Marco Aurelio Larios fue un influyente académico y escritor, murió el 30 de noviembre de 2022. El presente texto fue leído 18 de octubre de 2023 en el homenaje que se le ofreció en el CUCSH
Ricardo Sigala
El primer encuentro
Fue una noche de 1995, en el Centro Cultural la Escalera en el centro de Guadalajara. Los Maderos de San Juan Dios, la banda en la que yo tocaba entonces, había tenido una presentación en modalidad acústica, unplugged, se decía entonces. Al finalizar se acercó un hombre que vestía pantalón de mezclilla y chaleco, nos felicitó por el sonido de la banda, hizo especial énfasis en las letras de las canciones, “es raro que las bandas de rock en la ciudad se preocupen por decir algo poético”, dijo. Estaba bien impresionado por los aires a veces surrealistas, en ocasiones urbanos, en ratos de inspiración beat generation, que exploraban Carmelo Rivera y José Luis “El Güicho” Rodríguez, nuestros vocalistas y letristas. Comenzó a hablar de poetas, de literatura, de libros. Justo en el momento que me decía que él tocaba la guitarra, que también era escritor, que se llamaba Marco Aurelio Larios, y que tenía un libro de cuentos que había sido recientemente premiado y publicado; en ese momento lo interrumpí y lo contraataqué libro en mano, y le dije que justo me acababan de editar un pequeño volumen de relatos y se lo entregué.
Habrán pasado un par días cuando llegué a casa y me recibieron con un “Te ha estado llamando un tal Marco Aurelio”. Ese día nos comunicamos por teléfono y sería la segunda de una larga historia de conversaciones y encuentros misceláneos, Marco Aurelio estaba visiblemente entusiasmado con el libelo que le había entregado y esa noche hablamos largamente de autores, de libros, del oficio y el compromiso que implicaba escribir, y en especial se detuvo en la literatura que se estaba gestando en esos días en Guadalajara, un tema que le tenía muy ocupado.
Unas semanas después Marco Aurelio publicó en el número 3 de la revista Luvina “Periplos de la imaginación”, una hermosa reseña sobre el libro que yo le había entregado durante aquel primer encuentro. Así el vínculo se confirmaba.
Marco Aurelio Larios y la música
Nuestro primer encuentro estuvo mediado por la música y la imagen que siempre tuve de Marco Aurelio Larios nunca se alejó de esa pauta: el ritmo, la melodía y la armonía. Cuando supo que yo había estudiado en la escuela de música se alegró de poder encontrar un interlocutor para desahogar sus aficiones y sus teorías en torno a esta pasión que en gran medida lo definía. La música no era sólo una afición privada y personal, esta disciplina permeó su pensamiento y trasminó en su poética de modo que su libros no sólo son producto de un escritor con oído refinado y con una consciencia clara de la armonía estructural, también se manifestó en sus temas. Pensemos en su primer libro, que ganó el Concurso de publicación de obra de la UdeG en 1994, se llama La música y otras razones para contar, cuatro cuentos en los que la música clásica juegan un papel preponderante, en un vaivén entre la ciudad de Viena, en donde, por cierto, estudió su doctorado, y su natal Guadalajara. Después vino su novela El cangrejo de Beethoven, con la que obtuvo el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para primera novela, en donde sigue explorando los vericuetos del alma humana a través de una ruta melómana.
Pero que no se piense que estamos hablando de un exquisito, un elitista que sólo tenía oído para la música clásica, Marco Aurelio Larios era también un conocedor de la música popular, defensor de la lírica de Marco Antonio Muñiz, Juan Gabriel y José Alfredo Jiménez. Estas oscilaciones eran parte de su identidad, como ocurrió con los románticos alemanes, que se alimentaban de la música popular para crear música de concierto.
Dos imágenes muestran su sincretismo musical. Una tiene que ver con varias lecturas o presentaciones de sus libros La música y otras razones para contar y El cangrejo de Beethoven. Él solía llevar consigo una rudimentaria grabadora en la que ponía un cassette con el Canon de Pachelbel, que se repetía una y otra vez, mientras leía pasajes de sus libros. La otra imagen es en la Mutualista en donde, en aquellos años, sonaba el arrabal desde Bienvenido Granda hasta Javier Solís, que para él era el Jim Morrison de la música mexicana, y en donde creo recordar su libro Erato. Arts amatoria en Guadalajara, fue presentado.
Una de las últimas veces que lo vi hablamos de Sonido Satanás y entonar juntos “Santa Tere tetetetetteé”, entusiasmado de que un grupo de su barrio tuviera conciencia y orgullo identitarios. Pero hay una imagen más íntima y repetida en varias ocasiones: en alguna reunión aprovecha la guitarra de un músico ocasional, la toma y al ritmo de unos monótonos acordes canta:
Quítate ya de aquí, perro lanudo
Déjame estar solo con mi novia
Si te quitas de aquí te doy un hueso, sí,
El mentor, el maestro, el profesor
Marco Aurelio Larios tenía una vocación magisterial, buscaba tener respuestas a preguntas sobre el amor, las relaciones de pareja eran una obsesión en su vida y en su literatura, la forma en que se relacionaban las distintas artes, la literatura y la música, por ejemplo, y el misterio de la creación literaria. Le gustaba encontrar explicaciones, disfrutaba de la materialización verbal de dichas respuestas, por eso tenía una inclinación por el aforismo o por las expresiones categóricas, las certezas le otorgaban tranquilidad y, por supuesto, autoridad.
Cuando conocí a Marco Aurelio Larios me encontré con que muchos de mis amigos, de mis colegas de letras, otros tantos de los jóvenes escritores de la ciudad, habían sido sus alumnos, algunos en la prepa, en las áreas de humanidades, y otros en la licenciatura. Eso me hacía sentir que yo había llegado tarde a las enseñanzas del maestro. No fue así, su vocación de profesor, y en nuestro caso de apasionado mentor de jóvenes aspirantes a escritores, se manifestó. Fue con él que tallereé mis textos en forma, con suma exigencia, por primera vez. Todos los pasajes de Paraíplos sin excepción fueron trabajados por él. Texto a texto, página a página, línea a línea, cada palabra era motivo de reflexión, de cuestionamiento y en algunos momentos de aprobación. Con él me hice consciente de cosas que ya intuía, que sospechaba, pero también de otras que fueron verdaderas revelaciones. La idea de que no hay literatura sin armonía, ni buen escritor que no posea un oído atento y refinado, la consciencia de la estructura como sostén de la obra, la certeza de que toda literatura es un diálogo con su tradición, asumir que la literatura no se puede sustentar sólo en la forma y el oficio, que sin materia vital el texto sólo es ostentación y petulancia. Marco Aurelio Larios era un lector agudo, atento y acucioso.
No sólo incorporé sus enseñanzas a mi trabajo de lectura y de escritura, también me lo llevé a las aulas y especialmente al taller literario que acababa de fundar en Ciudad Guzmán, él tuvo la generosidad de visitarnos y charlar con los asistentes, de presentar sus libros y los de otros, en aquellos remotos años noventa en el sur de Jalisco.
Me reconozco, y siempre me reconocí, como un discípulo de Marco Aurelio Larios, pero debo decir que esa relación, al menos conmigo, fue de manera horizontal. Marco siempre estableció un trato de tú a tú, entre iguales. Quizás porque no había sido mi profesor en las aulas. Sin embargo, ese momento también llegó, se convirtió en mi profesor cuando estudié la maestría en Literaturas del Siglo XX, con él tomé Literatura alemana, ahí leímos con pasión y atención a clásicos como Thomas Mann y Gunther Grass y escritores, para nosotros, secretos como Odön von Hörvath y Karl Kraus.
Los años con Marco Aurelio
Los años con Marco, “El Perico”, como le decíamos en confianza, fueron importantes años de formación, de lecturas compartidas. El anecdotario de Marco Aurelio es voluminoso, lo recuerdo como en un Aleph. Marco Aurelio compartiendo pasiones lectoras como Borges, Calvino, del Paso; Marco Aurelio en el estudio de su casa de Santa Tere en donde reescribía sus libros durante años; Marco Aurelio en la Casa de las Palabras y las Imágenes en donde era docente e investigador; Marco Aurelio hablando de Bajtin; Marco Aurelio Larios en el Café Azteca, proponiéndonos a Fortunato Ruiz y a Godofredo Olivares y a mí fundar la Academia de lo Ficticio; Marco Aurelio y su idea de Santa Tere y Guadalajara como una cronotopía literaria; Marco Aurelio recordando sus estancias en Austria y Francia; Marco escribiendo la cuarta de forros de la primera edición de Paríaplos; Marco Aurelio invitado, en varias ocasiones, a las Jornadas de Letras del CUSur; Marco en conversaciones interminables en la Mutualista compartiendo mesa con César López Cuadras y Eugenio Partida; Marco Aurelio Larios en noches de correrías y aficiones non santas; Macro Aurelio orgulloso aficionado rojinegro, ser atlista era un arraigo tan intenso en él como el de ser de Santa Tere; Marco Aurelio obsesionado en convertirse en el escritor de su generación; Marco Aurelio en las presentaciones de sus libros; Marco Aurelio dando cátedra; Marco Aurelio funcionario universitario; Marco Aurelio con el temor constante de un mal diagnóstico médico; Marco Aurelio tartamudeando; Marco Aurelio Larios en las redes sociales; Marco Aurelio en el Exconvento del Carmen en la que creo fue su última presentación pública; Marco un tanto deteriorado; Marco Aurelio lejano, distante, del que poco sabíamos; Marco Aurelio Larios y la inesperada noticia de su muerte, en plena FIL, como un acto de provocación; Marco Aurelio Larios en la nostalgia postmortem y la reminiscencia de los viejos tiempos; Marco Aurelio Larios convocándonos hoy en torno a su memoria; Marco Larios en la estela de los actos de su vida; Marco Aurelio hoy tus amigos venimos a reconocerte y a saludarte, maestro y amigo.
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