Año 18, número 264.
Hundir las manos temblorosas de Melisa Cordero Novo obtuvo el primer Premio de Literatura Joven Raúl Padilla López 2023.
Fotografía: Ariana García.
Lo primero que hago es preguntarme en dónde y por qué quiere meter las manos Melisa Cordero Novo. Lo segundo que me pregunto es por qué están temblorosas esas manos.
Ensayo una respuesta, en mi condición de lector circunstancial. Y pienso que Melisa se asume como una artesana, una trabajadora del lenguaje, y es en él, en el lenguaje, en que hunde las manos para elaborar una escritura viva, nutrida de historias, escenas y personajes cuya vitalidad está expuesta y late y siente y tiene una memoria. El lenguaje con que ella trabaja se conforma como una mezcla de materia, memoria y ser. Melisa no sólo se sirve del lenguaje, esa masa es más que palabra, más que abstracción, el barro con el que trabaja la poeta late como un corazón, a veces tirado al sol, a veces tímido y temeroso, arrinconado en una de las galerías del recuerdo, otras duro y penetrante, hiriente y vigoroso. No es esta una tarea fácil, por la responsabilidad que implica trabajar con una materia tan sensible, tan viva, quizá de ahí que vemos en el título las manos temblorosas que se aventuran en la travesía.
Aclaro, estoy en el territorio de la especulación, desconozco la verdadera razón por la que Melisa Cordero Novo ha optado por el título, pero el lector agradecido que se asoma a esas páginas quiere entender y se lanza al mundo de las posibilidades, tan compatible con el de la poesía.
Por eso imagino a Melisa Cordero Novo en el título hundiendo las temblorosas manos, como una divinidad inexperta e insegura, que a cada nueva línea, a cada página afianza la mano y cincela un poema tras otro, con una voz certera, con un estilo propio, línea tras línea, hoja tras hoja. No es posible dudar de los atributos técnicos de la artesana de estos poemas en prosa, pero también es preciso apuntar que esa condición técnica no hace fríos ni predecibles los textos, el temblor permanece, el temblor de suelo más íntimo, el temblor de cielo en la memoria.
Hundir las manos temblorosas es un libro de poesía, pero no es un típico poemario, o por lo menos no el tipo de poemario al que estamos habituados. Apuesta por el poema en prosa y nos da una pauta particular, pues no leemos igual el verso que la prosa, la página incita al lector a un estado de percepción diferente. No es casual que el jurado del Premio de Literatura Joven Raúl Padilla López, haga referencia a un viaje, un viaje interior, que a mi juicio también es exterior. No es extraño que el paisaje cambie con frecuencia a lo largo del libro. Tan pronto aparece la costa y un puerto, como alude al desierto o a la selva. Sin ser meticuloso ni exhaustivo, puedo enumerar desde el recuerdo que la voz poética se traslada ya de Cuba a Ruanda o Zaire, de Rusia a Polonia, del sureste mexicano a la sierra Tarahumara, de los volcanes del altiplano a la Ciudad de México, de Siberia a Comala. Importante es precisar que esto no convierte al volumen en un libro de viajes, mucho menos en un catálogo de destinos turísticos, nada más lejos de eso.
Los cambios de escenario o de paisaje contribuyen al ritmo de la escritura, pero también están relacionados con la permanente exploración de las relaciones de la personas con los otros, con la historia, con las circunstancias políticas y sociales, es decir las relaciones del habitante de a pie con el poder. No es extraño que en los pasajes que suceden en Europa del Este, en particular en Polonia, se hable de la Segunda Guerra, del pianista del gueto de Varsovia; que en el norte de Rusia, un personaje de nombre Vasili, se prenda fuego a sí mismo, como una especie de bonzo siberiano. No es casual que el trópico aluda a la miseria, o por lo menos a la pobreza o la imposibilidad del amor. Hay un condición de exilio, “no tengo país al cuál volver”, dice la voz poética. Algo de crónica encuentro en este procedimiento, la periodista que es Melisa Cordero Novo, se alía con la poeta que también es ella misma, asistimos pues al confluir de dos miradas, dos agudas maneras de indagar en las cosas, y ambas dan por resultado estos poemas en prosa que también son especies de estampas, de viñetas, de instantáneas, retratos y/o escenas que se caracterizan por mirar tanto el paisaje externo como el interior.
Ya hemos hablado del carácter itinerante de estas prosas, lo son porque revisitan espacios diversos y disímbolos, lo son también por la versatilidad genérica que constituyen cada una de sus partes, pero voy a insistir en que estos poemas son siempre algo más de lo que ya hemos dicho, como si se resistieran a ser definidos, recordemos que una definición no deja de ser una forma de la simplificación, y estos ejercicios tiene una vocación difícilmente asible, y esta es una de sus mayores virtudes. Porque a pesar de lo ya dicho, estos poemas también permiten ser leídos como textos íntimos, como exploraciones del universo interior, desde la idea de comunidad o identidad, hasta la familia, la pareja, y el yo más estricto. Esto explica el uso constante y continuado de la primera persona, tanto del singular como del plural, que incluye al país, a un grupo de amigas, a la condición de familia, siempre con énfasis en el individuo que aunque es parte del clan también es uno frente al mundo.
No es extraño que a lo largo del libro surjan aquí y allá escenas de agresiones, violencias manifiestas, algunas tan generales como la pobreza, pero otras tan duras como los golpes entre quienes en teoría se aman. A lo largo de estas páginas muere mucha gente, muere el padre al inicio del poemario, muere la abuela en los brazos del padre, muere un hijo, muere gente por la guerra, por la injusticia, y la pobreza, los animales también mueren. Es algo que la poeta se empeña en que no se olvide. La violencia, la muerte con su presencia ineludible.
Sin embargo, lo antes dicho no significa que estamos un libro trágico, pesimista, oscuro. Hay algo del milagro de la poesía que jala al lector al disfrute de estos textos, el hecho estético, a la sublimación. Quizás sea el respeto con que la temblorosa mano asume su labor de artífice, esa mano hacedora de poesía, esa mano que acierta en el misterio de la belleza hecha palabra.
He leído Hundir las manos temblorosas de Melisa Cordero Novo con curiosidad y expectativa, de él he recibido las extrañas alegrías que por fortuna aún nos depara la lectura de ciertas líneas sobre papel. Este libro le da dignifica estética al naciente premio de Literatura Joven Raúl Padilla López en su primera edición.
Ricardo Sigala
ricardo.sigala@cusur.udg.mx