Año 14, número 177.

La importancia de artistas como Atzel Quetzal radica en la labor por no dejar extinguir lo que es valioso, rememorar el pasado no por un reconocimiento, sino porque es elemental cuestionar y buscar la respuesta a la identidad, a esa labor que es un pecado rechazar o malograr.

Fotografía:  Elva María Ventura López

Evangelina Bolitocha

Hablar de Atzel Quetzal Xochimeh no es tan sólo hablar de un hombre que se dedica a la música, sino de un artista polifacético, curioso, que gusta de la investigación por rescatar el pasado con la exactitud y la metodología de un académico. Apasionadamente se introduce en la investigación y la exploración de personajes e historias extintas, no para guardarlas en el acervo de su memoria, sino para compartirlas con esa misma pasión. Aunque él se define como un “trovador y filósofo” es mucho más que eso. Inevitablemente lo de trovador me remonta a Homero, a todas las hazañas que se decían a través del canto para entretener o enseñar al pueblo; la historia, las cosas que parece que el viento desintegra. La obra de Atzel Quetzal me recuerda a un gran árbol, en este caso y sin duda sería un Zapote, de esos que ya no existen en el sur, sólo en el imaginario prehispánico y por el cual se llamó Zapotlán a Zapotlán el Grande. A través de su música desentierra con sus manos de trovador los minerales atorados en la raíz, lo más rico, lo necesario para seguir retoñando, para entender de dónde venimos y por qué somos lo que somos en el presente.

Nacido en Ciudad de México en 1981, define que el canto le vino de forma natural, todos en su familia cantan y en especial la influencia de su hermano Fernando Flores, quien lo estimuló a tocar la guitarra. Este instrumento y su voz lo llevaron a sus primeros escenarios, como un trovador del pueblo y para el pueblo tocó en camiones, restaurantes, calles de diversas ciudades del país, pero su historia no se limita a las tocadas callejeras, o a  un oficio, o al estudio de una ciencia, sino a la diversidad. Estudió música en el Instituto de Bellas Artes en Colima, cuando un amigo le hizo la revelación de que poseía “alma de filosofó”, Atzel decidió estudiar Filosofía en Morelia y luego en Guadalajara, para finalizar la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Autónoma de México. La música como una constante, fue en muchas ocasiones la que le costeó los gastos de estudio.

Pero ¿por qué filosofía? Atzel responde: “Me he interesado por la filosofía de la cultura en México, hay filósofos como José Vasconcelos, Samuel Ramos, Emilio Uranga y Luis Villoro que han aportado una auténtica filosofía desde nuestra América. En la música de igual manera  me ha interesado la música mexicana, uno de los filósofos existencialistas se representa en la figura de José Alfredo Jiménez. Se trata de comprender el ser mexicano, es decir, ¿cuál es nuestra identidad?”. Actualmente estudia la Maestría en Estudios de Literatura Mexicana en la Universidad de Guadalajara. Como el árbol que es, sus ramas están pesadas, llenas de fruto y follaje; cantos, textos que tratan de entender personajes, teorías, conocimientos antropológicos que van desde lo lingüístico hasta lo religioso. Es por eso que su obra es más que musical.

En su diversidad académica podemos encontrar el ensayo: “Intercorporiedad viviente en Merleau-Ponty. El mestizaje como otredad” en un libro de Merleau-Ponty, además el primer tomo de El estilo de Arturo Rivas Sáinz, publicado por CECA Jalisco en el 2018, donde el autor otorga un estudio exhaustivo sobre la obra del filósofo jalisciense, el cual había estado básicamente en el olvido. Otro libro del autor publicado en la editorial Cartonera Tzapotlatena es Las generaciones de Arreola. Hacia una bibliohemerogía, resultado de un taller impartido en la Casa-Taller Literario Juan José Arreola.

Una de sus obras musicales es El cancionero de Zapotlán, que define como un proyecto de investigación etnomusicológica, donde se canta a Zapotlán principalmente, “El cancionero es una colección de cantos o antología que recupera los artistas que le han cantado a Zapotlán: Isidro Coronel, Daniel Calderón Silva, José Luís Benítez, Francisco Novoa Flores, Luís Ramírez Estrada, además el músico Octavio Espinoza “El Pato Arreola”. Sin embargo, el cancionero no se queda en el tributo a estos grandes artistas, sino que como compositor e intérprete he musicalizado textos de escritores como Guillermo Jiménez, Juan José Arreola, Virginia Arreola, Roberto Espinoza Guzmán, María Cristina Pérez Vizcaíno, Pedro Mariscal, Francisco Hernández López y Daniel Almejo Peralta”. Esta respuesta muestra la ambición de Atzel Quetzal para descubrir las raíces de Zapotlán, de un árbol que aún no se ha extinto y merece ser rescatado. En El Cancionero existen intertextos que remiten a La feria de Juan José Arreola y a Zapotlán de Guillermo Jiménez. “Se trata de hacer una especie de híbrido: Canta-cuentos. Los juglares cantaban en las plazas públicas para informar sobre los sucesos o acontecimientos del pueblo. Recordemos que en La feria se menciona a un trovador; El Cancionero de Zapotlán tiene como trasfondo el origen de La feria de Zapotlán, las décimas, las danzas y los sones”. De nuevo el pasado a través de la música, tantas veces como sea posible, las necesarias para no perderlo, para no dejar que el tiempo lo desintegre. Su último álbum Tzapotlatena, es, en palabras de él mismo, una oda a la diosa madre del valle de Zapotlán y una ofrenda a su primogénita Alba Tzapotlatena, “en él se rescatan leyendas y mitos del antiguo Tlayolan (Tzapotlan)”. Los recursos que utiliza Atzel están inspirados en el paisaje, en “las onomatopeyas y en los dichos populares, palabras y modismos, asimismo, en los sones del sur de Jalisco, el habla de la región tiene un cantadito, un tono muy expresivo”.

Sobre la escena musical de Zapotlán Atzel comenta que existe una tradición, desde joven escuchó grupos de Rock como Médula, Melócida, Los nietos de Pantaleona, los Pericos Perro de Sayula, Rosas Negras, donde se tocaban covers de Led Zeppelin y Pink Floyd, lamenta que “actualmente ha decaído el gusto por el rock, solamente se me viene el grupo de Lundra. Aunque hay músicos que comienzan su carrera como Sara Espinoza, la hija del Pato Arreola”. Como todo artista sus influencias musicales provienen de una diversidad de géneros como “del rock rupestre; prehispánico y psicodélico: Jorge Reyes, León Chávez Teixeiro, Rockdrigo González, Gerardo Enciso y Los Ampersan han moldeado mi estilo, no todo es rock, me gusta la música ranchera, los boleros de Consuelito Velázquez, la trova de Oscar Chávez, etc.”. Con todas estas referencias es imposible no entender que Atzel es una biblioteca que porta en su memoria la información para atraer y rescatar el pasado.

¿Dónde se encuentra la obra de Atzel Quetzal Xochimeh? En el grupo de Facebook Cancionero de Zapotlán se halla material discográfico, conciertos, videos, música, mp3. Este grupo posee un contenido sorprendente donde se reflejan los mundos; mundos del pasado y del presente, ya sea a través de música mística, psicodélica, tradicional, a través de temas religiosos como los hay sobre el Señor San José, videos que recrean al Zapotlán entre calles empedradas; la estación del tren, hombres vestidos de manta y mujeres a caballo, información sustentada en distintas fuentes, imágenes y videos creados para contemplar la belleza de la naturaleza y la tradición. Su obra literaria se puede encontrar en la librería la Literata de Zapotlán; El estilo de Arturo Rivas a Sáinz, en la librería Retro, en La Casa del Arte Vicente Preciado Zacarías, y en Guadalajara en la librería La Rueda. En la página de Facebook Cartonera Ateneo de Tzapotlatena existen a la venta libros cartoneros, libros de autor y libretas artesanales que crea al lado de su pareja, la antropóloga Elva María Ventura López.

Atzel rescata y rememora el pasado para compartirlo, pero ¿por qué remembrar el pasado, por qué remembrar a Arreola, por qué compartirlo? “yo creo que la historia de Zapotlán se puede cantar en voz alta. Esto para que los niños aprendan a escuchar la literatura que conforma nuestra identidad cultural”. Pienso que un explorador como Atzel tal vez le convendría vivir en una ciudad más grande, entonces le pregunto ¿por qué Zapotlán? “Debido al temblor del 85 mi familia se mudó a Zapotlán. Mi familia es de Concepción de buenos Aires (Pueblo Nuevo), el apellido Valdovinos Pulido proviene de las familias más antiguas de San José de Gracia (Michoacán), según el historiador Luis González en su libro Pueblo en vilo donde menciona las familias fundadoras. Creo que me siento de Zapotlán.” Con esta respuesta Atzel se reafirma como un artista-filosofo que recure al pasado como una necesidad para definir su presente y encontrar las respuestas desde una visión ancestral.

Un árbol tiene muchas ramas, se regenera con cada estación, pero siempre lo sostienen sus raíces, eso define su identidad y su fuerza. Tras dos cafés bien cargados Atzel Quetzal me ha dado las respuestas para entender la pretensión de su obra, su historia familiar, su identidad, que como un árbol también se enriquece en cada estación con nuevos conocimientos, diversas experiencias donde explora la importancia del pasado en el presente. Tal vez por lo anterior prefiere el pulque antes que el tequila, aunque el primero también luche por no extinguirse. Creo que la importancia de artistas como Atzel Quetzal radica en la labor por no dejar extinguir lo que es valioso, rememorar el pasado no por un reconocimiento, sino porque es elemental cuestionar y buscar la respuesta a la identidad, a esa labor que es un pecado rechazar o malograr. En este momento escucho del Cancionero “A Zapotlán” poema de María Cristina Pérez Vizcaíno, musicalizado y rescatado del olvido por Atzel, a través de esos sonidos calmos como la laguna de Zapotlán e imágenes nostálgicas me pregunto ¿cuánto tiempo, cuántas generaciones, cuántos Atzeles se necesitan para entender y fortalecer la identidad?

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