Año 15, número 191.
Imagina un lugar cavernoso, con una gran entrada por la que entra la luz y se extiende a lo ancho del lugar. Allí hay unos hombres, atados de piernas y cuello desde niños, de tal modo que no pueden hacer más que estarse quietos y mirar al frente.
La república. Libro VII. Platón
Martín Aguayo Rivera
Las reflexiones que los antiguos griegos nos dejaron han influido profundamente en nuestra forma de vivir. Sin ellas la filosofía, la ciencia, la política y el arte serían disciplinas muy diferentes a las que conocemos hoy en día. En lo que muchos se obstinan llamar “alta cultura” se escuchan ecos de estas reflexiones. El Ulises de Joyce es uno de los ejemplos más claros. Pero ¿sólo esta cultura, no pocas veces inaccesible, está influida por ellas? ¿qué ocurre, por ejemplo, con el arte “comercial”?
La tendencia está en creer que sólo en la alta cultura y en las obras destinadas al público maduro, encontramos el eco de aquellas voces. Pero la realidad es otra. Tal es el caso de la película Madagascar, en la que podemos encontrar, sin necesidad de un análisis tortuoso, una base que podríamos llamar platónica. Película animada y dirigida particularmente a un público infantil, fue lanzada por la productora audiovisual DreamWorks en el 2005, y está dirigida por Tom McGrath y Eric Darnell. Ciertamente no es la mejor producción de esta marca y su éxito fue menor del esperado (cuatro años atrás habían lanzado Sherk y esperaban números similares), pero la trama, en esta ocasión, es lo que nos ocupa: un grupo de animales del zoológico de Nueva York (Marti, Alex, Melman y Gloria) se ve obligado a abandonar las comodidades del zoológico y enfrentarse a la vida salvaje.
La película comienza con Marti, la cebra: lo vemos correr a lo largo de una pradera. Disfruta su libertad. En seguida vemos a Alex, el león. Aún no sabemos que son amigos y pensaríamos que entre ellos se fragua una relación más bien de enemistad. Por la perspectiva de la cámara (contrapicada), pareciera que Marti corre hacia el sol, le brillan los ojos y escucha a lo lejos, el graznido de las aves. Es libre y le gusta vivir así. Pero justo en el momento más emotivo de aquel sueño, Alex se interpone en su camino y la fantasía de la libertad concluye: Marti despierta en su jaula.
Si partimos de la idea de que en la película los animales viven una vida “irreal”, es decir, la vida dentro del zoológico (mundo sensible), y la vida “real” (mundo inteligible) les es ajena y apenas tienen noticias de ella, podemos hacer la relación con La caverna de Platón, también conocida vulgarmente como el mito de la caverna, una alegoría de motivaciones filosófico-pedagógicas que forma parte de La república, y es considerada la alegoría más célebre en la historia de la filosofía. En ella, Sócrates propone, mediante la metáfora de la caverna, una reflexión con respecto al conocimiento humano: un grupo de prisioneros ha vivido toda su vida en la oscuridad de una caverna (mundo sensible). A sus espaldas brilla una hoguera y solo conocen el mundo mediante las sombras que se proyectan en uno de los muros, es decir, su conocimiento, su noción de verdad, están basadas en las apariencias de los objetos y no en la realidad fuera de la caverna (mundo inteligible).
En Madagascar no hay ningún fuego luminoso a las espaldas de ningún prisionero, pero sí hay la representación, la apariencia de una vida a la que los animales no tienen acceso: frente a la jaula de Marti, un mural hace las veces de las sombras en la caverna. Detrás de ese muro, Nueva York. Pero Marti intuye, tiene la sensación que del otro lado está la realidad auténtica. Alex, Melman y Gloria celebran el cumpleaños de Marti, quien está insatisfecho por haber cumplido diez años, por haber vivido toda su vida encerrado en una jaula y por no tener siquiera la certeza de ser “blanco con rayas negras o negro con rayas blancas”. Lo único que él quiere es ser libre. Apaga las velas de su pastel y desea conocer en carne propia la vida salvaje, lo que para sus amigos resulta una idea descabellada. Esa misma noche, luego de que todos se fueran a dormir, Marti logra escapar del zoológico. Esta es una diferencia que hay que señalar con respecto a la alegoría: en Platón no hay ningún prisionero que intuya una vida más allá de las sombras en el muro. Pero Marti tiene un espíritu filosófico, le aquejan dudas existenciales y emprende el viaje en busca de respuestas, en parte para subsanar el tedio de la vida, y en parte para entenderse a sí mismo. Por otro lado, Alex, Melman y Gloria emprenden ese mismo viaje porque creen que Marti terminó por volverse loco, corre un grave peligro y están dispuestos a ayudarlo.
En la alegoría, luego de que el prisionero se librase de las cadenas, lo que le espera es un camino engorroso, una áspera escarpada. Debe salir a trompicones y, a causa de la demasiada luz que entra por la caverna, no posee certeza alguna. De la misma manera, vemos que los protagonistas de la película tienen un viaje complicado: chocan entre sí y contra los objetos de su alrededor; se caen, no saben hacia dónde se dirigen. Suben al tren de Nueva York y entonces un grupo de policías los intercepta. Los drogan, los regresan al zoológico, los drogan una segunda ocasión, y más tarde despiertan dentro de cajas de madera sobre la cubierta de un buque con dirección a una reserva africana. Pero nunca llegan al destino que los humanos han trazado para ellos: los entrañables pingüinos (Skipper, Cavo, Kowalsky y Rico) cambian el curso del buque. Nuestros protagonistas, aún dentro de las cajas, caen al océano y es de tal forma que llegan a la isla de Madagascar.
Los “prisioneros” en la película, a excepción de Alex, disfrutan la transición entre el mundo sensible y el mundo inteligible, algo con lo que Platón estaría en desacuerdo, pues él plantea que tal cambio debe ser una terrorífica agonía, dado que las creencias, las certezas y todo lo que el prisionero creía cierto, pende de un hilo muy frágil que está a punto de romperse. Marti, no obstante, disfruta el viaje. Melman y Gloria se dejan llevar por la situación, pero a Alex, a quien le gustaba su vida dentro de la caverna, la idea de abandonar todo lo conocido le parece sumamente desagradable.
En un momento de la alegoría, Sócrates cuestiona qué pasaría si el prisionero que salió de la caverna y pudo ver el mundo inteligible volviera con la intención de sacar a los demás prisioneros. Concluye que estos intentarían a toda costa quedarse dentro de la caverna y que incluso serían capaces de matar a aquel que quiere sacarlos. Guardando las distancias, esto también ocurre en la película: Alex es el primero en llegar a la playa de Madagascar. Cree que es el único que ha sobrevivido pero pronto se encuentra con Melman y Gloria. Se siente feliz de no estar solo y luego se percata de que Marti también está vivo y en la misma playa que él. Corre entonces a su encuentro, motivado en principio por la alegría de haberlo encontrado, pero luego, la sensación cambia drásticamente: está molesto, quiere matarlo. Marti, su deseo de cumpleaños, su huida del zoológico, son las causas de que la vida de Alex se haya convertido en un total caos.
Más adelante en la película, cuando los lémures dan la bienvenida a los protagonistas, estos contemplan por primera vez en su vida una enorme pradera en la que pueden correr libremente. “Esto es exactamente lo que veías todos los días, pero ahora está aquí, es la versión real de tu sueño”, le dice Alex a Marti. Ante ellos se expande la versión inteligible, la realidad auténtica. Los colores tristes y apagados en la pintura del muro en el zoológico se ven minimizados ante los colores vivos y luminosos del entorno.
Pero, aunque Alex acepta gradualmente los hechos, es quien más ha sufrido la transición entre ambas realidades y, a la sombra de su hambre y la hostilidad que percibe del entorno, termina por enloquecer. Lo domina su naturaleza primitiva. Se da en él una suerte de dualidad: instinto y razón. Necesita comer carne y sus crisis llegan a ser tan fuertes que pierde la noción del bien y el mal. Su identidad se ve trastocada, estuvo a punto de herir a sus amigos. Debe buscar la soledad para reconstruirse. Huye, se aísla, tiene alucinaciones causadas probablemente por la inanición y por la incertidumbre. En el zoológico le bastaba esperar la hora de la comida para saborear un delicioso filete, y ahora, en la isla, debe buscarlo por su propia cuenta.
El periplo de Alex es un claro ejemplo del viaje que plantea Sócrates. Al principio de la película sabe perfectamente quién es: le basta ser el rey del espectáculo y tener a su alcance cuantos filetes desee. Se conforma con aquella vida y es su verdad. Más tarde, cuando salen en busca de Marti, él, junto con Melman, es el más temeroso. Tiembla, está en crisis, su realidad se ha expandido y no sabe cómo reaccionar. Luego, ya en la isla, se encuentra con su verdad y pierde toda noción de quién fue: ya no es el rey del espectáculo, sino un depredador hambriento y terrible.
Dado que es una película para público infantil, al final, Alex, por azares del destino y muy a pesar de su hambre, encuentra la forma de reencontrarse consigo mismo y con sus amigos. Su redención es instantánea y es Marti quien la provoca: I want to be a part of it/ New York, New York. Acepta entonces que ya no es el mismo y al final de la película es él quien propone viajar a otros países antes de regresar al zoológico de Nueva York.
Madagascar es un ejemplo claro de que incluso en las obras comerciales y en la “baja cultura”, hay fórmulas, ecos, reflexiones profundas. Después de todo, este tipo de contenido, así como el contenido de la “alta cultura”, tienen por blanco la naturaleza humana. Marti, el aventurero insaciable; Alex el conformista que se comprende a sí mismo y a la vida luego de una aventura indeseada; Melman, el hipocondriaco; Gloria, la atrevida y adaptable. Tal vez veamos reflejada, en alguno de ellos, nuestra propia identidad.
Con respecto a la tibieza de la trama, a la flexibilidad de la historia y a todos los demás tropiezos narrativos que se nos puedan ocurrir, no hay que ser duros: el público infantil tiene la última palabra.