Año 18, número 270.
«Las historias se extinguen porque la ciudad, escenario de la realidad, es silente a pesar de su bullicio» -Fernanda Melchor

La realidad es un diamante en bruto y la literatura una manera de hacer algo con ella. La moldea, la pule y le da brillo de una manera inigualable esperando, en el mejor de los casos, que sea más significativa para el mundo. Es entonces que la ficción se alimenta de la cotidianidad y, en un lugar como México, este día a día tiene matices oscuros, bordes
abruptos y testimonios nebulosos. Realidades miserables como crímenes de odio, cuerpos olvidados, tráfico de drogas, desapariciones forzadas, abusos, ecocidios, injusticias, pobreza, desconsideraciones, brutalidades y cualquier forma de violencia e insensibilidad son el aire que se respira y que se muestra fuertemente retratado en la narrativa de Fernanda Melchor.
Temporada de huracanes de Fernanda Melchor es una novela peculiar, tanto por el estilo narrativo que emplea, el lenguaje característico que crea cercanía con los personajes y, por supuesto, por los tópicos que aborda desde la trinchera de la ficción. La obra en cuestión recoge testimonios poco convencionales de los personajes involucrados con el objetivo de contar un crimen de manera ilustrativa, lo que permite adentrarnos en la psique de cada uno de ellos a través de sus voces. Todo con la finalidad de entender sus realidades y el vínculo principal con un asesinato que presuntamente fue el incentivo real que motivó la creación de la novela.
El libro se centra en temas específicos que se explican más adelante. Se reflejan el contexto social y económico en un pueblo llamado La Matosa, así como las condiciones en las que viven los personajes principales: Yesenia, Norma, Luismi, Brando y Munra. Todo como un reflejo de la realidad diaria que al mismo tiempo denota miseria. La miseria de la que se habla tiene diferentes escalas, matices y elementos que la construyen están estrechamente conectadas a experiencias de vida cruelmente viscerales que conforman la vida misma en un entorno como lo es México. Lugares que perfectamente podrían ser cualquier sitio parecido a La Matosa. Razón por la que este tipo de historias tocan fibras sensibles en cada uno de nosotros, al tratarse de escenarios que de manera inquietante están a nuestro alcance.
En primera instancia, se evidencia la desigualdad en el nicho familiar y los malos tratos. Forma parte de una dinámica tradicional machista interiorizada en la educación de algunas mujeres y perpetrada en el hogar de generación en generación, como reflejo de la realidad de muchas familias, de acuerdo con el contexto social y geográfico de la obra.
La abuela tardó años enteros en pagar el velorio y la tumba con el dinero que sacaba vendiendo jugos en un triciclo […] mientras que Yesenia se quedaba en casa a cuidar a las primas más chicas y al pinche chamaco ese que nomás creció para volverse un infeliz cabrón desgraciado que le hacía la vida imposible […] y por lo tanto era quien se llevaba siempre la chinga más pesada y las cuerizas de la vieja cuando las cosas salían mal, cuando las cosas no se hacían como la abuela quería, y era también Yesenia quien tenía que responder por las maldades de su primo
(Melchor, 2017, p. 42).
La desigualdad y el constante favoritismo de la abuela por su nieto varón (Luismi) y la veneración de éste por encima de las mujeres del hogar (Yesenia) es una situación constante en muchas familias, así como un recordatorio de la inferioridad y desvalorización que históricamente ha aquejado a las mujeres. Esta realidad que se vive en México es narrada en la novela.
Es entonces cuando se puede hablar de machismo y misoginia como otra arista de la normalidad. Ambas son representadas en la obra y se relacionan con la idea anterior. La abuela muestra un fuerte desprecio hacia sus nietas y específicamente hacia Yesenia. Este contraste de opiniones y tratos es algo que Melchor rescata del día a día de la sociedad en México. Por supuesto, estas ideas están arraigadas en muchas personas de distintas generaciones, pero más en aquellas que radican en comunidades parecidas a La Matosa, influyendo en sus creencias, valores y opiniones.
¡Cómo iba a dejar doña Tina desamparada a esa pobre criatura, su único nieto varón, el hijo de su adorado Maurilio, que estaba tan enfermo el pobre, que no podía hacerse cargo del niño! Cómo iba a decirle que no a Maurilio, el único que se sacrificó por ella y dejó la escuela cuando recién llegaron a La Matosa […] mientras que ustedes dos nomás se la pasaban de putas, metiéndose con los traileros y los peones del Ingenio (p. 37).
Anteriormente se ha mencionado que todos los elementos están interrelacionados. Entonces, cuando se habla de violencia, es lógico intuir que hay agentes que propician ciertas acciones que pueden catalogarse dentro de ella. La violencia, además de ser un agente de control, roza el espectro del bien y el mal, de modo que está mucho más relacionada a lo malo, lo podrido, a los deseos más bajos del ser humano. Mismos que la ética, la moralidad e incluso construcciones sociales y políticas se han encargado de mantener al margen.
La violencia, entendida como el daño al otro, es una de las partes medulares de la obra. No sólo porque la historia gira en torno a un crimen que además de eso, podría ser un presagio de lo que se vive en La Matosa. “El rostro podrido de un muerto entre los juncos y las bolsas de plástico que el viento empujaba desde la carretera, la máscara prieta que bullía en una mirada de culebras negras, y sonreía” (p. 12). Sino porque dicha violencia toma las más extrañas formas: verbal, física, psicológica, económica y sexual, como parte de un ente vivo, un reflejo de cómo es la vida cotidiana en un lugar donde no se tiene distinción de ningún tipo entre lo que es bueno y malo. El abuso de cualquier clase, hasta la desigualdad de condiciones para el desarrollo digno y subsistencia de las personas, son otras formas de violentar, sin embargo, en la obra se acentúan dos tipos de abusos principalmente: el abuso sexual y el abuso de poder.
Las formas de abuso que representa Melchor no tienen ningún escrúpulo. El tipo de manipulación que va desde lo psicológico hasta lo sexual, este aspecto es padecido por Norma, una niña que se vio obligada a madurar antes de tiempo por las exigencias que requería su entorno familiar y en general, la realidad en la que vivía. Norma, una adolescente que se ve envuelta en las garras de un depredador, su padrastro, quien finalmente la manipula hasta hacerla pensar que él sólo correspondió a su deseo sexual. “Y la verdad es que para ese entonces Norma ya le había permitido mucho a su padrastro, demasiado, y lo peor de todo es que encima tenía ganas de permitirle aún más, permitirle que le hiciera lo que él tanto quería” (p. 126).
Por otra parte, en Temporada de huracanes la violencia es un fin. Es el camino que Luismi y Brando deciden tomar para cometer un crimen, aunque esto es sólo una verdad somera. Lo que se ve de una realidad latente y las ramificaciones de ésta en la psique de los personajes surgen de sitios recónditos y oscuros. Es acertado pensar que lo que motivó a ambos personajes a terminar con la vida de la Bruja fue la necesidad económica en Brando y la venganza en Luismi. También se trata de un cóctel de factores, una gran cantidad de estímulos con un atisbo de maldad que nuevamente responde a la naturaleza mal aspectada del ser humano.
Una de las vertientes más importantes de la obra y que quizás es el detonante de muchas acciones dentro de ella es la pobreza. El argumento de la pobreza como un pretexto perfecto para que sucedan infinidad de escenarios, no podría ser más cercano a la realidad. Es un tropo que se aborda de manera general en la novela, aunque no a simple vista. Es decir, la pobreza en adición a factores que sólo es posible especular, lleva al ser humano a lugares, ideas y cuestionamientos inhóspitos que por lo general no terminan bien. Ejemplificando lo anterior, podría decirse que el autor intelectual del crimen fue Brando, quien tenía una mente retorcida y motivaciones diferentes a las de Luismi.
Pero al día siguiente volvía a verlo y las palabras le brotaban solas de los labios: ándale pinche Luismi, vamos a armarla, vámonos a la verga de aquí, porque ya no podía pensar en otra cosa; noche y día pensaba en cómo matarían a la Bruja, en cómo huirían con el dinero, en lo que harían para poder cambiar aquellas monedas de oro sin levantar sospechas (pp. 198-199).
Brando deseaba irse de La Matosa en compañía de Luismi y para lograrlo necesitaba una cantidad considerable de dinero que evidentemente no tenía, por lo que recurrió a la Bruja. Como resultado de impulsos y emociones insanas y mal canalizadas, optó por torturarla para sacarle información en complicidad con Luismi. Finalmente, el escarmiento se les salió de las manos. Como es de esperarse porque también es una realidad, en la obra las autoridades no aportan ninguna certeza sobre el crimen y mucho menos justicia. “Porque la verdad era que al comandante Rigorito la muerte de la Bruja le valía tres toneladas de verga, y lo único que el culero quería saber era dónde estaba el oro” (p. 157). Una vez más, una fiel prueba del abuso de poder por parte de la autoridad y un claro ejemplo del día a día en la obra.
Problemas como los crímenes de odio, las adicciones, la delincuencia y el abuso de poder están fuertemente ligados a un contexto social, económico y educativo bajo que, alimentados por los estigmas, lamentablemente se siguen perpetuando. Continuando con la idea anterior, en La Matosa, así como en muchos otros lugares, hay fuerte alcance de ciertos grupos delictivos. Estas organizaciones, con sus prácticas ilícitas, condenan de cierta manera a los jóvenes, sumergiéndolos en un círculo de más violencia, drogas, alcoholismo, delincuencia y abuso del que se ven obligados a ser partícipes.
Por culpa de las drogas, por supuesto, de la coca, sobre todo la coca, que le adormecía la mente y el cuerpo […] Y Brando nunca se había reído tanto en toda su vida, al grado de verter lágrimas histéricas y de tener que sujetarse de las paredes y de sus amigos para no caer al piso, con el cerebro arrebolado por la mota y la cerveza (pp. 167, 170).
La miseria como una forma de vida no se refiere únicamente al estatus social ni al poder adquisitivo. Es también un concepto relacionado a los valores que orientan a las personas, sus propias reglas y restricciones. Además de ser parte de su nula retribución a la sociedad para vivir en armonía, lícita y tranquilamente. En Temporada de huracanes hay mucho de ello, pues se vale de realidades violentas y confrontativas.
Hasta la camisa le rompió de tanto que lo jaloneó y le pegó mientras le gritaba que era igual de huevón que su padre, igual de mierda que él, un pinche vividor que valía más muerto que vivo, y la cosa se puso tan fea que por un momento Munra creyó que el chamaco le regresaría los golpes a Chabela, por la mirada de loco que había puesto y por la forma en que alzó los puños para defenderse, pero por suerte no había pasado nada, y qué bueno, porque lo último que Munra deseaba era tener que meterse en el pleito de esos dos (p. 76).
En adición a un sistema económico y laboral poco favorecido que recluta y obliga a los jóvenes a formar parte como posible única alternativa para sobrevivir.
¿Por qué un bato tan picudo y tan influyente querría ayudar a un pinche chamaco bueno para nada, que ni era familiar suyo? Varias veces estuvo a punto de preguntarle al chile qué era lo que el tal ingeniero ese le estaba pidiendo a cambio de semejante favor, cómo era que el chamaco iba a pagarle un paro de esa magnitud (p. 77).
La adversidad como parte de una condición de vida y la manera en que ciertos personajes la enfrentan también se narra. El diálogo de ciertos personajes hacia sí mismos es también una manera de conocer el mundo interno de cada uno y las herramientas personales y emocionales con las que cuentan. Todo esto es lo que los vuelve más cercanos y reales. La mentalidad también puede construir o deconstruir una vida miserable.
A Munra no le gustaban las sillas, sentía que le hacían lucir como un pinche inválido, un ser decrépito que no podía ni moverse cuando en realidad Munra sí podía caminar bastante bien, incluso sin muletas, carajo, ni que le hiciera falta nada, si ahí estaban sus dos piernas enteras, una junto a la otra, la izquierda un poquitito más chueca nomás, ¿verdad? (p. 73).
A lo largo de la narrativa de Melchor es posible hacer un recuento de las situaciones erróneas y cuestionables que se retratan en la historia, mismas que dan estructura y motivo a los hechos que conforman la trama de la obra. La miseria como una realidad sólo es el resultado de la normalidad en que viven los pobladores de La Matosa, así como los personajes mismos. La normalización de las distintas situaciones son lo que determinan y dan profundidad a cada uno de los personajes, volviéndose interesantes, controvertidos, pero preocupantemente reales. Cada uno fiel a lo que sea que cree y siendo reactivos como pueden a las adversidades a las que se enfrentan.
Finalmente, en Temporada de huracanes hay un reflejo detallado de lo que es el tipo de vida a la que muchos tenemos cercanía. Tal vez como consecuencia de formar parte en menor o mayor medida del sistema que se refleja. La situaciones y actos que se narran en la obra jamás podrían sernos ajenos y son una muestra de lo que puede hacer la literatura con las realidades que enfrentamos, como muestra de que hasta lo más bestial, grotesco, humillante y triste merece ser contado. Es importante recordar que en la obra de Melchor hay muchísimos más temas que merecen ser analizados y reflexionados, y no únicamente los que se mencionaron con anterioridad.
Teresa de Jesús Vilchez Gómez
teresa.vilchez@alumnos.udg.mx