Año 15, Número 195.
Ninguna flecha de oro nos mordió la carne.
Ningún efebo alado nos incitó a nada
y aun así nos besamos:
y fue blando, benigno, inasible:
apenas la bruma de un beso.
Un baile de nubes en los labios.
Una batalla al borde del baúl de nuestra boca.
Un brinco a la bahía del babel de nuestro idioma.
La brisa de una bebida embriagante.
Bálsamo blanco para los bienaventurados.
Un beber sorber lamer en silencio bilabial,
casi furtivo
aunque a los ojos del mundo.
Las lenguas se hablaron en secreto
y la mordida bastó para que el beso
se volviera lumbre, bengala, brasas
y más tarde muriera.
Solo quedó el viento agitado de cenizas,
el sabor de ausencia y quemadura
y una leve cicatriz en la memoria.
Martín Aguayo Rivera