Año 16, Número 213.
Para empezar, Blonde no es una película sobre Marilyn Monroe como se esperaba, si no sobre Norma Jeane, la mujer oculta detrás de ese personaje tan idealizado que fue Marilyn
Isaac Álvarez
El pasado 28 de septiembre se estrenó en Netflix la nueva película de Andrew Dominik protagonizada por Ana de Armas: Blonde. Esta cinta me hizo pensar en un fenómeno que se ha repetido a lo largo de la historia del cine, una cosa que se puede entender comenzando por el hecho de que el cine es arte, y el arte siempre motiva una especial versatilidad para la interpretación. Siendo esto así y, habiendo tantas interpretaciones de una misma cinta como espectadores, se puede entender que no todas estas interpretaciones lleguen a ser acertadas; después de todo, la interpretación de un relato es una lectura subjetiva. El fenómeno que mencioné anteriormente, y que parte precisamente de una mala interpretación del relato, es la idealización de un personaje que no debería ser para nada idealizado. Pensemos por ejemplo en Scarface (1983) de Brian de Palma, que si bien nos cuenta la historia de un hombre que se convierte en criminal, corrompido por la ambición, el personaje de Tony Montana se ha prestado para una idealización casi absurda que le ha colocado como una especie de ejemplo de superación personal. Esto, obviamente derivado de una interpretación muy errada.
Quise comenzar hablando de esto porque creo que la nueva película de Dominik trata en cierta manera este fenómeno. Para empezar, Blonde no es una película sobre Marilyn Monroe como se esperaba (y esto debe quedar claro), si no sobre Norma Jeane, la mujer oculta detrás de ese personaje tan idealizado que fue Marilyn. Este aspecto debe resaltarse porque rara vez se suele tratar en el cine a Marilyn como lo que fue, un personaje ficticio creado por una joven llamada Norma que buscaba convertirse en estrella de cine. Partiendo de eso, la película de Dominik ya es transgresora porque presenta a Marilyn como una farsa, una impostura creada por la joven Norma y la vuelve protagonista a ella y no a su álter ego. Cosa extrañísima para un biopic sobre este personaje, ya que, en cualquiera de los casos que sometamos a revisión, los biopics realizados anteriormente siempre se centraban en Marilyn sin cuestionar el carácter ficcional en torno a ella. Y es de entenderse, ya que Marilyn es uno de ESOS personajes que ha cimentado un legado por medio de la idealización y la idolatría. Esto último en particular, es uno de los temas recurrentes en la filmografía del director.
Ya en el pasado Andrew Dominik había probado tener un especial interés en la desmitificación en torno a personajes populares. Pensemos en su brillante El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), donde nos entregaba un western crepuscular bastante atípico, una cinta con una estética muy autoral y muy alejada del imaginario ya característico del género western pero que, sobretodo, deconstruía dicho género y a sus habitantes, en este caso, al bandido Jesse James y a su asesino Robert Ford, haciendo un retrato de ellos donde se les mostraba desprovistos de las virtudes y los atractivos propios de un protagonista de este tipo de relato.
Aquella película le daría el reconocimiento internacional y sería precedente para Mátalos suavemente (2012). Otra auténtica descomposición de un género bastante popular también: el cine de gángsteres. Acá sucedía lo mismo, Dominik tomaba el arquetipo del mafioso: varonil, atrevido, insolente, gallardo, y lo descomponía hasta ridiculizarlo. Lo varonil se volvía misógino, lo atrevido en estúpido, la gallardía en decadencia. Estas dos cintas convirtieron a Dominik en un sepulturero de géneros. Y era tan claro lo que buscaba Andrew Dominik, sus intenciones, que, por ejemplo en Mátalos suavemente toma a viejas vacas sagradas del cine de gángsteres como Ray Liotta y James Gandolfini –el buen muchacho de Scorsese y el gran Tony Soprano de Chase, respectivamente, tan queridos por la fanaticada, incluyéndome– y los machaca, los sepulta en su película a manos del nuevo orden norteamericano: unos matones de mala monta que no tienen nada que ver con los tiempos dorados del hampa que tanto conocíamos.
Tomando este precedente vemos ya una motivante muy marcada en la obra de Dominik, que es la descomposición del mito, la biopsia visceral de aquel ídolo que tan protegido se había tenido tras una vitrina en un altar. A Jesse James le tocó, al gángster americano también. Era turno de Norma Jeane AKA Marilyn Monroe.
Las licencias que se toma Dominik para deconstruir el mito de Marilyn Monroe son muchas, justificadas por la propia obra en la que se basa para el guion: la novela homónima de Joyce Carol Oates. Empezando por ahí debe quedar claro que se trata de una biografía ficcionada. Una que no busca en lo absoluto ser realista, sino todo lo contrario. La cinta de Dominik busca sentirse como una atroz y muy surreal pesadilla, podría decir que casi a lo Kubrick o a lo Lynch, y lo logra. Y para ello Dominik se vale de mil y una artimañas técnicas para adjetivar la narración, y en el proceso logra resultados tan perturbadores como hipnóticos e incluso, podría decir, innovadores.
Justo en las escenas introductorias de la cinta, hay un diálogo que creo que engloba bastante bien la constante de la película y de la obra de Dominik en general: “En Los Ángeles no sabes qué es real y qué imaginado”. Esta línea va a resonar durante las casi tres horas de metraje, puesto que el espectador estará constantemente preguntándose si lo que ve es real, si es producto de la imaginación, o es qué. Creo que más allá de tomar sólo textualmente este diálogo podemos entrever la motivante de toda la filmografía de Dominik: dónde termina el personaje y dónde comienza la persona de carne y hueso.
Para plantear estas inquietantes Dominik, junto a su director de fotografía Chayse Irvin, hacen malabares de todo tipo para diferenciar lo posiblemente imaginario, de lo real, de lo onírico, y esto lo logran cambiando el aspect ratio del cuadro, a veces filmando a pantalla cuadrada, a veces con anamórfico a un aspecto panorámico, en momentos a color, en otros a blanco y negro, adjetivando las imágenes con iluminaciones que van desde la sobriedad propia de Roger Deakins (colaborador de Dominik anteriormente) a una iluminación que recuerda a la de un flash para fotografía, una iluminación que incluso se mueve conforme la cámara (algo extrañísimo y que podría ser visto como una mala práctica para los más puristas) y que precisamente logra transmitir justo esa sensación deliberada de que estamos ante algo irreal, onírico, falso.
Del mismo modo actúa en conjunto la extraordinaria banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis, que por momentos pasa de lo extradiegético (como es normal en una banda sonora) a lo intradiegético, es decir, la música que escuchamos llega a interactuar tangiblemente con la puesta en escena, lo cual lo vuelve más surreal todavía.
No quiero cerrar esta reseña sin hablar del trabajo de Ana de Armas, quien se echa a cuestas una empresa monumental, puesto que tiene que soportar todo el peso dramático de una película de casi tres horas, lo cual ya por sí solo es de admirarse. Su actuación como Norma Jeane es precisa, aterradora, sombría y domina de un modo que da miedo la multiplicidad de los varios personajes que debe interpretar porque, tengamos en cuenta, Ana de Armas se viste con el rol de una mujer (Norma Jeane) que debe disfrazarse diariamente con una máscara (Marilyn Monroe) la cual trabaja interpretando a otras mujeres frente a la cámara.
Blonde está en Netflix y es posiblemente una de las 5 mejores películas en lo que va del año y, con seguridad, la propuesta más fresca e innovadora que ha dado el cine norteamericano en un buen tiempo.
isaac.alvarez4599@alumnos.udg.mx