Año 14, Número 182.
La poesía no es para comprenderla; tampoco para explicarla. La poesía es para sentirse.
Vicente Preciado Zacarías
Tres años antes de que Ramón López Velarde muriera la madrugada del 19 de junio de 1921 asfixiado por neumonía aguda, José de Jesús Núñez y Domínguez, periodista, político y diplomático, amargó los últimos días de la vida de Ramón cuando escribió: “Pero ¡Ay! (…) extraviado ahora en el sendero de las extravagancias, acopla versos y más versos, atropellando deliberadamente el ritmo, ejecutando malabarismos musicales ingratos al oído, sutilizando la metáfora hasta convertirla en nebulosa, perdiéndose en la oscuridad de figuras incomprensibles a fuerza de quinta esenciadas”[1].
Se dice que Ramón recibió el ataque con una sonrisa escéptica y que exclamó: “¿Es posible que tales hombres, con tal ceguedad, intenten cambiar el mundo? Para sonreírme de su asombro he de escribir un poema tan simple, tan cristalino, tan llano, que los desconcierte (…) pero nunca sabrán que en ese poema les dejé saber lo que yo quiero que vean”[2]. Y así nació el poema «Humildemente», el último del segundo libro de Velarde: Zozobra que, según Fernández Ledesma, es una “obra maestra de expresión de vigor y de técnica” y que como un presentimiento el poeta dedica «A mi madre y mis hermanos».
Estas manifestaciones de malevolencia e incomprensión que Velarde sufrió en vida a partir de sus propios amigos hacia la parte más moderna —no modernista—, innovadora y secreta de su obra, según apunta José Luis Martínez, pueden encontrar, como un derecho a la réplica, la opinión de otros de sus amigos que defendieron la impavidez de la obra poética de Velarde con palabras bienhalladas y que, llevadas al verso, fungen como un alegato asistido por la donosura y hasta con una homeopática dosis de ironía y buen humor.
Rafael López (Guanajuato, 1873), representante del modernismo en México, era amigo íntimo de Velarde. Juan José Arreola decía a propósito del guanajuatense: “Si alguien quiere saber cómo se hace un soneto perfecto, debe leer “Maximiliano” de Rafael López.
Por una tradición editorial y tal vez como un homenaje longánime al poeta de la «Suave Patria”, las ediciones de Zozobra ofrecen al lector, una página después del título, un soneto de Rafael López dedicado a Velarde, en donde con noble lealtad y fino sarcasmo, Rafael defiende la modernidad de la poesía de Ramón que por ceguera y necedad de sus propios contemporáneos y de algunos académicos de hoy, no han sabido comprender ni apreciar:
A RAMÓN LÓPEZ VELARDE:
Rafael López
Ramón López Velarde: está franca la puerta
para tu audacia lírica. Pasa y siéntate. Un
bello sitial de púrpura deseara. En liza abierta
has burlado al solemne dios, en lugar común.
La Academia está insomne, pues cual un maleficio
la enloquece, a sus años, tu embrujado café.
Tu adjetivo tendría, si hubiera Santo Oficio
coroza y vela verde en un auto de fe.
La poesía no es para comprenderla; tampoco para explicarla. La poesía es para sentirse. Pero a tenor de simple comentario se puede realizar un acercamiento a la intención que tienen las palabras en los versos de Rafael. La primera parte del alejandrino con el que se inicia el soneto es un heptasílabo perfecto: “Ramón López Velarde”: lo que sigue: “… está franca la puerta / para tu audacia lírica. Pasa y siéntate. Un / bello sitial de púrpura deseara”, destaca la lealtad del amigo que abre la puerta al amigo que está en trance de acoso, debido a su audacia lírica por parte de sus detractores. Hay un ademán de nobleza en el ofrecimiento, no de un sillón cardenalicio con acojinamiento púrpura, sino de un asiento domesticado por el uso diario. La fina ironía está aquí presente.
Esta fina ironía asociada ahora a un leve sarcasmo abre la puerta a los siguientes versos: “En liza abierta / has burlado al solemne dios, el lugar común”. En lenguaje a ras de suelo se leería: En duelo a campo abierto has pasado por lo alto a la Academia de Letras y has eludido tu lugar de académico de número. (José de Jesús Núñez y Domínguez era académico de número). Los siguientes versos de la segunda estrofa: “La Academia está insomne, pues como un maleficio / la enloquece a sus años tu embrujado café. / Tu adjetivo tendría, si hubiera Santo Oficio, coroza y vela verde en un auto de fe”; otra vez, si se leen estos agudos versos con el lenguaje de todos los días dirían: Ramón: le has quitado el sueño a la Academia y está enloquecida por el mal oficio de tu café (Rafael se refiere, tal vez, a la espléndida metáfora que orla un poema de Velarde titulado “El ancla”, publicado después de su muerte y que se refiere domésticamente a la colación mañanera que Ramón tomaba a veces en la casa de los azulejos/Sanborns y que dice así: “… el cándido islote de burbujas / navega por la taza de café”[3]). Y, de ser la Academia un brazo de la Inquisición, tú y tus poemas con esos adjetivos insólitos serían quemados en la hoguera…
¿En dónde se pueden localizar algunos de esos adjetivos velardianos que le quitaron el sueño a la Academia y fueron, tal vez, causa de que le diera hipo a uno de sus académicos, según Rafael?
“El retorno maléfico” (Zozobra, 1919) es un poema de madurez de López Velarde; le quedaban, cuando lo publicó, menos de 2 años de vida. Estructuralmente es redondo como un anillo de oro. Se pueden reconocer en él cuatro tiempos o estancias: la noche, la mañana, la tarde y de nuevo la noche. Guarda un curioso paralelismo con la sinfonía no. 6 Le matin, la sinfonía no. 7 Le midi y la Sinfonía no. 8 Le soir; la mañana, el medio día y la tarde, de Hayden. Con la única diferencia de que en Velarde son palabras y en Hayden son notas.
El poema intima sobre la experiencia que vive Velarde al regresar a Jerez (la aldea espectral) a deshoras de la noche en los días aciagos de la revolución, cubriendo una candidatura ofrecida por el propio Madero, después del paso de una partida armada capitaneada por Pánfilo Natera. Es una noche de maleficio alumbrada sólo por una mecha de petróleo. La tropa ametralló las casas, las paredes, el reloj municipal, los fresnos del jardín. Velarde entra como un delincuente en el zaguán de su casa. Dos cariátides de yeso que adornan el pórtico entornando los párpados narcóticos se miran y se dicen: “¿qué es eso?”.
Luego se sucede la mañana con un sol esplendoroso y el canto de las torcaces en los tejados lugareños. En la argolla de una losa de tumba resuena el presentimiento de una muerte próxima. La estrofa dice así:
Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir las fuentes catecúmenas
en que bañábase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla;
empotrada en la losa de una tumba.
El poema continúa con la llegada del atardecer. Un atardecer apacible, floral, cromático y melodioso, como en la sinfonía de Hayden:
Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bajo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso,
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles...
El poema completo está contenido en 60 versos, contiene entre sus heptasílabos y endecasílabos 19 esdrújulas. Dicen que en fecha próxima La Real Academia va a mandar (como por una bula) suprimir las esdrújulas.
¿Serían precisamente estas esdrújulas presentes en la poesía velardiana lo que incomodó a la Academia? ¿Cuáles de los adjetivos inusitados de Ramón le quitaron el sueño, según el poeta guanajuatense?
Como un ejercicio de ergonomía se pusieron en cursiva algunos de los adjetivos y aparentes pleonasmos y reiteraciones en algunas estrofas del poema “El retorno maléfico” que, en manos de Ramón, esos adjetivos resonaban como un campanario de timbre novedoso.
Juan José Arreola defendía la obra poética de López Velarde allí donde otros la ignoraban por considerarla no suficiente (José Luis Martínez, 1971). Entre las Primeras poesías de Velarde está “El adiós” (1912) que, como se dijo, casi nadie toma muy en cuenta. Sin embargo, Arreola dice: “Este poema juvenil ‘y muy siglo 19 y muy moderno’, que Ramón retiró de la edición de su primer libro, sigue siendo para mí uno entre todos los suyos, predilecto”[4]. Arreola no se engaña: “El Adiós” es el primero de diecisiete poemas de Ramón López Velarde que Juan José fijó en la pasta del legendario Long Play de la UNAM en 1960[5].
En los próximos días se conmemorará el centenario del fallecimiento de Ramón López Velarde. El 19 de junio sonarán las campanas de la esbelta torre del templo de Jerez a espaldas de la casa paterna de Ramón. Tocarán a muerto. Se oficiará una misa de difuntos y las jerezanas asistirán vestidas de luto.
Estas letras pretenden ser un modesto y humilde homenaje al poeta, que con su atrevimiento lírico fundamentó una novedad en la poesía nacional. La comunidad universitaria del CUSur, la licenciatura en Letras Hispánicas, el cuerpo editorial de esta gaceta, se unen al homenaje.
[1] José Núñez y Domínguez, Los poetas jóvenes de México y otros estudios literarios y nacionales, Bouret, México, 1918, p. 22.
[2] Enrique Fernández Ledezma, “Ramón López Velarde”, México Moderno, 19 nov, 1921, p. 264.
[3] Ramón López Velarde en “El ancla”, El son del corazón, 1932.
[4] J. J. Arreola, Ramón López Velarde, Una lectura parcial de Juan José Arreola, Puertabierta Editores, 2018, p. 73.
[5] Ramón López Velarde. Voz viva de México. Antología Poética en voz de Juan José Arreola, Universidad Autónoma de México, 1960.
vicente.preciado@cusur.udg.mx