Año 13, número 157.

Aunque no todos sus cuentos pueden ser clasificados como fantásticos, el autor panameño demostró su predilección por este tipo de relatos que, según ciertos críticos literarios, alcanza su punto de máxima expresión artística en Aura

Jesús Vargas Quezada

La fantasía fue siempre materia de creación literaria para Carlos Fuentes. Su papel importantísimo en la literatura hispanoamericana del siglo XX (en particular en el denominado Boom) lo situó al lado de figuras como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y José Donoso. Se podría decir que esta posición importante está justificada por novelas como La región más transparente (considerada como una novela que abrió las puertas del llamado Boom y que lo catapultó a la fama y el prestigio literarios); sin embargo, otra faceta de su escritura, es decir, su vertiente fantástica, es también muy importante.

Su afición por relatar fantasías lo sitúa junto a otros grandes narradores hispanoamericanos del siglo XX. Hablamos, ni más ni menos, que de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan José Arreola, Felisberto Hernández y Julio Torri, incluso José Donoso, entre otros. Desde esta perspectiva podemos percatarnos que su reconocimiento lo obtuvo gracias a su quehacer novelístico, pero eso no excluye la importancia de su obra breve (en particular la fantástica) en su corpus narrativo.

Fuentes publicó muchos textos fantásticos (o, digamos, sobrenaturales, pues tal vez no todos sus cuentos fantásticos puedan ser clasificados estrictamente en esta categoría). Desde Los días enmascarados (1954) hasta Cuentos sobrenaturales (2007), no olvidando Cantar de ciegos (1964),  La frontera de cristal (1995) e Inquieta compañía (2004), Fuentes demostró esa predilección por la escritura de relatos fantásticos. Predilección que, presumen ciertos críticos literarios, alcanza su punto de máxima expresión artística en Aura (1962).

Por otra parte, hablando ya de los cuentos en sí, Ricardo Gutiérrez-Moaut señala en su artículo “Carlos Fuentes y el relato fantástico” que, a diferencia de Borges y Cortázar, «Fuentes no propone una literatura fantástica de lo metafísico, sino que prefiere más bien elaborar un tipo de misterio que remite tanto al horror de la novela gótica como al género policial, en cuanto ciertos personajes tratan de descifrar pistas que prometen una solución a un problema dado». Así, vemos cómo Fuentes se alimenta de la tradición fantástica en nuestro continente, y no sólo eso, sino que agrega su propia originalidad literaria a la misma.  

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