
Con el pasar del tiempo, el modelo educativo centrado en la memoria, el uso del gis y el pizarrón entró en crisis y surgió uno alternativo, en el que, en teoría, el profesor se convirtió en orientador o facilitador del aprendizaje, los alumnos en gestores de su aprovechamiento escolar y la institución en garante y facilitadora de los procesos académicos. Al nuevo modelo se le bautizó como constructivismo, opuesto al anterior, denominado por algunos teóricos como conductismo. Ahora lo que se privilegiaba era la formación de alumnos analíticos, autogestores y con competencias o autonomía para generar su propio aprendizaje.
Como parte de este modelo se recomendaba al docente, como lo dice Bunge, entregar a los alumnos “herramientas que le permitan crear sus propios procedimientos para resolver una situación problemática… A partir de los conocimientos previos de los educandos, el docente guía para que los estudiantes logren construir conocimientos nuevos y significativos, siendo ellos los actores principales de su propio aprendizaje”. De esta forma, el constructivismo se convirtió en un paradigma aceptado y adoptado por la mayoría de las instituciones educativas, centrando los esfuerzos educativos en el aprendizaje más que en la enseñanza, haciendo un tanto prescindible a los docentes. Bajo este modelo, el profesor se convertía en facilitador y evaluador del aprendizaje, siendo un modelo más participativo y redistributivo del poder en el espacio áulico.
Educar las emociones
Los dos modelos didácticos antes señalados nunca consideraron al alumno como un ser humano que siente y cuya dimensión emocional era muy importante no sólo para el éxito en su vida académica y profesional, sino también para la convivencia social y las relaciones interpersonales. La preocupación de este modelo no era necesariamente el desarrollo autogestivo centrado en el aprendizaje, propio del modelo constructivista, sino el desarrollo humano en su dimensión emocional.
De ahí que haya surgido un tercer modelo, ligado al avance de las neurociencias, centrado en la educación de las emociones. Es decir, el primero estaba orientado a desarrollar o educar la memoria, el segundo a la razón y este último al conocimiento de las emociones humanas y su uso y movilización para alcanzar los objetivos de aprendizaje buscados.
El fundamento científico de este modelo se sustenta en los hallazgos e investigaciones de Thorndike (1920), Gadner (1983), Salovery y Mayer (1990), Damásio (1994) y Goleman (1995), quienes señalaron que las emociones jugaban un papel muy importante no sólo en el aprendizaje, sino, sobre todo, en las relaciones interpersonales y el éxito y felicidad de los individuos. A partir de nuevas investigaciones y hallazgos científicos que han dado cuenta sobre el comportamiento humano y su relación con sus estructuras cerebrales, cognitivas y comportamentales, así como de la diversidad de inteligencias que posee y puede desarrollar el ser humano, es necesario replantear el modelo didáctico que los profesores del siglo XXI deben practicar para lograr y motivar un mejor aprendizaje entre los alumnos, tomando en cuenta el contexto social, los nuevos desarrollos tecnológicos y las características distintivas e intereses de los alumnos. Una propuesta de modelo de este tipo es MER (MemoriaEmoción y Razón), que está orientado a cultivar, educar y desarrollar la memoria, la emoción y la razón, con el fin de poder potencializar el trabajo del docente y lograr mejores resultados en el aprendizaje de los alumnos.