Año 17, número 251.

“¿Qué se puede hacer con un amor así?”

Raymond Carver

Imagen: Pexels

José Emmanuel Navarro

Me considero un fanático de los títulos. Si por mí fuera no leería cuentos ni poemas, sólo sus títulos. Llamar algo que se crea por su nombre, ese es el verdadero arte. De todos los títulos que conozco, mi favorito es el del cuento, en el libro homónimo de Raymond Carver: De qué hablamos cuando hablamos de amor. Este es un título inquietante, que refleja la naturaleza del cuento y del compendio de manera íntima y real. Genuinamente quiere saber de qué se habla, cuando se habla del aspecto más complejo del ser humano. Una cualidad que se considera única de las criaturas con alma. El amor por el prójimo, el amor romántico, el amor a lo divino, el amor a las apuestas, el amor propio. Es quizás el sentimiento más incierto y más real. El amor al dinero, el amor al trabajo, el amor de una madre. Nadie puede negar que es cierto, que existe y que modifica al mundo.

Un título que no me gusta es Baby Reindeer. Al principio no me gustaba porque no lo entendía, y ahora que terminé de ver la serie, no me gusta porque lo entiendo. No me enrollaré con los pormenores técnicos de la serie, basta mencionar que está en el catálogo de Netflix, y que el creador es también el protagonista de la historia verídica en la que se basa la construcción de los siete episodios. Al final del último, entendemos, no por qué Martha, una acosadora lasciva y perniciosa apareció en la vida de Donny. No para arruinársela, no para darle un pretexto para autoflagelarse, ni siquiera para permitirle una catarsis vedada. Apareció, simplemente porque ciertas personas aparecen en la vida de otras, y el amor aparece en las personas, estemos dispuestos para amarles o no.

El cuento del que les hablaba, el de Carver, lleva a un punto crítico la justificación de que la violencia, el daño, la malicia y el perjurio pueden estar irrevocablemente relacionados con un amor sincero. El amor real no es necesariamente astuto, sabio y sereno. Debería, quizás, en un mundo utópico serlo, pero la realidad es que muchas personas no sabemos amar, ni a nosotros mismos. Y muchos de nosotros, no sabemos ser amados. Este es el punto en el que Donny se encuentra cuando Martha aparece. Y ella, vulnerable o no, se enamora del comediante frustrado con un pasado tormentoso que no se ama a sí mismo lo suficiente. Él ve en ella una fuente de amor que no conoce, que no lo juzga por sus defectos. Que es ciego a sus vulnerabilidades. Que es indestructible e incondicional. Martha no se cuestiona si Donny la ama o no, pues el suyo es amor suficiente para sostener una relación basada en sea lo que sea que él le da. ¿Permanencia? ¿Un cariño mínimo? Un No lo suficientemente blando para ser ignorado. O lo suficientemente incierto para ser interpretado como un . Muchos dirían que eso no es amor. Puede que no sepan qué es, pero saben que no es amor.

Esta serie, Bebé Reno, sostiene que todos merecemos amor, y todos damos amor inmerecido. El amor que damos, a veces no es interpretado como tal, pues no es el que se quiere o espera de nosotros. El que recibimos, nos modifica. Nos conduce a explorar quiénes podemos ser en las circunstancias en las que el resto del mundo se ha propuesto amarnos. Cuando Donny le da una taza de té, incluso por lástima, es un acto de amor. Quizás hacia sí mismo, pues si él estuviera en esa situación querría algo similar a una taza de té. Cuando Martha comienza a ir al bar donde él trabaja, todos los días, a conversar y conversar. Cuando le envía cientos de correos expresando los más complejos pensamientos, los más simples, lo que su corazón inexpugnablemente sentía, ese es un acto de amor. La violación de Darrien, ¿puede ser considerada un acto de amor? Algo tan vil, repulsivo e injustificable es un acto con tantas capas de complejidad que, si bien podemos reprobar inmediatamente, no podemos profesar que lo entendemos por completo. Donny fue una víctima, pero después, él también admite ser victimario de otros, y hasta de sí mismo. Esas violaciones, son actos de amor o de odio. Tal vez ambas, pero ¿en qué medida? ¿podemos justificar al victimario con la excusa de que lo hizo por amor? ¿si lo hubiera hecho por pura malicia, sería más o menos reprobable? Todo el caos y el dolor que Martha le causó a Donny, ¿fue justificable con la excusa de que él también la amó?

Para realzar la increíble construcción de la narrativa de Bebé Reno, quiero traer a colación otro producto cinematográfico, del cual me declaro fan y que no cuestiono su narrativa ni su intención, pero sí su tratamiento superficial del cuento “De qué hablamos cuando hablamos de amor”:

Birdman (O la inesperada virtud de la ignorancia) de Alejandro Gonzáles Iñárritu cuenta la historia de un hombre que en su juventud fue en el cine el super héroe “Birdman”. Esta es una sátira a Batman y su proyección cinematográfica en los años 90´s con el mismo actor protagonista Michael Keaton. Es una película increíble, con una fluides y trama incuestionable, cuya finalidad no tiene explorar el verdadero trasfondo del cuento. En esa película hablamos de los aspectos negativos de las películas de superhéroes, ese es su fuerte y lo hace muy bien. Pero en ella, se pone en escena una adaptación del cuento de Carver. Están los personajes, los diálogos, la escena, incluso un fragmento de la anécdota está ahí. Pero no se habla del amor en la película, no es su núcleo, y no lo necesita. ¿Por qué hablar de “de qué hablamos cuando hablamos de amor” sin hablar del amor?

Baby Reinder sí lo cuestiona. Es una serie que engancha, que remueve algo en las vísceras y que te lleva del capítulo uno en el que es fácil decir quién es el bueno y quién el malo, a un capítulo siete en el que, “okey, tal vez yo he sido el antagonista de varias historias, mientras no supe cómo lidiar con mi propio amor”. Ese es el poder que tiene esta narrativa. Cuestionarnos, no lo que debe ser reprobable por la ley, por la sociedad, o por la moral, sino el por qué estás cosas son reprobables. Lo que pueden causar en la gente. El daño que puede impactar en la psique y en el alma de las personas.

Martha es una víctima, y no es una víctima. Y Martha es una victimaria, y Martha no es una victimaria. Porque en el entretejido complejo de quiénes somos, la ambivalencia y las contradicciones son un aspecto natural del ser humano. Donny es una víctima, y Donny no es una víctima. Y Donny es un victimario y no es un victimario. Al final, todos merecemos una taza de té.

Quiero dejar claro que este texto no busca ser una apología del acoso, de la violación o de la ira como manifestación presunta del afecto de las personas, y que no son justificables o aceptables estos actos en una sociedad humana, civilizada y más o menos justa. Pero cuando un producto artístico se esfuerza tanto en mostrarnos la dicotomía de la que somos capaces como seres, creo que vale la pena hacer una reflexión. ¿De qué hablamos cuando hablamos de los actos más sucios, violentos, sádicos y monstruosos del ser humano? ¿Seguimos, todavía, y después de tanto, hablando de amor?