Año 18, número 262.
Siempre me había preguntado cuanto tiempo debe pasar para que las personas dejen de buscar a sus desaparecidos o si después de la resignación cargan con dolor de haberle llorado a un féretro sin cuerpo o si estarán tristes para siempre y las cuencas de sus cadáveres seguirán emanando el agua de mar por toda la eternidad. Los adultos buscamos el reencuentro en la obviedad; hurgamos debajo de la tierra; el agua y los culpables. Convertimos al desaparecido en un murmullo que nos sigue entre las calles, en un papel de se busca hecho bola y tirado en la banqueta o en un nudo en la garganta. Pero ¿dónde busca un niño a sus desaparecidos?
Turi, el protagonista de Cuando las polillas entren, vive una infancia marcada por la pérdida de su hermana y desde entonces su vida está en pausa. Su travesía desesperada en la búsqueda de Alba lo hace recurrir a las señales de los santos, las flores, los sueños, algunos cuerpos de agua y las polillas, pues para encontrarla utilizará todos los símbolos que le brinda el imaginario colectivo de su comunidad. De hecho, las polillas, como lo deja entrever el título, son la columna vertebral de la historia, un símbolo sostenido en toda la obra que representa a la antagonista resignación. “No quiero que las polillas entren”— exclama Turi— no todavía”
A diferencia de Turi, los padres, Estela y Arán (sobre todo Arán) después de un año de la ausencia de su hija ya traen las polillas pegadas al cuerpo: Estela, preocupada pregunta “¿Dónde está Alba, Arán? ¿Crees que esté lejos?” a lo que su esposo le responde aparentemente indiferente (o resignado): “Ya no hay azúcar, cuando vayas al mercado compras más”. Al igual que los personajes ya mencionados, la historia muestra las diferentes opiniones y preceptivas de varias personas ajenas y conocidas de Arturo (Turi) como lo es Ciro su mejor amigo y acompañante durante toda su misión, Laurato, amigo de sus padres o los campesinos y la señora Clemencia.
La pluma de Alejandra Andrade es inigualable. Su escritura demuestra que es una gran lectora y utiliza algunas referencias mitológicas como evidencia de ello. Por ejemplo, el mito de Ifigenia para introducir el comienzo del momento de catarsis del actor principal, además de encontrar destellos de la historia del mito del “Rapto de Deméter” y el acoso que sufrió Dafne por parte del Dios Apolo para referirse al paradero de Alba:
“Dime de qué color era el ciprés.
Si la tierra se la llevó o en olivo se convirtió”
Como lector puedo decir con seguridad que La Maleta de Hemingway le ha dado la oportunidad de ver la luz a una obra impresionante. La combinación de símbolos culturales, el desarrollo del sentimiento de pérdida, la profundidad del personaje de Turi, Efigenia y Clemencia junto la sensibilidad de esta obra dramática me han tenido como polilla que gira en el universo de su foco. La he leído una y otra y otra vez y siempre termino encontrando más referencias y detalles bellísimos. Cuando las polillas entren, en verdad, no puede faltar en sus libreros.
Roberto Vázquez Ramírez
roberto.vazquez1409@alumnos.udg.mx