REFLEXIONES SOBRE LA LENGUA por RAMÓN MORENO RODRÍGUEZ*

Año 18, número 262.

Imagen: Lizeth Pérez.
Hoy iniciamos una nueva andadura. Esta serie de artículos periodísticos tuvo su inicio hará unos cuatro años en un pequeño periódico universitario. Hoy, las circunstancias nos traen a un nuevo espacio: El Volcán, periódico guzmanense con un perfil más amplio y más abierto que el universitario. Trataremos de adaptarnos a un público diferente pero no menos importante, sino más. Espero que el reflexionar sobre las palabras que usamos cotidianamente sean motivo de enriquecimiento para nuestros lectores. Nada mejor que aprender y distraerse sanamente con una lectura que pretende ir más allá de lo inmediato.

RAMÓN MORENO RODRÍGUEZ*

Hace ya algunos años, quizá diez o más, se ha ido generalizando el gusto por sustituir la palabra jurar y usar en su lugar prometer. Dicha moda, porque creo que es eso: una moda, se ha impuesto sin ton ni son, y de tal manera es poderosa esta inclinación en muchos hablantes de la lengua, que parece que el objetivo es erradicar la primera y hacerla desaparecer de nuestro idioma. Pareciera que la aqueja algún mal contagioso, pareciera que es un tabú imposible de pronunciar. Quienes así proceden muestran una pacata actitud, una gazmoñería y una ignorancia supinas. Veamos por qué. 

Podemos decir que en español existen sinónimos totales y sinónimos parciales. Se entiende por los primeros, aquellos vocablos que independientemente del contexto en que su usen vendrán a significar más o menos lo mismo, tal cosa sucede con palabras como alfabeto y abecedario. En el contexto que las utilicemos significarán más o menos lo mismo, aunque claro, tienen sus diferencias; si no fuera así, no tendríamos las dos. Es decir, una es un neologismo construido a partir del griego y la otra a partir del latín.

En cuanto a los sinónimos parciales, tenemos los casos en que las dos palabras comparadas (pueden compararse tres) tienen un espacio común en el que comparten el significado, pero no en todos los contextos. Veamos el fenómeno de barro y lodo. En los dos ejemplos que se siguen son sinónimos por completo: 

El triciclo de los buñuelos se atoró en el barro del estacionamiento

Las ruedas quedaron atascadas en el lodo.

Por otro lado podemos construir ejemplos en los que una sola palabra no signifique lo mismo si le variamos el contexto. Tomemos exclusivamente la palabra barro y analicemos esto dos ejemplos: 

Decorada cazuela de barro 

Atascada rueda en el barro.

Es evidente que un barro es muy diferente del otro y no hay manera de hacerlos sinónimos. Es decir, que las palabras pueden tener dos, tres, cuatro y más significados y que quizá sólo en uno de sus sentidos sea coincidente con otra y podríamos en consecuencia tener sinónimos pero que existen otros casos –otros contextos– en los que es prácticamente imposible hacer sinónimos. Nunca pensaremos en el mismo barro si hablamos del formado en el estacionamiento al utilizado en el torno del alfarero. 

Pues exactamente eso sucede con jurar y prometer, que en ciertos contextos pueden ser sinónimos, pero en otros es imposible que lo sean. Por ejemplo uno de estos usos de moda está en el “juramento” de un cargo público. Quiero decir que en estos años se ha colado la costumbre de que, en ciertos actos protocolarios, los nuevos funcionarios que asumirán un cargo, como el de presidente de la república o el de secretario o ministro de un país, el interpelado debe comprometerse a desempeñar leal y positivamente las funciones que se le han confiado, y en lugar de jurar, como ha sido costumbre por muchos siglos, ahora prometen. Es decir, cuando se les conmina a que se expresen contestan con un lacónico “Sí, lo prometo” en lugar de un “Sí, lo juro”. Y tan poderoso ha sido este influjo, que la expresión se ha colado hasta en quienes toman la protesta, pues preguntan “¿Juras o prometes cumplir lealmente el cargo de…?” en lugar de sólo pedir que juren

¿Por qué en nuestros días se ha hecho políticamente correcto prometer, y jurar es políticamente incorrecto? Sin duda por un malentendido, sin duda por una actitud de postureo; en fin, sin duda por pedantería. Se colige de esta actitud que jurar, como lo define el DRAE, es una promesa hecha ante Dios, pero el que recibe el cargo no profesa ninguna religión, más aún, es ateo, por lo tanto, se le hace imposible poner a Dios como testigo de su futuro bien actuar, que prefiere restringirlo a su fuero interno, a su buena voluntad de actuar con rectitud; y esto, sin duda, es algo valioso y digno de encomio. Bien que no delegue en Dios una cosa que sólo es de él; qué bueno que no se enreda a Dios en tales y turbios procederes a que se enfrentará el presidente de un país. Bueno y pase, aunque académicos he leído que niegan la corrección de esta nueva construcción. Dice Gregorio Salvador Caja que: “Me temo que el escamoteo de los juramentos procede de una lamentable confusión entre lo sagrado y lo sacro, y creo que habrá que interpretar la anodina promesa como una boba afirmación de laicismo, con ignorancia u olvido de que la dimensión de lo sagrado va mucho más allá de lo religioso”.

También habrá otros prometedores que se vayan al otro extremo del sentido que comentamos; y es que, precisamente, porque se es cristiano cabal y no se está dispuesto a violentar un mandamiento muy claro de la religión (no jurar en nombre de Dios), pues alegan: “Yo respeto a mi Dios, y en estas cosas mundanas yo no lo mezclo; allá los gentiles que lo hagan, que con facilidad ponen a Dios por testigo con total desvergüenza”. 

En fin, ya digo, pura gazmoñería. 

Pues este uso de prometer en lugar de jurar, bueno y pase porque entre otras cosas prometer significa “decir que hará cierta cosa obligándose a ello”, como lo asienta María Moliner en su lexicón.

Pero hay otros usos en que es imposible intercambiar el significado de juro por prometo porque se aluden a ámbitos distintos. En primer término, debemos darnos cuenta que ambas expresiones tienen un cierto aspecto temporal, por decirlo así, y el significado de prometo apunta hacia adelante, hacia el futuro, mientras que el campo semántico de juro tiende hacia el pasado. 

Prometo es un compromiso explícito de que, en lo futuro, se procederá de tal o cual manera, pues viene del latín promittere (promittere), es decir, “enviar hacia adelante”, mientras que juro tiene que ver con una idea de resolver un enigma que está en el pasado o de clarificar algo ya sucedido, y como es imposible haber estado en ese lugar o en ese momento, se interroga al que sí lo estuvo y que, anteponiendo a Dios como testigo, se le pide que disuelva el enigma, se le conmina a que clarifique aquellos hechos concluidos y cerrados.

En consecuencia, podríamos esquematizar de la siguiente manera el espacio semántico que comparten y que a la vez no comparten estas palabras de la siguiente manera:

Para concluir, y como elemento último de las reflexiones de esta ocasión, diremos que es muy frecuente encontrarse en los medios de comunicación enunciados como: “Prometió por su honor que no había intervenido en el hecho” o bien “Te prometo que digo la verdad de lo que ahí pasó”. Pues este tipo de construcciones son inapropiadas y en estos y muchos casos similares se debe decir “Te juro que digo la verdad de lo que ahí pasó” y “Juró por su honor que no había intervenido en el hecho.

Es decir, guerra total a la palabra juro porque es maligna y propia de gente ignorante e inculta. El académico español antes aludido sostiene que este uso de prometo es dialectal de la zona de León y otros lugares de Castilla. ¿Por qué se ha generalizado un uso regional hispano cuando en Hispanoamérica lo usábamos correctamente? Por una torpe moda llamada ser “políticamente correcto”.

*: Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur. ramon.moreno@cusur.udg.mx