Año 15, Número 199.
La obra Indicios. Atisbos de literatura actual en el Sur de Jalisco es el resultado de casi 27 años de trabajo en el Taller Literario de la Casa de la Cultura de Zapotlán el Grande, impartido por el maestro y escritor Ricardo Sigala
Luis Alberto Pérez Amezcua
I.
Hace casi cuatro años afirmé que Ricardo Sigala era el testigo del Sur de Jalisco. Lo hice a propósito de la publicación de sus ejercicios de periodismo cultural reunidos bajo el título de Letra Sur, publicados por el Centro Universitario del Sur. Hoy es necesario hacer una enfática enmienda: Sigala no sólo es el testigo, sino el arquitecto del Sur de Jalisco. Si la arquitectura, según el Diccionario, es el “arte de proyectar y construir edificios”, su labor en el Taller Literario de la Casa de la Cultura no ha sido otra sino la de la construcción del edificio de la literatura de esta región del estado.
II.
Indicios. Atisbos de literatura actual en el Sur de Jalisco es el plano de ese edificio que se extiende por ciudades como Sayula, San Gabriel, Zapotlán el Grande, Colima y muchos otros suelos más. Seguramente en 1995, en ese lejano septiembre de hace casi veintisiete años, cuando Ricardo Sigala tuvo la primera sesión del Taller literario al que se vinculan los autores y los textos que se incluyen en este libro, el maestro en Literatura del Siglo XX no se imaginaba que lo que empezaba ese día se extendería tanto y daría como resultado tantas habitaciones. Como el buen realista que es, supongo que le auguraba una vida efímera a esas reuniones que serían parte de ese Programa de Apoyo a Municipios que les dio vida. Sin embargo, puedo imaginarlo también, como el gran soñador que es, vislumbrando un proyecto que pudiera hacer coincidir las grandes pasiones de su vida: la amistad, la charla, un buen vino y, sobre todo, la literatura, en una sola, enorme casa.
III.
Ese día ya lejano de septiembre del 98 el doctor Vicente Preciado Zacarías le abriría la puerta de su casa al profe Sigala, quien lo buscaría después del taller, para dejársela abierta para siempre. En el libro que hoy nos congrega, Preciado Zacarías, otro amante de estas tierras y de su literatura, hace lo propio con los lectores con su “Pórtico”, el prólogo del libro nombrado con esa elegancia y propiedad de antaño que tanta falta nos hace para escapar de los títulos que a veces parecen haberse agotado. Un “pórtico” es un elemento arquitectónico con el que se recibe y con el que se protege al que se recibe. No es extraño encontrar los pórticos en los templos, esos espacios en donde aún reside la fe. Este “Pórtico” del doctor Vicente, es parte de este edificio que es Indicios. Atisbos de literatura actual en el Sur de Jalisco.
IV.
Dejo a otros decidir si es sólo una curiosidad hablar ahora de puertas abiertas. Para mí la casa coeditora de este libro parece encajar perfectamente en este diseño que ha sido producido por extrañas confabulaciones. Puertabierta Editores, a cargo de Miguel Uribe, resalta como otro elemento de esta arquitectura rizomática que se extiende sobre nuestras tierras. Se agradece, cómo no, que se haya dado el tiempo, en medio de tanta turbulencia de bienes raíces literarios, para apreciar y apoyar lo que acá se hace, gran parte gracias a los oficios de Ricardo Sigala.
V.
Cuarenta y siete habitaciones conforman esta ala del edificio: se trata de los cuarenta y siete autores del libro.
VI.
En el pasillo que es su estudio introductorio, Ricardo Sigala hace un recuento y una serie de equiparaciones que dejan claro lo que significa picar piedra con paciencia, pues se trata de un taller en el que se ha trabajado en más de mil sesiones. Repito: ¡mil sesiones!… Veinticinco años que equivaldrían a cincuenta semestres en una universidad. El Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara es el otro coeditor a quien se debe agradecer este libro, no sólo por la edición en sí, sino porque ha sido una cantera que ha aportado de manera recurrente escritoras y escritores que han pasado por las aulas cursando la carrera de Letras Hispánicas y que han combinado su formación en estudios literarios con la creación artística en el Taller de Sigala, quien, ya lo dije antes, fue uno de los principales artífices de la apertura de esta licenciatura hace más de una década. Sin duda su trabajo en el Taller, en ese continuo ir y venir, ayudó a generar, madurar y realizar la idea, el sueño, de una carrera en las tierras de Arreola y Rulfo, cimientos fuertes.
VII.
Muchos de nosotros, que no somos de aquí, que nos mudamos, que nos “cambiamos” de casa, lo hicimos de cierta forma porque Ricardo fundó este Taller. Por eso, en lo personal, lo agradezco y lo celebro, porque la literatura cambia y salva vidas.
VIII.
El libro nos ofrece un recorrido por habitaciones que están diseñadas, realizadas y decoradas de diversas maneras. Hay algunas sonrientes. Por ejemplo, la que constituye el sin duda emblemático cuento de Milton Iván Peralta, “Zapotlán no se acaba nunca”. El narrador, hambriento y sediento de formación, acude a la Casa de la Cultura en busca del taller literario. Luego de pensarlo un poco, el policía le responde: “Tal vez sean unos tipos que platicaban los sábados, sí, ellos son, pues ya no se encuentran aquí, tal vez los veas en una cantina o en un téibol” (p. 94). Las cuentas y las deducciones, por favor sáquenlas ustedes.
IX.
Otras “piezas” (utilizo el término como sinónimo de habitación, tal y como hacía mi familia cuando vivía con ellos en Guadalajara) son conmovedoras, casi sin muebles ni adornos, y por ello tristes o nostálgicas, algunas sólo con una cama o una silla. Algunos de los textos poéticos, que aparecen al final del libro, curiosamente tratan el tema de la madre, como uno de Alejandro von Düben, “Una lámpara apagada”, uno de Emmanuel Rocha, “Ella se llamaba Martha” y uno más de María Nieves Moreno Jacobo, “Tristeza”. Un cuento recupera una figura materna memorable, la de “El libro rojo” de Javiera Navarro, que sin saber leer fingía hacerlo por amor a su hijo, y ya se sabe que contar historias a otros es un acto de amor. Otros textos tratan sobre el padre, como el poema “Doxografía de un boxeador noqueado”, de José Emmanuel Navarro, o el cuento titulado precisamente “Padre”, de Arturo Isaías. Madre y padre, columnas.
X.
Hay textos que exponen la violencia contra la mujer, otros que lloran las pérdidas, unos más que exhiben conductas humanas deleznables. Hay cuentos inocentes e infantiles, y otros fantásticos, de fantasmas o de sucesos sobrenaturales, uno más de un asesino serial desatado en Zapotlán el Grande que se vuelve loco con las lluvias y lleva extrañas ofrendas a los templos de la ciudad. Hay otros eróticos y pícaros junto a otros de supervivencia. Hay una niña vendida por su padre, un Abraham moderno. Imposible no simpatizar con el de Yair Ascensión, que empieza así, muy arreolano: “Los habitantes de Tlayolan somos realistas. Aceptamos en principio que nuestros gobernantes sean una mierda” (p. 55). El de Gilberto Moreno, “Reencarnaciones”, describe el ciclo de la vida en dos páginas magistrales. “Las malas manos”, del médico Alejandro Valdovinos, es descarnado. El de Evangelina Velázquez (¿qué no es Paulina?) es enigmático. Como puede deducirse, el edificio puede funcionar también como un museo o una procesión de escaparates.
XI.
“Y lo que el corazón de suyo grabe”. Así termina el poema titulado “Vicente Preciado Zacarías”, de Ramón Rojas Chávez, y así, casi, termina el libro. En el principio, al mero comienzo, Sigala dedica el libro a la memoria de quien da nombre a esta casa.
XIII.
Es 24 de febrero y leo el encabezado de una nota de CNN: “La ciudad de Kyiv se queda a oscuras y en silencio por toque de queda”.
XIII.
Estas líneas terminarán con unas que le pido prestadas al doctor Vicente, que por desgracia son hoy más ciertas que nunca, pero que no renuncian a la fe, a la esperanza del retorno de la luz, palabras las de esas líneas que no dejan de ser un pórtico: “Y precisamente en este tiempo de tinieblas aparece este libro de Ricardo Sigala”.
perez.amezcua@cusur.udg.mx