Año 18, número 265.

Ilustración: Magic IA.

“Solo hay tres voces dignas de romper el silencio:
la de la poesía, la de la música y la del amor”

Amado Nervo.

No es sorpresa para nadie, la idea de que el cisne es la representación más conocida del modernismo. Desde la más antigua literatura, esta ave ostentosa es un símbolo casi inequívoco del romanticismo, la belleza, la perfección y, como es de esperar: la superficialidad. La imagen del cisne permaneció de la misma manera hasta la aparición de Enrique González Martínez y su composición poética. El autor, en poemas como “Tuércele el cuello al cisne”, “Mañana los poetas” y “Cuando sepas hallar una sonrisa”, convoca a la reinvención del alma, con la propuesta de abandonar la petulancia adquirida del cisne y sustituirla por el perspicaz misticismo agudo del búho. De este modo, al abandonar las formas establecidas del modernismo, dio un nuevo sentido y voz a su creación poética.

Es de notar que González Martínez ya desde sus primeras producciones inició ecos que reflejaban fielmente las vibraciones de su peculiar organización poética (Cortés, 1928, p. 206). Algunos estudiosos lo consideran el primer postmodernista, su deseo de buscar y entender lo más profundo de la vida y la experiencia humana le dieron ese título. De ese modo, es significativo visualizar al poeta como un búho, caracterizado por aquella incisiva reflexión y capacidad crítica basada en la observación y el sentir, sin duda, una cualidad singularmente excepcional.

Según Polidori (s.f.) y su estudio introductorio para la UNAM, la poesía de González Martínez es una reflexión de clarividencia sobre el hombre y lo intangible. Sus temas predilectos son el dolor, el paisaje, la muerte, la eternidad y el perpetuo positivismo ante la vida. La voz lírica del poeta, aunque grave y sosegada, se caracteriza por cierta claridad afín entre la forma y el espíritu o sustancia, ya que es ahí donde aflora lo armonioso y reflexivo, es decir, una concepción redonda y trascendente. Esta idea choca con la concepción del cisne, pues la belleza pasa a ser una cuestión meramente terrenal, que se aleja cuanto puede de la sustancia del espíritu, de aquella profundidad a la que invitaba el poeta.

En palabras de Cortés (1928), el poeta siente con intensidad y hondamente, forcejea por encontrar elementos que reflejen el estado de su alma, sin embargo, jamás lo logra por completo y cuando se encuentra por aprisionar dicha abstracción en las formas del lenguaje, se da cuenta de que únicamente logró trasladar un breve vestigio de su espíritu. En ese sentido, González Martínez utiliza la poesía como un medio que incita a la reflexión, y es su poesía un cuadro vivo de lo que anhelaba conocer. Entonces, es el poeta un artista con sed de conocer su mundo interno, ya que solo así podrá entender lo que le rodea.

El cisne y el búho
Gracias al recorrido por su obra, se infiere la propuesta poética mencionada anteriormente: abandonar la perfección del cisne y optar por la sabiduría del búho. En “Tuércele el cuello al cisne”, por primera vez hace alusión al búho y lo que representa: “Mira al sapiente búho cómo tiende las alas / desde el Olimpo, deja el regazo de Palas / y posa en aquel árbol el vuelo taciturno” (González Martínez, 1971, p.41). Es evidente que dota a dicha ave rapaz nocturna de cualidades sabias, además, el búho también cuenta con un simbolismo propio asociado a la contemplación, inteligencia y agilidad. Es importante mencionar la ubicación en la que se encuentra el búho en los versos anteriores: el regazo de Palas (Atenea) en el Olimpo, como decreto de la elevación que caracteriza a dicha ave y su vínculo directo con los dioses griegos.

La poesía de González Martínez está fuertemente relacionada a elementos naturales, y la admirable percepción que el ser humano posee o no hacia ellos. No solo es la idea de la desconexión a la sutileza natural, sino, también, el reproche a la falsa conmoción. “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje” (p. 141). Se sugiere que el verso anterior va dirigido a algunos elementos de la poesía modernista, que pecan de vana y superflua.

Mis versos, explica el poeta, «tomaban al cisne como símbolo de la gracia intrascendente y [al] búho como el paradigma de la contemplación meditativa que ahonda en los abismos de la vida interior» (González Martínez, 1944, como se citó en Martínez Ramírez, 2009, p. 126). Lo anterior desecha la idea del cisne como representación de los poetas, y lo plantea como un tópico abstracto, se trata de algo más que una etiqueta, y su finalidad intangible, a diferencia de lo que se pensó de esas declaraciones, inicialmente.

La idea del cisne como bello e intrascendente es una declaración notoria en sus versos: “Él pasea su gracia no más, pero no siente / el alma de las cosas ni la voz del paisaje” (González Martínez, 1971, p.41). En versos posteriores hace una comparación directa entre el búho y el cisne. “Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta / pupila, que se clava en la sombra, interpreta / el misterioso libro del silencio nocturno” (González Martínez, 1971, p.41). Una vez más, el poeta destaca las cualidades del búho, colocándolo por encima del cisne. Lo dota de sabiduría y observación que el cisne por su naturaleza ostentosa no posee.

Finalmente, Enrique González Martínez buscaba la trascendencia, si bien, no con la finalidad de cambiar la percepción poética del otro, ni juzgarla de simple o pretenciosa. En sí, invitaba al cuestionamiento personal, la introspección y el conocimiento. La ruptura del paradigma de la poesía modernista le dio visibilidad, aunque inicialmente no fue bien recibida su propuesta. La emocionalidad que evoca su poesía y la reflexión a las experiencias humanas, son algunas de las cualidades más reconocidas del autor, ya que conserva el lenguaje musical y preciso, dejando así su propio legado poético.

Teresa de Jesús Vilchez Gómez
teresa.vilchez@alumnos.udg.mx