Año 16, Número 214
Los mecenazgos –ahora gracias al internet–, pueden ser ejercidos no exclusivamente por los hombres más ricos, sino por cualquier persona que lo desee hacer con artistas que no conocen personalmente
La cantidad de medios de comunicación que en nuestros tiempos se han ido creando, y la agilidad cada vez más vertiginosa con que se desarrollan, ha generado nuevas y sorprendentes funciones y estructuras sociales. Hoy quiero dedicar estas reflexiones sobre la lengua a unas organizaciones empresariales que se me hacen muy curiosas por su peculiar mezcla de antiguo y moderno en como fueron concebidas y los resultados sorprendentes que están teniendo. Me refiero a las llamadas crowdfunding.
Esta palabra del inglés está constituida por dos elementos: crowd que puede ser traducida como grupo de personas, multitud, tribuna, y fund, que sería algo así como dinero recaudado, fondos monetarios. Por lo tanto, podemos verter literalmente esta palabra del inglés como “grupo de personas que reúnen dinero”, o menos palabreramente y más generalizada: “fondo de inversión”, aunque en esta última versión se pierda la idea de “muchedumbre” que permanece en la lengua original.
Pues bien, esta terminología propia de los bancos y las bolsas de valores ha saltado al internet con resultados muy sorprendentes, pues existen en el ciberespacio portales, empresas, organizaciones no gubernamentales, asociaciones civiles, que se dedican a impulsar esta variante de los fondos de inversión con un cariz muy particular: dirigir esos dineros reunidos a creadores artísticos o del espectáculo que difunden (o no obligadamente) su trabajo por el ciberespacio, por un lado, y por el otro, conseguir esos recursos no de empresarios unidos por la amistad, sino de entre usuarios comunes y corrientes del internet.
Es decir, quienes poseen o crean una crowdfunding ni son los empresarios ni son los artistas, sino unos intermediarios, que lógico, cobran por sus servicios. Pues bien, esta iniciativa típicamente capitalista e individualista se adaptó a una viejísima institución precristiana llamada mecenazgo, que consistía en que un hombre poderoso y adinerado apoyaba con su dinero y su poder a artistas necesitados de ingresos. Cayo Mecenas, hombre rico y culto de la Roma de Augusto, es de quien se sabe que ejercía este tipo de filantropía. Por eso es que el mecenazgo se llama así, por Mecenas.
Pues bien, los mecenazgos –ahora gracias al internet–, pueden ser ejercidos no exclusivamente por los hombres más ricos, sino por cualquier persona que lo desee hacer con artistas que no conocen personalmente (como le sucedía a Mecenas con sus protegidos). Quienes concibieron estas posibilidades adaptaron viejas ideas a los tiempos modernos y se han fundado una buena cantidad de empresas en internet que se dedican a promover este tipo de relaciones entre desconocidos, con el afán, sin duda, de apoyar a los creadores, pero sin duda, vigilando también por sus intereses pues se quedan con parte de los recursos intercambiados entre uno y otro extremo. Existen diversas maneras de combinar estas posibilidades, y a una de las variantes se le conoce como patreon, también en inglés. Este nuevo término o neologismo (procede de patron, es decir patrón).
En este caso, le sucedió a esta palabra (en inglés) lo que le sucedió a Kleenex en español, es decir, se inventó una palabra para designar un producto concreto de una empresa concreta y después se generalizó su uso; por lo tanto, cualquier producto de estas características (pañuelo desechable) se le suele llamar así, aunque no sea fabricado por la empresa inicial. Con patreon sucede de esa manera, pues podríamos decir que las crowdfunding iniciales se dirigen a las grandes iniciativas y las patreon a los pequeños creadores y a los pequeños mecenas. Y es necesario decir que la palabra patreon no existía en inglés, sino que fue inventada a partir de patron, para crear esta ciberempresa.
Bueno, pues entrando más en materia, estos dos términos en inglés (crowdfunding y patreon) se han ido introduciendo en nuestra lengua y observo con curiosidad que muchos usuarios de ellas no han tenido el cuidado de pensar si existen las palabras en español a las que equivalen, como en efecto existen.
De un tiempo a esta parte –y lo recomiendo a mis lectores– me he hecho aficionado a un canal de YouTube realizado por un cibernauta llamado ahí Jabiertzo y su esposa Lele; ellos difunden noticias y temas de actualidad de la vida cotidiana en China. Pues bien, al concluir su periódica emisión invitan al público espectador a que si persisten en el gusto por esta temática de la actualidad china, ingresen a su página de Patreon, para consultar más videos realizados por ellos.
Las primera veces que vi este canal, me sorprendía que le llamaran patreon a esa otra página que promovían, pues me parecía que esa palabra no estaba ni en español ni en inglés. Y no me faltaba razón, pues es un neologismo tanto en aquella lengua como en la nuestra. Y aunque no me atrevía a hacer especulaciones de por qué la pronunciaban así, me era evidente que sería muy fácil de traducir a un español castizo; quiero decir que, por el contexto en que lo dicen, uno bien entiende que es una invitación a los espectadores para que se conviertan en sus mecenas o patrones o patronos, como quizá sea mejor decirlo.
En efecto, la palabra patronus del latín produjo en español patrón y patrono y de ellas se han derivado otras como patronazgo y eso es en el fondo lo que significa ser mecenas, ser el patrono o quizá santo patrono, porque se podría lograr el milagro de que el artista pueda vivir de su arte sin tener que distraerse en actividades más mundanas para alcanzar su manutención.
Para concluir las reflexiones de esta ocasión, invito a los lectores a que si se encuentran en la necesidad de usar estos términos (y ya lo creo que sí, porque el oficio de escritor bien merece ser apoyado por muchos mecenas), piensen que tenemos en español palabras nuestras de gran raigambre histórico y castizo como mecenas, mecenazgo y patronazgo, o bien, podemos inventar los términos muy bien construidos como micropatronazgo o micromecenazgo y no valernos de horrorosos híbridos como balconing, del que ya tendré oportunidad de hablar en otra ocasión.
ramon.moreno@cusur.udg.mx