Año 15, Número 205.
Se puede afirmar que la prosa de Vicente Preciado contiene algunas características de modo similar a como se encuentran en Alfonso Reyes y en ciertos escritores de esa estirpe.
José de Jesús Vargas Quezada
Ricardo Sigala —en comunicación personal— me ha dicho que Vicente Preciado es más conocido por su faceta de maestro oral que por su obra estrictamente literaria. Sostener esta idea es comprensible, pues bastaría haber escuchado en vivo a Don Vicente; bastaría haber sido testigo de esa voz que siempre desprendía un elocuente caudal de conocimientos literarios, históricos, filosóficos y científicos. No es una rareza, entonces, que esa faceta suya sea predominante en el imaginario local. Pese a esto, decir que la órbita literaria de Preciado Zacarías se reduce a su dimensión puramente verbal es una señal inequívoca de ignorancia.
En un ensayo denominado «La carretilla alfonsina», Gabriel Zaid reivindica la que él considera «la mejor prosa del mundo». Y la define así: «es un resultado sorprendente que este genial investigador [habla de Alfonso Reyes] disimuló en la transparencia; un vehículo inesperado que les robó a los dioses, y que vale infinitamente más que los datos acarreados». Algo esencialmente similar puede señalarse de la prosa de Preciado. Quien indague con algún rigor en la escritura de Estos 77, Ficcionario, Prólogos para obra publicada y La presencia de lo sacro en la obra de Juan José Arreola, podrá encontrar también esa transparencia que engaña al incauto y que obedece a la maestría del escritor que gobierna el arte de expresar ideas difíciles y elevadas en términos claros y precisos.
Pero además de esa aparente transparencia, prodigio aprendido acaso de Arreola, la escritura de Preciado comparte otras características con la prosa alfonsina. El académico Alfonso Rangel Guerra señala en su artículo «La esgrima del ensayo» que la prosa de Reyes, más que mostrar una corrección cabal en el manejo de la lengua española, contiene otros valores implícitos. Este autor habla de una belleza inefable, cuyos fundamentos son (según sus términos) «una conjunción de valores fonéticos y semánticos contenidos en las palabras mismas, y en los valores procedentes de su espíritu, de su universo interior». Hoy, 11 de mayo de 2022, podríamos decir que la fonética y la semántica estaría ejecutada en un particular ritmo de notable cadencia, en la eufonía del conjunto, en la elección de la palabra justa y en la adjetivación inteligente. Cosa distinta, y no menos compleja, es definir ese «universo interior» del que habla el académico. Pero tal vez sería esa representatividad (de la que habla Hugo Hiriart) y que corresponde a los temas que obsesionaron al escritor. Sé que esta perspectiva es inédita, riesgosa, tal vez en algún punto inexacta; diré por ello que mi pretensión no es arrojar certezas inamovibles, sino ensayar puntos de anclaje, visiones críticas y material comparativo para estudiar la obra del maestro.
Formulada la teoría, se puede afirmar que la prosa de Vicente Preciado contiene algunas características de modo similar a como se encuentran en Alfonso Reyes y en ciertos escritores de esa estirpe. Un análisis pormenorizado excede los límites impuestos para esta intervención, pero tal vez algunos ejemplos ilustren nuestro planteamiento. Como me tocó hablar sobre La presencia de lo sacro en la obra de Juan José Arreola, omitiré algunos pasajes encontrados en Estos 77 y en Ficcionario. Comencemos, pues, citando algunos ejemplos.
Al inicio de este artículo publicado primero en la revista Hispámerica de la Universidad de Maryland, y después editado por Puerta Abierta Editores en 2018, el maestro Vicente introduce el tema de la siguiente manera:
Se han escrito notables semblanzas a propósito de Juan José Arreola (1918 – 2001) y su obra. Algunas de ellas están incluidas en los prólogos a sus obras. La semblanza que realiza Felipe Garrido a propósito de Arreola en el prólogo a su Narrativa completa es notable; lo mismo que la de Saúl Yurkiévich a las Obras. La más serena, profunda y poética que se ha escrito acerca de la vida y obra del escritor zapotlense está en el Postfacio (Postfazione) de Dante Liano a la versión en italiano de Confabulario, con traducciones de Lia Ogno y Cristiano Dan.
El lector atento pudo haber percibido esa transparencia alfonsina en el párrafo, y con suerte pudo percibir también esa cadencia en el lenguaje, esa disposición del conjunto tan poco habitual en los discursos académicos. Este pasaje, aún siendo parte de una publicación académicamente normativa, expresa al mismo tiempo «esa gracia difícil de definir por medio de la cual el lenguaje absorbe elementos no necesarios para la estricta comunicación, elementos que otorgan al conjunto una nueva envoltura y que en rigor lo legitima como texto literario».
Pero tal vez lo más interesante de esta primera página sea el comienzo del segundo párrafo. En la frase rectora, Vicente Preciado, haciendo gala de su proverbial elegancia, desliga su trabajo académico de la categoría más amplia de semblanza y se sitúa en una posición más modesta:
Juan José Arreola señalaba: “Ya todo está dicho en la literatura”. Por lo tanto este trabajo, más que una semblanza, pretende ser un acercamiento hacia un perfil categórico de Arreola, un asomo a su inclinación religiosa que ha sido muy poco comentada…
Disimulado por una aparente prosa impersonal, aparece aquí un indicio del universo interior de Vicente Preciado, indicio que nos devela, en algún punto, un humanismo de tonalidades irónicas. Tal como lo hace Reyes en tantas ocasiones, Preciado arroja una idea controvertida citando a una autoridad. Y lo hace en una publicación formal (de esas que nos decía el maestro Vicente que eran rígidas, duras, imposibles de burlar con ideas poco sustentadas, y en las cuales teóricamente ninguna opinión debe ser gratuita). Aún así, el maestro Vicente desarma con esa frase casi inofensiva, notablemente irónica, toda la crítica a veces ostentosa sobre Juan José, acusándola sarcásticamente de haber dicho ya todo, de haber elucidado finalmente la clave de la literatura arreolina. En El canon occidental, Harold Bloom, refiriendo a Platón, habla de una ironía casi inadvertida en algunos pasajes de los Diálogos, que aparece justo cuando el sabio de Atenas se pone más serio; algo análogo sucede con Vicente Preciado, y este no es el único ejemplo que podemos encontrar a lo largo de su obra.
Me hubiera gustado hacer una exégesis más detallada y completa, pero el tiempo me lo impide. Bastará mencionar que en este texto sólo intenté dilucidar alguna dimensión de aquel elogio que Fernando Carlos Vevia arrojó en el prólogo a Ficcionario. Hablando de la prosa de Don Vicente, el filósofo emérito de la Universidad de Guadalajara nos dice: «su escritura es distinta, y en su modo de enfocar los temas no debe nada a nadie. Llega en soledad a sus propias cumbres y son de gran altura». Esta apreciación por lo demás justa supuso para mí un reto crítico, y aunque faltarían muchas páginas de análisis para justificarla cabalmente, todo aquel que haya dedicado algún esfuerzo a la investigación literaria sabrá que de alguna manera debemos comenzar a ensayar hipótesis y despejar dudas. Digo esto, entre otras razones, porque los estudiantes de la licenciatura que el maestro fundó tenemos una labor pendiente. Si Arreola escribió la mejor prosa de ficción del Sur de Jalisco, Vicente Preciado es el hacedor de la más lograda prosa ensayística de nuestro entorno. Y esto, si se me permite decirlo, no es un logro menor y amerita el estudio y la reflexión y por lo menos nos deja una tarea, la de educarnos para leer y estudiar a nuestro generoso maestro y poder así apreciar —con un criterio más justo— su irrefutable valía literaria.
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