Año 17, número 254.
José de Jesús Vargas Quezada
La publicación de un libro es siempre loable, porque promueve la cultura de las letras. También porque tras cada línea subyace el trabajo de un escritor, y cuando éste es meritorio se proyecta luz donde antes no la había. Pero sobre todo un nuevo libro es motivo de júbilo, porque se agrega una página más al texto que ya venimos construyendo desde hace siglos. Con este volumen, Ricardo Sigala Gómez vuelve a confirmarse como adalid de esa conjura solitaria que llamamos literatura.
La palabra y el silencio contiene nueve textos. El primero, “El evangelio según Juan José Arreola”, es una interpretación del famoso De memoria y olvido, su centro temático es la analogía entre el autor de Confabulario y la figura de Jesucristo. En “El joven Arreola y una biblioteca del sur de Jalisco”, Sigala rastrea los libros con los que se formó el joven Arreola, pertenecientes a Alfredo Velasco Cisneros y a Guillermo Jiménez; al final señala un detalle especialmente importante para los involucrados en la inquieta conjura literaria de esta zona: «Con mucha frecuencia se habla de las personalidades de la cultura de Ciudad Guzmán, ellos nos representan y nos dan identidad, sin embargo poco o nada se habla de las bibliotecas de la ciudad, sin las cuales la historia de nuestra cultura sería diferente». En el tercer artículo, titulado “Tras la pista de Lopez Velarde en Apuntes de Arreola en Zapotlán”, se explora la presencia del jerezano en esas tardes de Zapotlán, en las que Arreola y Preciado conjuraban las voces de la «zarza ardiente». En “Los avatares de un libro: López Velarde, Arreola y Preciado Zacarías”, Sigala explora los enrevesados episodios de la gestación, los problemas y el rescate del último libro de Arreola, Ramón López Velarde, una lectura parcial. En “Partici-Pasiones: la ruta de un clásico zapotlense” asistimos a aquella mítica presentación de la primera obra édita de Preciado Zacarías en la Sala de Trofeos del Club Guadalajara. En “Preciado tiempo” conocemos el origen de la amistad entre don Vicente y Sigala, cifrada desde el principio por una frase de Alfonso X el Sabio. Finalmente, “Vicente Preciado: la palabra y el silencio” es una radiografía del mutismo que nuestro maestro profesó durante muchos años.
El título sintetiza la apuesta de Ricardo Sigala, su periplo inicia con la prodigiosa oralidad arreolina y finaliza con la silenciosa sabiduría a la que nos acostumbró Vicente Preciado; (permítaseme en este punto una digresión: me gusta imaginar que esos silencios del maestro vaticinaban la asunción de la nueva literatura zapotlense, aunque uno nunca sabe). César Aira menciona que los autores no deberían anhelar la escritura de un buen libro, porque ya existen tantos de esta categoría que no alcanza una vida para leerlos; en cambio —añade el argentino— conviene buscar lo nuevo, lo distinto, sin hacer mucho caso a quienes ostentan las claves de la calidad literaria. Esta idea nos permite vislumbrar uno de los objetivos de Ricardo Sigala, pues la novedad de su libro tal vez radica en señalarnos que la palabra y el silencio son dos nombres de la misma sustancia.
La oralidad de Arreola renace de algún modo en don Vicente, quien tuvo que guardar silencio pero antes nos legó su voz, renovando así aquel diálogo que se viene construyendo desde hace siglos. Quizá para despertarnos Sigala conjura la sombra de estos tres clásicos, pues a fin de cuentas como señala al final de uno de sus textos, «quienes recibimos la influencia de Vicente Preciado Zacarías ya estamos hechos de la materia de sus obras, de este preciado tiempo que hemos compartido, que nos constituye y reconstituye y nos acompañará por siempre, como una lámpara alimentada por un inagotable aceite».
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