Año 16, Número 223.
Ramón Moreno Rodríguez
El sábado 25 de febrero la doctora Silvia Quezada impartió la cátedra titulada “Las poetas contemporáneas del siglo XXI en Jalisco”, que forma parte del Segundo Seminario de Literaturas Regionales: Cuatro miradas pacífico-occidentales. Al final de tan interesante disertación la académica de la UdeG nos concedió una entrevista para hablar un poco más de los temas que nos expuso en esta clase. Debo reconocer que nos tocó disfrutar de una espléndida página de la literatura jalisciense: la poesía hecha por mujeres.
Doctora, nos hablaba usted de un nutrido grupo de mujeres que hacen poesía en nuestro estado. Las organizaba en dos subgrupos. Díganos algunos detalles que describan en general a estas dos agrupaciones para nuestros lectores, aquellos que no tuvieron oportunidad de escuchar su ponencia.
Jalisco posee un buen número de mujeres poetas en activo. En el Diccionario de escritoras en Guadalajara, por ejemplo, se consignan cincuenta y cinco que han publicado por lo menos un libro de versos. La antología Escritores en el Sur de Jalisco presenta a poetas como Teresa Gómez, Érika Sánchez Benavides y Lizeth Sevilla. Para organizar ese alto número de datos se trabaja en primer término el método cuantitativo, buscando respuestas como: ¿Cuántas de ellas han escrito un solo libro? ¿Quiénes se encuentran en activo? ¿Cuáles de sus libros han recibido premios nacionales o internacionales? Enseguida procedemos hacia el método cualitativo, preguntándonos cuáles son los temas abordados por ellas. De esta manera observamos una gran cantidad de autoras que trabajan la poesía social, seguida del intimismo, destacándose también el tema de la soledad intramuros. Desde otra perspectiva se mira a la mayoría como poetas del verso libre, aunque se dan obras que mantienen al soneto y la décima como formas consagradas.
Decía usted que la situación de las mujeres que hacían poesía se modificó en los años ochenta. Que esto fue un parteaguas. Que hasta antes, las mujeres que asistían a los talleres de creación literaria tenían que ser las choferes de los poetas hombres. ¿Dónde empezaba esa marginación? ¿Los hombres se las imponían o ellas no se atrevían a dar el paso que las hiciera protagonistas?
No creo que las mujeres se autoimpusieran un rol de servilismo. Acaso aquellas que, casadas, decidieran obedecer a la autoridad del hombre, como lo marca la tradición. Hace unos días conversaba con una de las escritoras más prolíficas nacidas en la década de los cuarenta, quien me mencionaba que permitió pasaran de largo importantes oportunidades de presentaciones de sus libros porque su esposo no consideraba dignos esos espacios. La marginación comenzó hace mucho tiempo, cuando las mujeres desearon ingresar a las universidades, cuando publicaron sus propios libros. Recuerdo una crítica de Genaro Fernández Mc Gregor acerca de la jalisciense Guadalupe Dueñas; éste hablaba en la prensa nacional de la belleza de la debutante y su educación en colegios de monjas, pero sin mencionar la obra en cuestión.
Entre los dirigentes de talleres antes de los ochenta, aquellos en que eran marginadas las mujeres, mencionó usted el de Juan José Arreola. ¿Por qué un intelectual tan preclaro se prestaba para hacerle el juego a la cultura patriarcal de aquellos tiempos? ¿Coincide esta visión con lo que recientemente dijo Elena Poniatowska de Arreola y la paternidad de éste del primer hijo que ella tuvo?
Como lo mencioné en la conferencia, Martha Cerda ha escrito el papel que las escritoras de su generación tuvieron en las reuniones de los primeros escritores, quienes recibían en su casa a quienes lo desearan, como son los casos de Adalberto Navarro Sánchez, Arturo Rivas Sáinz y Nacho Arriola. Los y las jóvenes se acercaban por la posibilidades, tanto de aprender como de ser publicados en Summa y Etcaetera; entre las autoras estuvieron Amalia Guerra, Paula Alcocer, Patricia Medina, María Luisa Burillo, entre otras. A dichas reuniones vinieron a sumarse con el tiempo los talleres de Elías Nandino y Juan José Arreola. Martha Cerda cuenta que ella misma le solicitó al doctor Nandino que ofreciera un taller donde se admitieran mujeres, el cual se abrió en el Exconvento del Carmen, antes de eso sólo asistían varones en la Casa de la Cultura. En mi caso, a instancias de Luis Patiño, acudí a algunas sesiones en el exconvento como alumna del maestro Arreola. El grupo era mixto, pero la voz (cuando era otorgada) se daba a los aspirantes a escritor más que a nosotras. La cultura patriarcal estaba en el aire. Con respecto al lazo Arreola-Poniatowska no tengo nada que opinar, son temas extraliterarios que hay que conocer de cerca para expresar argumentos válidos.
Usted aclaró que la situación de las poetas de hoy en Jalisco es muy otra, sin embargo nos refirió casos de mujeres que hacen poesía y que siguen siendo incomprendidas o mal tratadas por el medio cultural un tanto intolerante con esas voces duras y acusadoras. Nos contó lo que le sucedía a la poesía que inicialmente escribía Berónica Palacios. Entonces, ¿el machismo en nuestro estado no ha cambiado tanto como deseamos?
Desde la aparición de los Estridentistas en México ha habido una revisión feroz de la producción literaria, no se diga en la revista Contemporáneos, en la cual la voz de la mujer es apenas un suave aleteo. La revista Taller igual. He leído críticas muy duras en la pluma de Adalberto Navarro Sánchez para escritoras como Beatriz Ofelia para Cinco poemas de primer entusiasmo, por ejemplo. Las revistas Cúspide o Summa ya observaron una apertura importante para las voces femeninas. La inclusión de la mujer en los medios impresos no ha sido fácil, hay un doble ojo crítico. Los temas “impropios” tuvieron una exégesis brutal; en el siglo XXI tenemos autoras como Leticia Cortés o Tania Cosío, quienes hablan de todos los temas con verdadera exquisitez retórica. En nuestro estado van apareciendo voces que se atreven a hablar del disfuncionalismo familiar de una manera precisa, como es el caso de Cindy Hatch, escritora joven con trazo impecable en sus poemas. No hemos roto con el machismo. Lo prueban los recientes escándalos en torno a jóvenes escritoras que se atreven a levantar la voz cuando son acosadas en su trabajo por sus editores.
Observé cuidadosamente que usted nunca dijo “poetisas” sino siempre se refirió a “poetas”. Esta primera palabra ha sido motivo de tremendas polémicas. Entre otros autores, Octavio Paz se resistía a dejar de usarla. En términos generales ¿cuál es su posición al respecto y por qué debemos anatematizar dicha palabra? ¿Cuál es su culpa o su pecado?
El primer diccionario de Nebrija, el del siglo XV, consignaba el término poeta para hombres y mujeres. Con el tiempo la palabra poetisa se usó como un término despectivo, atribuyéndolo a quienes intentaban hacer poesía sin calidad. Es una cuestión, como usted lo comenta, de postura. Si puedo nombrar al poeta y a la poeta de modo indistinto, no veo el porqué llamarla poetisa. Para mí es una cuestión de economía del lenguaje… ¿para qué necesitamos dos palabras para un mismo oficio, cuando además la poesía es un sustantivo femenino? Yo no repruebo ni condeno a quienes se distinguen a sí mismas como poetisas, cada una tendrá sus razones. La lengua es una materia viva, y el término poeta se utiliza ahora con mayor frecuencia que el otro.
Pues si le parece bien, dejemos los aspectos generales y entremos de lleno en las autoras de las que nos habló. La primera fue Guadalupe Morfín. De ella, entre otras cosas, me llamó la atención esta especie de principio literario que ud sintetizó en la expresión “la poesía nos permite echar raíz en tiempo de tormentas”. Explíquenos esta máxima poética.
Son palabras dichas por Guadalupe Morfín. Yo las entiendo como la posibilidad de utilizar a la poesía como una herramienta para salvarnos de la barbarie; Guadalupe Morfín representa para mí a la escritora moderna, imbuida en temas de carácter político social de alto espectro. Es una poeta que cuestiona al sistema, maneja datos, hace reflexionar al otro desde la musicalidad de su decir. La poesía ha sido siempre un aliciente para transformar la mirada que tenemos sobre el mundo.
Leímos dos bellos poemas de Morfín; el segundo parece que fue el más exitoso. Se titula “Oración al fregar esta cazuela” Muchas cosas podríamos decir de esta pequeña obra maestra, pero nos centraremos en lo que usted hizo hincapié: la carencia de métrica y de estrofas parecidas en su número de versos y dijo usted que lo poético surgía, entre otras cosas, del ritmo interno, de la cadencia. ¿Por qué hoy la poesía ya no posee esos elementos? Es que acaso ya no entendemos hoy por poesía lo que antes se entendía por ésta.
“La oración al fregar esta cazuela” es mi poema favorito escrito por una escritora mexicana. Me identifico con la voz lírica cuando no sabe cómo actuar ante un país que se fragmenta por el poder y la ambición. Morfín hace uso de la enumeración para acumular un concepto, como el de la violencia por ejemplo, de manera sucesiva une imágenes diversas que tocan a ese mismo asunto. Morfín convoca a los sentidos, a la belleza de la naturaleza circundante, y logra, desde la contraposición visual, nuevas realidades. Lo más bello es que luego de leer esta composición tenemos un retrato completo de quien lo ha escrito, como si todos los rasgos del carácter de Guadalupe Morfín formaron una etopeya.
¿La poesía se ha acercado a la prosa y le compite? ¿Los poetas hoy no pueden o no quieren escribir poemas como los de Sor Juana? ¿El público tampoco los entendería, por eso es que hay que prosificar la poesía?
La poesía es hija de su tiempo. A nadie le interesa escribir hoy día como Sor Juana, ese gusto ya no responde a nuestras circunstancias. La apreciamos como protagonista de su época, culterana o conceptista. Esta mañana una estudiante me expresó que sí le gusta la poesía, pero aquella que ella entendía. ¿Entonces qué hacemos con los textos de López Velarde o de Jorge Cuesta, me pregunté. ¿Para entender a los Contemporáneos debo leer solo a Novo? La poesía es un ejercicio de lectura gradual. La prosa poética es poesía. De ninguna manera debemos renunciar a la poesía, ella es nuestro sustento central.
Otro signo distintivo de la poesía de hoy, y está presente en todas las autoras de quienes nos habló, es la poesía de “compromiso vital”, permítaseme llamarla así. Hasta no hace mucho tiempo se decía que la literatura no debe tener otro compromiso sino consigo misma; me refiero a aquella expresión de “el arte por el arte”, pero hoy, parece que la poesía está obligada a comprometerse; mejor aún, a ser políticamente correcta. ¿Qué de bueno hay en este viraje? ¿Se equivocaron autores como Paz, como Villaurrutia como López Velarde tan obsesionados por el verso perfecto? Es famoso el caso de López Velarde que dejaba huecos en muchos versos porque no le gustaba ninguna palabra y prefería esperar hasta descubrir el adjetivo perfecto para ese verso. Hoy, no creo que los poetas en general (hombres o mujeres) se preocupen por eso, hasta diría que huyen de eso.
El versolibrismo se ha instalado a sus anchas en el sillón de la poesía. Muy pocos pierden el sueño por decidir si una preposición es mejor que otra en una oración, como sucede en la trama de La peste. Como lectora, busco poemas que me conmocionen, me hagan pensar, me lleven a sitios insólitos, a esos que no puedo llegar tomado un avión o un auto. Me gusta visitar el jardín de Coral Bracho y ver el pasaje yermo de Patricia Medina, para colmarme de revisiones de vida, como la de ella.
Pues doctora, para terminar por mi parte y anteponiendo mi agradecimiento por concederme esta entrevista, una última pregunta. ¿Qué futuro le espera a la poesía en Jalisco? ¿Llegará el día en que estemos condenados a no conocer a no leer a todas o a la mayoría de tantas poetas que trabajan ahora en sus versos?
Confiemos en que la poesía mantendrá la función reivindicadora del hombre como término general para la raza humana. La poesía cumple una función espiritual en cada momento histórico. Nuestro siglo, tan cargado de violencia, necesariamente buscará en la palabra el contrapeso de la desilusión. Es imposible leer a todas las autoras jaliscienses. Propongámonos leer por lo menos un libro de cada una, busquemos sus libros en bibliotecas y librerías. Regalémonos esos rectángulos de papel y palabras.
ramon.moreno@cusur.udg.mx