Año 15, Número 200.
En 63 señoritas condenadas a la desolación de Érika Zepeda, cada mujer gira en un círculo que tiene su origen en el quiebre, en la ruptura de la propia realidad que revela la situación en la que se encuentra
Alexia Bermúdez Negrete
En algún punto, la vida se convierte en un círculo vicioso, y una vez que cada persona se ve inmersa en el inicio del suyo, nadie queda exento de vivir lo que le reste de vida en él. En 63 señoritas condenadas a la desolación de Érika Zepeda, cada mujer gira en un círculo que tiene su origen en el quiebre, en la ruptura de la propia realidad que revela la situación en la que se encuentra: una desolación sin retorno, una caída libre dada por siempre, constante y presente, hacia la penumbra y el desasosiego. En el libro, a lo largo de sesenta y tres historias cortas, la autora nos revela que la mujer, desde cualquier edad, posición y mentalidad, toca fondo; en aquel lugar oscuro habitan los actos más tristes e impensables, tan cotidianos como despertar, pero con el aditivo del malestar y la congoja latentes a cada momento.
La señorita dieciséis, mujer que parece estar atormentada por las miles de preguntas que le llenan la cabeza y termina sumergida en una piscina llena de las abrumadoras ideas que han traspasado su mente, se siente como un reflejo, como un vistazo a esa parte de la mente que nunca descansa en cada una de nosotras. Donde las preocupaciones ocupan el espacio de nuestro disfrute, donde no existe nada más que el cruel pensamiento. La mente se vuelve el peor enemigo y traiciona de la manera más vil; es un switch sin la posibilidad de ser apagado, que se enciende solo y cuando la persona puede llegar a ser más miserable.
Por otro lado, la señorita de corta edad número veintitrés toca un tema sensible, no sólo por el acto mismo, sino también por la cotidianidad con la que sucede actualmente. Almendra, la niña de la historia, en un afán amoroso de salvar a su hermanita de una condena escrita en su destino y para, intuyo, no dejarla sola o esquivar el mismo abuso que ella misma lleva años sufriendo, se ahoga junto con la recién nacida en un baño de hospital. A los gritos de los familiares y enfermeras que las buscan, por un pequeño momento, se suma la propia voz del lector, pero al ver el desenlace de las hermanas, aquella pena que los personajes sintieron no inunda nuestro corazón, pues nuestras mentes conocen el motivo del acto, el asqueroso cruce de la línea que divide a un hombre del título de padre que adquiere cuando tiene hijos: la violación.
En la señorita treinta y dos, así como en la dieciséis, se hace presente una cuestión cotidiana que amenaza cada día con arruinarlo: la culpa. Se nos presenta la imagen de una mujer que tiene que justificar un atracón de comida por el tipo de alimento y la cantidad; se trata de una mujer que por mantener el estatus y nivel de aquellas féminas estereotipadas y “en forma”, se siente completamente culpable por comerse un pastel de chocolate entero. La mujer decide llenarse la cabeza con la justificación indicada, esa que le dé el valor para atreverse a comer lo que, en realidad, y como a todos los demás, pero sin culpa, se le antoje.
La señorita treinta y cuatro. La prohibición, la practicidad y el abuso. Es un monólogo crudo que nos deja ver cómo una madre pule y condiciona la vestimenta y el actuar de su hija para un beneficio monetario, la ganancia de la prostitución obligada; por ser antes la profesión de la madre, ahora es heredada a una hija que, si yo fuera ella, estaría al borde del abismo, por encontrarse criticada, condicionada, aprovechada y, además, amarrada a peticiones inhumanas de una mantenida que dice ser su madre. Otro título perdido: la maternidad.
En la señorita cuarenta y tres otro tema actual es tocado: la complacencia ajena y cómo esta lleva a muchas personas a extremos peligrosos. La pérdida de peso de la protagonista apunta directamente a la bulimia y la aparición de la bulimia sólo apunta a un estándar impuesto por la sociedad, uno que arraigado en una persona con un afán desesperado por encajar, consigue deshacer la humanidad de cualquiera. La falsa amistad recalca que el “gran cambio” de la mujer se debe a la complacencia ajena y, tristemente, la satisfacción que ella siente ante las miradas penetrantes sobre sí misma no es más que un espejismo de gusto personal, que disfraza el descanso del anhelo desgastante que es vivir con características que no sean funcionales o atractivas para los otros.
Casi para finalizar, la señorita sesenta y dos da un claro golpe a nuestras realidades. Se conoce una relación amorosa acabada por el “otro”. La envidia y la intromisión de los ajenos en nuestra vida resulta, para todos, una pérdida del amor propio y del prójimo, que termina, con el que sucumbe al qué dirán, en una tremenda soledad irremediable.
Y todo esto, no es más que una simple interpretación de las líneas que conforman las historias de las señoritas seleccionadas y el libro entero. La magia que se esconde tras algunas de las historias escritas por Érika Zepeda en 63 señoritas condenadas a la desolación se ve tras eso mismo: la propia interpretación, el sentir que en cada lector renace cuando se topa con la escritura de un hecho que parece suyo: una identificación. Uno no realza aquello que no reconoce, aquello que no siente como parte de sí y es fácil, aunque un poco desalentador, verse reflejado en muchos de los relatos de la autora.
Las preocupaciones, el abuso, la culpa; la prohibición, la complacencia ajena y la envidia, son algunas de las palabras que me atañen tras haber leído el libro, y puedo asegurar que cada lectura será especial, pues cada mujer se encuentra inmersa en un círculo vicioso diferente, para el cual el libro y las sesenta y tres historias que la autora escribió encontrará una línea que resalte y le haga tomar conciencia de la constante y permanente desolación que le condena.
alexia.bermudez5834@alumnos.udg.mx