Año 13, número 158.

La poesía que se convierte en crónica de lo que sucede a los migrantes en estas tierras mexicanas

Judith Sánchez

En 2014, el escritor Balam Rodrigo se integra a la orden de los escribidores de poesía con un poemario desgarrador que dos años después le haría ganar el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes.

El Libro centroamericano de los muertos (2018) es un manuscrito del que se ha borrado su texto original para escribir sobre él uno nuevo; es un palimpsesto. Fray Bartolomé de las Casas, principal defensor de los indígenas durante la Colonia, escribió una crónica dirigida a la Corona Española en 1542 (publicada en 1552) para denunciar los abusos de los que eran objeto los indios a manos de los conquistadores. Sobre esa misma crónica vuelve Balam Rodrigo para escribir un libro de poemas que relata la destrucción de esos mismos individuos: los hombres, mujeres y niños migrantes de Centroamérica que atraviesan nuestro país en busca de la tierra prometida: Estados Unidos de América.

Balam Rodrigo (Villa Comaltitlán, Chiapas, 1974) es un poeta con más de dos docenas de libros de poesía publicados, en los que su formación en ciencias biológicas y teogonía pastoral, así como su carrera como futbolista profesional, queda evidenciada. Rodrigo ha sido galardonado con importantes reconocimientos dentro del mundo literario, entre ellos el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines y el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo, además de haber sido traducido a otros idiomas. También ha sido acreedor de algunas distinciones de menor importancia, pero igualmente significativas, como el de los Juegos Florales de Zapotlán el Grande, en septiembre de 2018.

En dicha ocasión, Balam Rodrigo se presentó en la Casa de la Cultura de Ciudad Guzmán para recibir la flor de plata y el simbólico reconocimiento por su poema ganador: “Un estornino azul entra en las aguas del Mar de Plata”. Ante un pequeño público recitó este y otros poemas, incluidos algunos presentes en su libro Ceibario (2017) y Libro centroamericano de los muertos (2018). Este último propició el relato de la infancia del escritor chiapaneco en la frontera sur del país, su trato continuo con los migrantes centroamericanos y su identificación con este grupo.

El Libro centroamericano de los muertos es, para el lector, una invitación a vivir como migrante, pasando por las penurias de sus hojas. Está compuesto por un sermón, cinco países centroamericanos (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, México) y cinco álbumes familiares.

En este libro, el poeta comparte la vida de aquellos que cruzan una y otra vez los ríos Lempa, Suchiate y Bravo para llegar a Estados Unidos, las experiencias de aquellos que pierden brazos, piernas, cabezas y vidas al viajar en el tren de los mutilados. Gran parte del libro está cimentada en el recuerdo que los padres de Balam Rodrigo propiciaron: Víctor y Gabriela recibieron en su casa a más de 300 migrantes entre los años de 1981 y 1987. Incluso uno de los hermanos del escritor, Canek, de seis años, caminó rumbo al norte a imitación de los acogidos:

                        ALONSO
“Ya no quiero ir a la escuela, me voy a trabajar a Estados Unidos,
como ustedes”, le confesó al hondureño con firmeza.
Alonso dio aviso a mi madre, que alcanzó muy pronto al “migrante”
que yacía sentado bajo unos árboles de mango,
cansado del fuego redondo de la tarde y su aire espeso y caliente,
en esa hora infernal en la que todo el pueblo dice: “hasta suena el sol”.

Para adentrarnos al mundo de los migrantes, Rodrigo empieza sus poemas desde el título de cada uno, para los cuales puede hacer uso de encabezados periodísticos, historias personales e incluso coordenadas geográficas. Bajo este último recurso aparecen personajes que hablan desde el valle de los muertos: niñas guatemaltecas engañadas para ser vendidas y asesinadas en los prostíbulos de Tapachula, niños salvadoreños con sueños de ser futbolista que cayeron del tren en Chiapas, hombres y mujeres hondureños secuestrados por jóvenes sicarios para ser extorsionados hasta la muerte en Coahuila, hombres nicaragüenses abandonados en los basureros del Estado de México mientras la policía municipal viste y calza las pertenencias que les arrebataron junto con la vida.

27° 36’ 07.1” N 99° 34’ 33.6” W  –  (NUEVO LAREDO, TAMAULIPAS)
A mí me agarraron los narcos en Nuevo Laredo, Tamaulipas.
[…]
Me encintaron al cuerpo varios paquetes de droga,
los encadenaron a mi pecho cerrándolos
con un candado grande, nuevo.
[…]
Me abandonaron al pie de unas lomas llenas de arena,
de viento, antes de cruzar el río.
[…]
Quiero decirles que no estoy en el paraíso,
sino en un pozo olvidado a las orillas del río Bravo.
Como una medalla al valor,
aún cuelga en mi pecho el candado nuevo,
brillante, como el que guarda las puertas
de San Pedro –Sula– en el cielo.

La narración poética de los que nunca llegan abunda en este poemario, aunque también hay otros textos, mucho más musicales, que se presentan como oraciones del migrante que teme su destino en el territorio mexicano: No quiero levantarme, padre / No me levantes, madre / Prefiero caer, prefiero caer, / en los filosos y amorosos brazos de La Bestia. / Nadie quiere ser levantado, madre./  Nadie quiere ser levantado, padre.

El texto poético avanza a través de un ritmo incansable que parece ser marcado por el mismo ritmo de La Bestia, mientras el grito de metal que exhalan las vías estremece el corazón de nosotros los lectores. Sin embargo, de vez en cuando nos encontramos en pasajes de calma; La Bestia se ha detenido en un pequeño pueblo mexicano, en el Comaltitlán de Balam Rodrigo, para que tomemos una taza de café negro con cuantas cucharadas de azúcar gustemos en compañía de los migrantes, o para que recibamos la carta con sello canadiense que el hondureño Orlando ha escrito, o para que veamos a los muchachos cazar el tren con bolsas de tacos amarradas a la cintura. El descanso ha sido breve, La Bestia ha de partir y con ella los poemas y los lectores.

Al final de nuestro libro, del libro de los centroamericanos muertos, abundan los recortes periodísticos. Las noticias son mayormente desfavorables. Los encabezados anuncian los ataques y las mutilaciones en y por el tren, las masacres a manos de Los Zetas, La Mara Salvatrucha o el gobierno mexicano. No obstante, entre estos recortes de periódico destaca el de: “LAS PATRONAS, 17 AÑOS DE AYUDA CONCRETA A LOS MIGRANTES”. La actitud solidaria de las mujeres veracruzanas que desde 1995 han ofrecido un taco y agua a los migrantes no falla en cerrar nuestra garganta con un nudo.

Me gusta pensar que habrá sido cuestión de suerte que el encabezado del periódico El Puente, LA RUTA FALSA, no haya aparecido en el libro de Balam Rodrigo para hablar de La Bestia falsa que conforma la antigua estación de Zapotlán el Grande. Creo que, de haber figurado en el Libro centroamericano de los muertos, hubiese propiciado algunos versos de remanso agradable para el migrante y para el lector. Por ahora, esperemos que aquellos centroamericanos que por error se pierden en la ruta ferroviaria y llegan hasta nuestro valle encuentren en nosotros al poeta sensible ante la condición del migrante. Hasta entonces, quedémonos con un par de versos del verdadero poeta chiapaneco:

Una bandada de ángeles sube al tren del suicidio:
Cruza México para llegar a Estados Unidos.

sanmojudith@gmail.com