Año 18, número 262.
El pasado jueves 10 de octubre, de 6:30 p.m. a 8:00 p.m., tuvo lugar el Café Filosófico en Casa del Arte, que, en esta ocasión, se abordó uno de los temas más trascendentales para la existencia humana: ¿La muerte es el sentido de la vida?. Moderado por Oscar Gómez González, el encuentro reunió un grupo diverso compuesto por asistentes de la comunidad en general y del Centro Universitario del Sur. Entre todos discutieron a profundidad sobre este tema que ha inquietado a filósofos y pensadores desde la antigüedad.
El ambiente era distendido y cálido desde el principio; el aroma del café llenaba el auditorio mientras los participantes (algunos con la taza en mano) intercambiaban breves comentarios sobre el tema antes de comenzar oficialmente. Óscar dio su introducción de cinco minutos y brindó a los presentes una breve pero precisa síntesis de las perspectivas filosóficas clásicas sobre la muerte y su relación con el sentido de la vida.
Oscar comenzó con una mención sobre la visión de Sócrates y Platón, quienes consideraban la muerte como un tránsito a otro estado de existencia, motivo por el cual no debía temerse. Este pensamiento compartido por muchas religiones, plantea que la vida tiene un sentido en tanto prepara el alma para lo que vendrá después de la muerte. Luego, el moderador nos llevó a las ideas estoicas y aristotélicas, donde la muerte se presenta más como un límite inevitable que no define la vida misma, sino que nos impulsa a vivir lo mejor posible antes de que llegue. Aquí, Oscar destacó la diferencia para estos filósofos: la muerte no necesariamente da sentido a la vida, sino que es una condición para que la vivamos bien.
La atención se centró entonces en la perspectiva de Martin Heidegger, quien sostiene que la única forma de vivir auténticamente es con una conciencia constante de nuestra finitud. Para él, estar siempre conscientes de que podemos morir en cualquier momento nos ayuda a tomar decisiones más genuinas y vivir de acuerdo con lo que verdaderamente valoramos. En contraste, Albert Camus con su famoso cuestionamiento sobre el suicidio como el único problema filosófico real, introdujo una dimensión más radical: si la vida es esencialmente absurda, ¿tiene algún sentido aferrarse a ella? Para Camus, vivir es un acto de rebeldía contra este absurdo, y aunque la muerte no nos ofrezca respuestas definitivas, confrontarla es inevitable.
Tras esta introducción las manos comenzaron a levantarse y la conversación fluía de manera natural. Algunos participantes coincidieron con la idea de que, la muerte es lo único inevitable y nos motiva a aprovechar el tiempo limitado que tenemos. A partir de esta reflexión, surgió una noción clara: el fin de la vida es lo que nos impulsa a vivir con mayor intensidad. Sin embargo, otros consideraron que la muerte, aunque inevitable, no constituye el sentido de la vida, sino un destino al que debemos enfrentarnos con serenidad.
La discusión tomó otra dirección cuando varios asistentes expresaron su visión de la muerte como algo aterrador por su carácter desconocido. Uno de los participantes señaló que para muchos, el miedo a la muerte es lo que impulsa la creación de mitos o creencias sobre la vida después de la muerte, dándonos la esperanza de que hay algo más allá. A este punto, Oscar introdujo una reflexión que llevó la discusión a un nivel más conceptual: la distinción entre entender la muerte como un «sentido» (tanto en destino inevitable como en «el sentido de una calle») y entender si realmente es lo que le da valor a la vida.
Aquí surgió una interesante divergencia. Algunos participantes defendían que, si la vida tiene sentido, debe ser la muerte la que lo define, ya que todo en la vida parece dirigirse hacia ese fin. Sin embargo, otros se preguntaban si en realidad se trataba de otorgarle un valor especial a cada uno de los momentos vividos, con la muerte simplemente cerrando ese ciclo. En ese sentido, uno de los asistentes mencionó la idea de que vivir con la consciencia de la muerte ayuda a aceptar su inevitabilidad, lo que a su vez, puede hacernos apreciar más la vida y sus pequeños placeres. Esto fue relacionado nuevamente con Heidegger, quien insistía en que la conciencia de nuestra mortalidad es lo que nos libera de vivir bajo las expectativas sociales y nos permite vivir de manera auténtica.
La conversación continuó con una serie de intervenciones que vinculaban la biología y la inevitabilidad de la muerte. Se mencionó que, desde el punto de vista evolutivo, los seres vivos estamos diseñados para perecer, y que nuestra capacidad de aceptar la muerte es lo que nos ayuda a vivir bien. Algunos citaron la importancia de aprender a morir bien, ya que como seres conscientes, nuestra muerte es el último acto de la vida y debe prepararse como tal.
Finalmente, la pregunta que parecía subyacer a muchas de las intervenciones era si la muerte puede o debe considerarse el sentido último de la vida; o si es solo un evento que marca el cierre de un ciclo. En este sentido, varios asistentes reflexionaron sobre si el verdadero sentido de la vida no reside, en última instancia, en lo que hacemos mientras estamos vivos, en las conexiones que creamos y las experiencias que acumulamos. Otros señalaron que pensar en la muerte solo como un fin no necesariamente ofrece respuestas satisfactorias sobre el propósito de nuestra existencia.
El moderador cerró el Café Filosófico y subrayó la importancia de la discusión, ademas, dejó espacio para que cada quien reflexionara en su propio tiempo. Sin embargo, quedó en claro que,aunque la muerte sea un hecho inevitable y en muchos casos temido, su relación con el sentido de la vida es compleja y multifacética. Si bien, algunos encontraron en la muerte una fuente de valor y significado para sus vidas, otros vieron en ella simplemente un destino ineludible, sin que necesariamente defina su propósito vital. ¿Es la muerte el sentido de la vida? Parece que la respuesta dependerá de cómo cada uno elija vivir la suya.
Oscar Gómez-González
oscar.gomez@academicos.udg.mx