Año 13, número 162.

Judith Sánchez

La figura del mexicano Amado Nervo (Tepic, 27 agosto 1870 – Montevideo, 24 mayo 1919) en la literatura mexicana resulta crucial a finales del siglo decimonoveno e inicios del vigésimo. En la provincia se forja el escritor y en la capital de la república alcanza la fama nacional e internacional. De esa provincia —Tepic, Jacona, Zamora y Mazatlán— depende su labor periodística que lo acompañó a lo largo de su vida y le brindó innumerables oportunidades, entre ellas encontrarse con Rubén Darío en Europa. También dependen de esa provincia sus inclinaciones religiosas y amorosas presentes en su obra. Cuando arriba a la capital en el verano de 1894, Nervo ya estaba inscrito en la corriente modernista, su estilo ya se había conformado tras la lectura de los franceses Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y Valery­, así como de los latinoamericanos Darío, Martí, Nájera y Díaz Mirón.

La publicación de su poesía en la Revista Azul es signo de su aceptación en el círculo literario, y marca la popularidad de un poeta cuyos versos habrían de ser memorizados y recitados por la sociedad mexicana. Sin embargo, estos versos sueltos que empezó a publicar en periódicos y revistas desde su trayectoria por Mazatlán no se concretan en un libro sino hasta Perlas negras (1898) y Místicas (1898), poemarios que lo consagran de forma definitiva en el Modernismo. No obstante, este no fue el primer libro impreso de su autoría, de igual forma que la poesía no fue el género de mayor producción de Amado Nervo.

Resulta controversial que quien en un momento ha sido reconocido como el «más amplio y rico de nuestros poetas modernistas» (Pacheco, 1999) se haya dedicado a producir una más amplia y rica obra en prosa. Lamentablemente, el estigma de “poeta de recital” que recibió Nervo durante gran parte del siglo veinte una vez fallecido, sobre la que apunta Juan Villoro: «Amado Nervo corrió el albur de ser el escritor más famoso de su tiempo y, a la vez, ser sepultado rápidamente por la crítica» (2018), fue suficiente para disuadir cualquier aproximación a su obra narrativa. La postura de la crítica, en efecto, fue un completo rechazo hacia aquel ídolo popular. No obstante, ya en nuestros días comienza a desvanecerse la mancilla que la cursilería del nayarita representó, en un retorno a otorgarle el lugar que su poesía merece. Y al mismo tiempo, ha obligado al lector y a la crítica a desviar su atención a otros de los géneros que desarrolló; hasta hace un tiempo obviados de todo estudio crítico y publicación reciente.

Por ende, que nuestro lector no se extrañe que designemos al poeta del Modernismo, Amado Nervo, como el gran prosista desconocido. En su prosa, precisamente, la que hoy en día nos ofrece una de las facetas poco exploradas del escritor mexicano. Por señalar algunos, el cuento, la novela, la crónica, el ensayo, el reportaje, la crítica literaria y el libro de viajes fueron los géneros narrativos que cultivó.

Amado Nervo publica su primer volumen en 1895 y se trata de una novela breve titulada El bachiller, en donde se narra el dilema de un joven seminarista que se debate entre la castidad y el deseo por una mujer, debate que finaliza con la emasculación del personaje. Sin duda, en este personaje novelístico el escritor nayarita refleja el propio dilema entre la vocación religiosa, sin duda influida en su paso por el Seminario de Zamora, y su inclinación por las letras y los amores juveniles. Esta disyuntiva encuentra un espacio armónico en su producción literaria. Así pues, su poética se establece como una constante búsqueda de la revelación, su obra sinónimo de «excursionar por las zonas de la atracción física, para recrearse en lo ascensional y lo estratosférico, como los caminos del cielo» (Estrada, 1999).

En este sentido, podemos ver su poética expresada en su novela El donador de almas, texto a quien Salvador Reyes Nevares ha llamado la posible mejor narración de Nervo. A pesar de la brevedad, esta es sin duda un ejemplo magnífico de la prosa del escritor mexicano, publicada por entregas en cuatro números de la Revista Cómico, de abril a mayo de 1899. Obra fundamental que de manera infortunada pasó inadvertida para la crítica, El donador de almas, está compuesta por veintidós capítulos en los que se narra la historia del doctor Rafael Antiga cuyo amigo cercano, el poeta Andrés Esteves, le hace un regalo. Este regalo es un alma.

Ya desde este texto podemos observar el papel que juega Amado Nervo en la inauguración de la literatura fantástica y de ciencia ficción en nuestras letras mexicanas, y que algunos críticos han establecido en su cuento “La última guerra” (1906).

La historia continúa: Alda es el alma femenina que pertenece a una monja cuyos estados de “éxtasis” explican y posibilitan la ausencia del alma en el cuerpo de la misma. Gracias a esta alma, que tiene un acceso extraordinario al conocimiento, el protagonista se vuelve el médico mexicano más celebre en Europa, y así lo vemos viajar por Francia, Londres, Rusia. Esto último el lector lo observa a través de retazos de diarios extranjeros que el narrador tiene la amabilidad de traducir. El uso de estos recursos narrativos, tanto del periódico como del narrador que toma cierta distancia de sus personajes y que se dirige directamente al lector, aumentan la complejidad de la estructura.

La posibilidad de la posesión de un alma refleja la otra forma en que el autor de la novela se dibuja a sí mismo dentro del texto. Andrés Esteves es un poeta, igual que Amado Nervo, que a través de la palabra le es posible poseer y donar almas. Este personaje, del que refiere el título y a partir del cual queda establecida su importancia, es un esteta, un neomístico. Quizá en este mismo sentido, y habiendo observado la relación textual entre autor y personaje, Juan Villoro llama a Nervo “el taumaturgo de los sentimientos”. En efecto, el autoelogio no queda fuera del texto, sino que funciona como acto expreso, y colabora a la función lúdica establecida en el relato.

Sigamos con la historia de El donador de almas. El regalo de Andrés viene con una advertencia: no mantener el alma demasiado tiempo lejos de su cuerpo. El ansia de afecto que Rafael expresa desde el principio novelístico lo lleva a retener a Alda y provocar la muerte de la monja. La urgencia de encontrarle cuerpo conduce a que Rafael le otorgue la mitad de su cerebro para que allí habite Alda. He allí que Amado Nervo crea al andrógino imaginado por muchos: «—Pero entonces —dijo con infinita desolación el hemisferio derecho—, ¡qué va a ser de nosotros! ¡Éste es un caso de hermafrodismo intelectual!» (Nervo).

La convivencia mental, denominada como matrimonio en el texto, pasa rápidamente por la etapa de la “luna de miel”, con una reflexión profunda por parte del narrador-autor sobre el yo y el otro de cada individuo, sobre el hombre que al amar a la mujer se ama a sí mismo y viceversa, entre otras reflexiones filosóficas. Prontamente las condiciones mentales del maridaje, similares a uno de carácter común, conduce a Rafael al deseo del divorcio, mismo que sólo puede ser ejecutado por el amigo poeta. Vemos aquí de nuevo frente al propiciador de lo imposible, al objeto a través del cual Amado Nervo crea la novela. Sin duda, la poesía en el nayarita está inmiscuida, de forma simbólica o cualquier otra, en toda su producción.

A lo largo de la obra, la presencia indiscutible del narrador en el texto funge como guía al lector. Es por ello que se presenta aleccionador, «Hay regalos que no se hacen impunemente. No se puede jugar con el rayo; no se puede bromear con el milagro…» (Nervo), de la misma forma en que se burla de él, «—No te entiendo, Andrés —juzgamos que el lector tampoco» (Nervo). No obstante, el discurso que se expresa por medio del narrador, al ser leído en el siglo XXI bajo la concepción feminista que otorga la sociedad actual, nos obliga a hacer la mención de la ideología machista expresada en la concepción de la mujer y las acciones que se ejercen contra ella: «—¡Basta! —ordenó Andrés dirigiéndose a ella—, tú calla y obedece» (Nervo). Ante esta lupa, ningún escritor modernista, ni siquiera Amado Nervo, puede salir impune. En efecto, todo escritor es producto de su época.

Dicho esto, hemos, pues, de retornar a la historia: una vez fuera de su cuerpo, Rafael vuelve a expresar el deseo por Alda, sin embargo, le es necesario liberarla finalmente. En estos derroteros termina la novela que, basados simplemente en las posibilidades de análisis que se han dejado intactas, demuestra ser una obra que el lector encontrará compleja, pero igualmente accesible.

En efecto, la lectura de la breve novela resulta indispensable si se quiere conocer al escritor Amado Nervo, que además de poeta, es un habilidoso narrador. Y en este sentido juzgamos que El donador de almas es un texto singular que debería estar, en algún momento, entre los libros de cabecera de todo lector.

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