Año 18, número 268.

“Después me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”
-José Alfredo Jiménez.

Plantitas: Un perfil de Pablo Alejandro Reyes.

Imagen: ChatBox

Dicen por ahí que él siempre ha sido alguien impulsivo y volátil. Alguien que estuvo perdido gran parte de su vida. Durante años, buscando y buscando sin parar su lugar en el mundo. Tuvieron que pasar casi 30 años para que Pablo Alejandro Reyes encontrara su vocación. Su camino ha sido duro e impredecible. Tal como les ocurre a muchos jóvenes en su situación, Pablo siempre tuvo la costumbre de intentar cosas nuevas para luego dejarlas sin terminar.

Cuando estaba chico, Pablito quería ser caricaturista- dice Doña Rosario Macías, la madre del joven- pero no tuve de otra que bajarlo de la nube. Aunque mi hijo siempre fue muy bueno dibujando, yo pensé que él no podría mantenerse de eso. Tuve que decirle que tomara al dibujo más como un hobby que como una posible carrera.

Desalentado ante esta realidad, Pablo pasó varios años buscando algo que le apasionara y de lo que pudiera vivir. No fue hasta que, a sus 18 años, tuvo lo que pensó que sería la epifanía de su vida. Tras escuchar a su madre hablar por teléfono con uno de los primos, supo que éste estudiaría mecatrónica. Siendo él un joven impulsivo, miró con determinación a su madre y le dijo: “Ma, voy a ser mecatrónico”.

Su madre intentó convencerlo de que lo pensara, pero él fue obstinado. Se mantuvo firme en que esa era la carrera que estudiaría. Tal como Pablo prometió, hizo trámites a la carrera de ingeniería en Mecatrónica en el Instituto Tecnológico de Colima. Aunque el chico estaba decidido, tiempo después se percataría de su error. Su madre tenía razón: debió darse más tiempo para elegir su carrera.

Me acuerdo que yo siempre andaba bien estresado– confiesa el ahora joven de 35 años- Mecatrónica era una carrera bien pesada: muchas matemáticas y malas vibras. Incluso tuve un maestro que me daba pesadillas. Debí hacerle caso a mi mamá: fui muy impulsivo. Pero no podía dejar la carrera, pues no tenía otro plan. Así que me quedé ahí. Reprobé muchas veces, pero lo que importa es que me titulé. Ya estaba todo cansado y demacrado, pero al menos ya era ingeniero mecatrónico.

Una vez que Pablo acabó la ingeniería, él dijo que quería irse a trabajar a Querétaro -dice Don Pablo Reyes, el padre del joven. –Incluso nos fuimos de vacaciones para allá para que conociera el lugar. Pensamos que él sí se iba a mudar, pero siempre no quiso. Pues ya ves cómo es este muchacho: ¡siempre ha sido bien inconstante!-.

Aunque Pablo decidió quedarse en su natal Zapotiltic, él nunca dejó de buscar su vocación. Años después, estudiaría una maestría en Administración de Empresas en el Centro Universitario del Sur (CUSur). A diferencia de su etapa de estudiante de ingeniería en Colima, sus años de maestría en Guzmán fueron relajados. Incluso dicen sus allegados que lo veían más joven que antes. Ahora Pablo tenía una nueva meta: tener su propio restaurante.

Mi hermano siempre ha tenido talento para cocinar- dice Natalia Reyes, su hermana menor, ahora de 24 años. – Me acuerdo que hubo una temporada en la que nos cocinaba bien seguido. Sus especialidades eran las costillas BBQ y nos preparaba toda clase de bebidas: piñas coladas, capuchinos, frappés. Éramos sus conejillos de indias.

Durante su etapa de estudiante de maestría y aspirante a restaurantero, Pablo estuvo rodeado de tortilleros, tarros de vidrio, sandwicheras y mucha cafeína y chantilly.

La residencia Reyes Macías acabó convertida en una especie de bodega: ahí se podían encontrar todos los productos que compraba el primogénito. Incluso el patio de la casa se vio invadido por un gigantesco venado de cartón, el presunto logotipo para el restaurante del muchacho. Parecía que Pablo Alejandro finalmente había encontrado su vocación, pero no fue así.

Mi hijo cocinaba sabroso, pero lo malo es que él no era alguien muy sociable- dice Doña Rosario Macías- Él siempre decía que cuando tuviera su restaurante, no trataría con las personas, pues decía que lo cansaban. También él siempre fue bien necio: aunque yo le insistí, él no quiso incluir opciones vegetarianas en su menú. Entonces, le sugerí que mejor lo analizara: ¿sí sería buena idea abrir un restaurante?Lo bueno es que fui cobarde y no me animé a tener el restaurante– admite Pablo Alejandro- y luego de que mi mamá me reventó la burbuja, supe que hice bien.

Desde entonces, la residencia Reyes Macías ya está un poco más despejada. Todavía se pueden encontrar los tarros de vidrio y la sandwichera, así como uno que otro artilugio.

Respecto a Pablo, si bien había renunciado a su meta de abrir un restaurante, luego tuvo otra nueva: dedicarse a la carpintería. Así fue cómo el aspirante a restaurantero se convirtió en asistente de Juventino, un carpintero de Ciudad Guzmán. El joven pasó varios años dedicado a la elaboración de muebles. Incluso se ponía a practicar en la terraza de su casa, la cual también servía de estadio para el concierto de leperadas y gritos proferidos por el aprendiz.

La terraza familiar siempre estaba saturada: por doquier había tablas, aserrín, herramientas y pintura. Para sorpresa de su familia, Pablo había demostrado ser un carpintero eficiente. Le tomó muchos meses de práctica y varios corajes, pero había mejorado mucho. Sin embargo, las cosas no fueron miel sobre hojuelas. Nuevamente un defecto del chico hizo acto de presencia. Esta vez no fue la terquedad o la asociabilidad, sino la procrastinación.

Pablo se había hecho carpintero, porque le cansaba lo informales que eran los carpinteros- dice Doña Rosario Macías- Pero él fue igual que ellos el tiempo en el que hizo carpintería. Hace años que le encargué otro estante ¡y no me lo ha hecho!.

Por enésima vez en su vida, Pablo tuvo que despedirse de su meta del momento. Todavía es posible encontrar algunas de sus creaciones en la casa: el hermoso estante de libros en la habitación de su hermana, el escritorio del joven tallado por él mismo, y los estantes de velas en las habitaciones del chico, su madre y su hermana. Memorias de este oficio abandonado. Después de haber abandonado la carpintería, el primogénito de los Reyes Macías tocó fondo.

Aunque finalmente se había titulado como maestro en Administración, no tenía idea de qué hacer con su vida. Se tornó irascible y solitario. La habitación del joven se había convertido en su cueva: el muchacho pasaba horas encerrado, aislado emocionalmente de todo mundo. El porvenir del joven era desolador: nadie en su familia sabía si él encontraría su lugar. Aunque el futuro parecía gris para Pablo, su madre llegó con la respuesta salvadora:

Recuerdo que, en ese tiempo, yo lo veía muy infeliz- dice Doña Rosario Macías- Como madre, me partía el corazón verlo sufrir. Se había unido a “Sembrando vidas”, a eso de sembrar árboles. Pero no se le veía feliz: siempre se veía cansado. Entonces, fue que se me ocurrió decirle que se fuera a trabajar con Cruz, un amigo de su papá, quien trabaja en terrenos de caña. Se lo propuse para que hiciera algo de mientras.

Y lo que comenzó como una solución provisional terminó siendo la verdadera vocación de Pablo Alejandro. Durante muchos años, se encontró perdido entre máquinas, restaurantes, muebles y reforestaciones. Y al final, descubrió que la agricultura era el gran amor de su vida.

Duré muchos años perdido- reconoce Pablo Alejandro, ahora de 35 años- De haber sabido antes, ni me habría metido a la ingeniería. Lo supe hasta que tuve como 29 o 30 años. Pero aun lo siento como si haya sido hace poco.Y así fue cómo Pablo Alejandro Reyes encontró su vocación.

Cada día, es usual verlo llegar a casa todo sucio y cansado, pero satisfecho con lo que hace con su vida. El chico recuperó su sonrisa y su entusiasmo.

Y la casa volvió a verse abarrotada, esta vez de papayos, guamúchiles, nopales, y cocuixtles, así como toda clase de plantas. Aunque el joven trabaja en la caña, desarrolló una pasión por cultivar toda clase de cosas.

Es irónico como el chico que solía despreciar la verdura, ahora vive encantado con los nopales ¡Qué vueltas da la vida! Hasta el día de hoy, la residencia Reyes Macías sigue llena de plantas. Incluso la madre del chico empezó a apodarlo “Plantitas”. A Pablo Alejandro no le molesta, porque finalmente encontró su lugar en el mundo. Puede que no haya llegado primero, pero al menos supo llegar.

Paulina Natalia Reyes Macías
paulina.rmacias@alumnos.udg.mx