Año 17, numero 257

Fotografía: Esther Armenta

—¿Qué sentís? ¿miedo? ¿es miedo? Bueno, después me decís.

La voz de la profe está en mis oídos. La escucho alentarme, decir que estoy cerca del piso y lo estoy, lo veo con mis ojos, pero el resto de mi cuerpo no responde. Es mi mente que aniquila toda fuerza, dice: “basta, hasta ahí. No vas a llegar”. Cuando intento bajar más, siento las manos, primero tensas, después temblorosas. La voz en la cabeza se pregunta qué haré si toco el piso, mientras me convence de no bajar más porque no podré sostenerme. Como no llego, la profe pregunta qué siento y si es miedo. Cuelgo la video llamada al terminar la clase, estoy en calma por la meditación, decido volver a bajar al arco. Me pongo de pie en el tapete de yoga. Pies al ancho de las caderas, rodillas semiflexionadas, meto glúteos, manos de bandeja, inhalo hondo. Voy atrás. Siento la respiración sostenida, entonces la vida parece len  ta,  es pa ci  a da.  A medida que la espalda se arquea, las rodillas se flexionan, llego más abajo que en la clase, lo sé porque me grabo. Me detengo a unos centímetros del ras de la pared. Exhalo de golpe. La respiración es un costal que cae. Estoy con el cuerpo hacia atrás con las manos a la pared. Despego una mano, la dejo colgada detrás de la cabeza, los dedos rozan el mat. Es mi forma decirle al cerebro estoy a salvo, no importa si sabré caer, primero debo bajar. El cuerpo no cede, las manos firmes no bajan más, como si un imán las jalara a la pared. Decido quedarme ahí un tiempo, no sé cuánto, el suficiente para que las palmas suden y el miedo corporal se distancie del pensamiento. Vienen las preguntas. ¿Por qué el bloqueo? ¿Es mi miedo a caer? ¿Me preocupa saber qué pasa si llego?  En la postura dudo, de mi fuerza y flexibilidad.  La falta de confianza aparece. Hace al menos ocho años que practico yoga y hace uno estoy con la misma profesora, a la que considero extraordinaria. Si estoy preparada, si ella confía en mi caída, si el cuerpo es el sostén, ¿qué me detiene? ¿Es así en la vida? ¿Nos preparamos para dominar la postura y luego nos bloqueamos?

La postura que intento hacer es la parte final de la clase en la que trabajamos caderas, una zona que “guarda mucha información, sobre todo sentimental”, dijo la profe. No es la primera vez que escucho esa afirmación. El mes pasado fui a un encuentro de yoga y meditación en Guadalajara. Al final de la sesión, una asistente contó que atravesaba un desencuentro con su padre y que durante las posturas de cadera quería llorar al tocar el lado derecho, aseguró que el dolor estaba ligado a la emoción. Entendí a lo que se refería porque lo escuché dos años atrás, en Buenos Aires, Argentina. R, mi entonces maestra, explicó que el lado derecho es lo masculino y el izquierdo lo femenino. En una clase sentí angustia y después mucho llanto en el pecho, al profundizar las posturas, sobre todo al estirar el lado derecho, el izquierdo no era tan intenso. La incomodidad no era física, al estirar había un roce con el placer, pero a medida que más estiraba, más angustia sentía en el interior. Para ir al punto, sintetizaré que en ese momento tenía problemas con varones y estaba en un proceso de adaptación en el que las relaciones masculinas eran importantes. ¿Es casualidad? No dudo en la interiorización del exterior, el guardar, digerir y transmitir, como si el cuerpo fuera el procesador de todo lo que sentimos y nos indica qué hacer para llegar, sino a un estado de felicidad permanente, sí a la plenitud, a una versión ¿real? de nosotras, nosotros, mismos. Si el cuerpo almacena y envía señales de aquí sí y aquí no, las caderas son entonces el botón de descarga. ¿Qué verdad quiere mostrar el cuerpo? ¿Qué traumas y apegos? De algún modo creo que el dolor del lado derecho es la auto exigencia para no perder los lugares conquistados en la familia, los vínculos y el trabajo. ¿Con el miedo a ser desplazadas, podemos hablar de conquistas? ¿Por qué tendría más trabas, más dolor, en las relaciones con varones que con mujeres?

Recuerdo las veces que, obsesionada, analizaba los reconocimientos a colegas varones hechos por colegas y profesoras mujeres. Puede ser que realmente no me esforzara tanto como ellos o que no fuera tan genial, pero había algo de incomodidad, recelo y la idea de impunidad. Una parte de mí, la que me trajo a este punto, se pregunta si el miedo a bajar, si la sensación de angustia, son mis caderas soportando el peso del patriarcado. ¿Padecemos del mismo modo los miedos los hombres y las mujeres?

De nosotras, de mí, puedo asegurar que palidecemos de angustia y terror a un futuro incierto y un presente distorsionado al que decidimos desafiar cada día.

¿Qué quieren decirme las caderas? En una página random de internet, se enlistan las posibles causas del dolor de cadera: miedo al futuro, miedo a las relaciones, inseguridad en uno mismo, aferrarse al pasado, traumas físicos o emocionales. Para cada dolencia encuentro una causa personal que seguro otras, otros tienen. ¿Cuántas adoloridas, adoloridos, andamos por las calles? ¿Es que apenas tomamos consciencia de la existencia, se nos otorga la molestia de las caderas? Vuelvo a mi respiración y a los brazos en la pared. Estoy ahí, con el suspenso de la caída y no sé qué hacer con mi peso, entonces decido no hacer nada y volver.

Más tarde envío el video donde suelto la mano de la pared a mi profesora, responde con un dato revelador: el punto no es tocar el piso, sino bajar tocando la pared. Resulta más desafiante porque no hay que llegar a ninguna parte, es bajar el pulso de la confianza hacia la incertidumbre. De cruzar la barrera, podría descubrir que la fuerza y la flexibilidad están ahí y es hermoso o quizá no pasa nada. Seguiré intentando, habitando ese espacio de suspenso, de vida es pa ci a da, aunque el temor haga sudar las palmas de las manos, porque como dice F, mi maestra: “el miedo hay que validarlo, hacer contacto e ir de a poquito”.  Supongo que es así con todo, con los traumas, los desafíos y los sueños. Ir de a poco, dejar que se abra, que duela, que se exponga lo aprendido y apropiado. La elección de qué hacemos con ello es personal. Algunas hablarán de soltar, otras de transformarlo, de abrazar, resignificar.

Esther Armenta.