Año 16, Número 217.
Los cuadros de costumbres son, por sí mismos, un subgénero, y pertenecen al movimiento literario costumbrista que puede calificarse como artículos, aunque se asemejan a crónica social, periodismo cultural o descripción
Verónica Jazmín Hernández Álvarez
Guillermo Prieto es un personaje que no puede faltar si queremos recorrer, de la mano de un buen guía, las bases principales de la literatura nacional del siglo XIX. En términos generales fue escritor, poeta, periodista, crítico y político; basta con revisar los diarios y revistas por los que pasaron su pluma y criterio, para darse cuenta del sentido social que vinculaba su voz con la del pueblo. Independientemente de su popularidad, su cercanía al lector mexicano alcanza un punto culminante en su obra periódica; allí destacan sus cuadros de costumbres, muchos de los cuales figuran en la antología Por estas regiones que no quiero describir, que da título y razón a este texto.
Guillermo Prieto Pradillo nació en el primer tercio del siglo XIX y no llegó a ver el nuevo siglo, pero su pluma probó las tintas más variadas y acompañó a tantos personajes nacionales que escribió de sucesos históricos como si de su propia vida se tratara. La búsqueda de una identidad nacional (idea bajo la que funda la Academia de Letrán, y que le caracterizaba), las invasiones extranjeras, el periodo presidencial de Juárez y el Porfiriato, fueron su vida, y formaron su destacable sentido del progreso. Entonces, como lo acostumbraban los escritores hispanoamericanos del siglo, Prieto basó su literatura, fuera el género que fuera, en una sociedad recién emancipada y desestructurada, regida por un sistema cuestionable que no dudó en señalar con el dedo. Complementó su labor cultural desempeñándose como diputado y ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda numerosas veces, labores en las que volcó todo su optimismo y amor hacia el país, que odiaba ver dividido por cuestiones de raza. Sus esfuerzos no serían coronados con premios, de los que faltaban en esa época, pero a cambio sería nombrado en la historia como “El poeta de la patria” y “El poeta mexicano por excelencia”, títulos otorgados por Ignacio Manuel Altamirano.
El libro en cuestión, Por estas regiones que no quiero describir, rescata diversos cuadros de costumbres del autor, publicados originalmente en medios como El Siglo XIX, Revista Científica y Literaria de México o El Museo Mexicano. Se trata de veintidós textos divididos según su época de publicación: la santanista, los tomados de los años del 1842 a 1845 y 1849, y la porfirista, que adjunta textos de 1878. Es importante destacar que no se rescatan escritos de los años entre ambas épocas, correspondientes a la Segunda Intervención Francesa, el periodo presidencial de Benito Juárez, y otros eventos en los que Prieto estuvo activamente involucrado.
Los cuadros de costumbres son, por sí mismos, un subgénero, y pertenecen al movimiento literario costumbrista que puede calificarse como artículos, aunque se asemejan a crónica social, periodismo cultural o descripción. Bajo la visión del autor son un retrato imparcial y ameno de la vida común de un lugar, así que podemos entenderlos como obras críticas de divulgación, de corte literario. Estos cuadros están dirigidos al público en general, lo que puede notarse gracias al lenguaje coloquial, los tópicos populares y comunes, el medio de difusión y la forma en que Prieto habla a los lectores, los invita a seguir leyendo, y les comparte reflexiones e historias intimas como si conversara con amigos. En este contexto, el político y escritor era muy popular, aunque sus esfuerzos por fomentar una nación culturalmente independiente tuvieran un éxito efímero.
Así pues, sin más presentación, el primer cuadro de costumbres de la antología, cuya temática es el género en sí mismo, comienza con un viaje por México de la mano de un escritor que se presenta entusiasta y crítico, con momentos sentimentales y ataques de humor satírico, todo en el marco del costumbrismo y el “ser” del mexicano. Los textos son cada uno distintos en temática, pero coinciden en varios aspectos: su extensión es corta, se alternan narración y descripción, y cada uno se basa en una imagen, evento o anécdota cotidiana. Cada texto permite ver a través de la realidad mexicana, al describir sus costumbres, vestimenta, manejo político, clases sociales, tradiciones y formas de vida. Si bien, la vida del autor estuvo rodeada de hechos políticos destacables, éstos no los aborda sin pasar primero por la fuente del parque, los amoríos legendarios de un amigo suyo, o la realidad de un indio que aprende a leer. Por eso sus personajes son gente de pueblo, amigos, familia, trabajadores y figuras de poder que pasean por las calles de los lugares que visita. Así genera un ambiente de intimidad que mezcla al lector con el vulgo y explora lugares sospechados e insospechados. Después de una pequeña introducción, como todo buen texto merece, Prieto explora el paisaje del centro de la Ciudad de México y espejo de la realidad del país: un día en el mercado, el encuentro con una muchacha que vende agua de chía, un desfile donde los hipócritas defectos del clero y la milicia son fáciles de señalar, las características de una familia mexicana, la esperanza de un país mejor en una escuela para indios, o la ridiculez de los cocheros que son una vaga imitación de su amo aristócrata. Todo acompañado de comentarios que nos acercan a la vida humana, o al Guillermo autor, cotidiano, curioso y optimista. Su tiempo de escribir es el presente, su lugar de inspiración es el suelo que pisan sus zapatos. Y a pesar de que ese suelo es un México deshecho, guarda la esperanza de que aprendamos de la historia y busquemos un mejor futuro.
La obra de “El poeta de la patria” no fue menos nacional que patriótica. A pesar de que el mexicano plasma nombres extranjeros en sus textos, como Góngora, Víctor Hugo o Cervantes, nunca pierde el rumbo ni deja de criticar el acontecer cotidiano y el “ser” mexicano. Su originalidad puede cuestionarse desde que hablamos de costumbrismo, una corriente popular en México que aludía a lo común, pero su estilo y vida lo mantenían destacable. Es simple y ameno sin abandonar el lenguaje folklórico, y narra en primera persona, como hombre que vivió uno de los periodos más importantes del país, lo que permite entender la importancia que tienen los cuadros de costumbres para él y sus lectores.
Su intención era clara, crear una literatura nacional y mejorar al país, y la plasmó en cada una de sus obras. Ahí está la importancia de los textos del autor, fuera de su valor histórico-cultural. Después de estudiar toda su obra puede decirse que Guillermo Prieto formó una digna biblioteca, con sólo leer uno de sus textos entendemos su carácter de excelente bibliotecario: recopilación histórica, intención clara, estilo personal, prosa amena y destacable, y cercanía con su público.
veronica.halvarez@alumnos.udg.mx