Año 18, número 266.
Imagen: Prime video.
La película El faro (2019) de Robert Eggers es una interesante propuesta del cine contemporáneo, que manipula toda una trama utilizando un ambiente monocromático y circular, donde la realidad y la fantasía convergen hasta volverse difusas. La película sigue la historia de dos trabajadores, Thomas Wake (Willem Dafoe) y Ephraim Winslow (Robert Pattinson), quienes comparten un reducido espacio dentro de un faro, situado en una apartada isla de Nueva Inglaterra.
Mientras las escenas avanzan y los minutos transcurren, los conflictos se vuelven cada vez más intensos entre los protagonistas, por lo que su relación comienza a adoptar un tinte de intimidad y desconfianza. Ambos hombres poseen un carácter ambicioso, Wake se cree el dueño y señor del faro, sosteniendo su mérito por ser el mayor y el más experimentado, en su contra parte, Winslow es un joven que huyendo de su pasado, pretende encontrar un nuevo propósito para su vida.
Wake y Winslow son casi por completo una metáfora materializada, una clara representación de una lucha palpable entre la razón y la emoción. Un vaivén de arrebatos que danzan de principio a fin durante el transcurso del filme. Esta obra dirigida por Eggers explora la condición del ser en su estado puro, hace un reflejo constante de la destinada soledad individualista y de todas las complejas emociones que conlleva el razonamiento humano y que plasma la desconexión entre dos personas, incluso cuando solo se tienen la una a la otra.
La película cuenta con un guion impecable; ninguna palabra falta ni sobra. Con ello, cada uno de los actores supo encarnar a la perfección a su respectivo personaje. Además, tomando en cuenta el modesto presupuesto con el que contó la producción, es impresionante la atmósfera que lograron recrear. El filme muestra un escenario que te sumerge en el extraño y complejo siglo XIX, con todo y la incomodidad que esto conlleva.
Para mí, El faro es una producción que no pretende llevarnos a ninguna parte, sin embargo, no permanece precisamente estática. Su propósito se esconde en los problemas internos que son expuestos al espectador mediante recuerdos, sueños y extravagantes sucesos. Es por ello que quien pretenda internarse en esta inquietante historia, debe saber que debe contar con la disposición a encontrarse con un final aparentemente inconcluso y un abundante simbolismo que pondrá a prueba su paciencia. Pues, en solo una hora y cincuenta minutos, la película logra generar una gran cantidad de interrogantes que el público no podrá ignorar.
Alejandra Andrade Rosales
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