Año 13, número 148.
Aviario es el libro más reciente de la poeta Lizeth Sevilla, académica del CUSur, que se presentará el 22 de enero en la Casa del Arte Doctor Vicente Preciado Zacarías
Xulio Espíritu
La poesía de los pueblos originarios de México es un árbol del que brotan flores y cantos que muestran con orgullo su relación vital con la tierra, con los seres y saberes que la habitan; con su huella de pie descalzo y voz petrificada, que por más escondida que esté en medio de la selva o en ciudades sepultadas por la conquista, nos sigue sorprendiendo por su misterio y relación que mantiene desde hace siglos con nosotros mismos.
Desde Nezahualcóyotl hasta Mardonio Carballo, el árbol se ha ido nutriendo y sus ramas y hojas parecen no secarse, al contrario, el árbol muestra sus frutos dulces o amargos según sea el agua o dolor o sangre que lo alimentan. Desde este árbol frondoso, Lizeth Sevilla canta armoniosa y febril, salta sin titubeos y planea sobre terrenos accidentados o sobre tierras recién labradas; sobre muebles de oficina, calvas de académicos y calles orinadas por borrachos que han dejado la gracia de la diosa Mayáhuel. Lizeth Sevilla canta con suavidad o estridencia, según sea la nostalgia o furia que de súbito le invada. Desde hace años canta, mientras el árbol se mece y la poesía no cesa para provecho nuestro.
La poeta presentó en 2006 al primero de sus hijos, Crónicas pasajeras, con él dejaba claro el rumbo de su poesía sobre lo cotidiano; poesía intensa y amorosa en donde la angustia y la tristeza permean entre silencios la musicalidad de su voz. Pero la poeta no sólo sufre y ama, se da tiempo entre versos para dejarnos en medio de otras posibilidades:
¡No grito
No sonrío!
Solo volteo hacia el mañana...
La llegada de Monólogos de una mujer desnuda (2010) y Lamentos de altamar (2014), poemarios que guardan una relación consanguínea, podríamos decir que son casi mellizos, reafirman las motivaciones de la poeta. En ambos libros hay una sensación de que su creación debió ser un parto largo y doloroso, donde la voz poética encontró su mejor momento en Nahui, uno de sus poemas más célebres y malditos.
No pude seguirte Nahui
porque me quedé llorando tu ausencia
en esa tarde de julio en que te reventó la vida
y ya no quedaron fuerzas para reclamarle al destino.
La protesta social es otra de sus temáticas, que eclipsada por el amor y la melancolía, ha ido teniendo presencia dentro de unos versos que después del dolor interior miran por la ventana y abandonan el hogar para encontrar el mayor de los desasosiegos, una ciudad llena de histeria e incertidumbre.
Los pobres quedaron más pobres
los dejaron sin lengua y sin excusas.
La ciudad se construye sobre complejos.
[y fantasmas].
Y este mirar hacia afuera le otorga a la obra de Lizeth Sevilla un nuevo rumbo, una aventura distinta a la ya transitada. Los primeros hijos crecen, adquieren sus años y mientras eso pasa, el verso libre, el ritmo y la música se afianzan de mejor manera en la obra de la poeta. En Lamentos de altamar deja claro la naturaleza a la que pertenece:
Y los poetas son como pájaros que emigran
los poetas son como gusanos que trasmutan
El cuarto fruto de sus entrañas tiene un carácter singular, la semejanza que guarda con los poemarios anteriores es que Aviario sigue reflejando el oficio y la disciplina que debe tener una poeta que se toma en serio la búsqueda por la belleza. La singularidad del presente libro radica en que este cuarto hijo mira a su alrededor, tiene alas, avanza como parvada y en su canto, la voz trágica de los más desprotegidos se escucha. Este nuevo rumbo tiene que ver directamente con la vida que eligió llevar la poeta y la violencia que se ha recrudecido en México. Aunque entregada a la vida académica, la poeta desde ese espacio desarrolla proyectos cercanos a las comunidades indígenas, proyectos sobre el rescate y la difusión de saberes que el tiempo, la conquista o la ignorancia en forma de racismo no han podido borrar. Lizeth Sevilla nos recuerda que una poeta a veces es la voz de los otros, de los que llevan la poesía de todos los días en rostro, pies y manos; la poesía como canto que surge desde un árbol que a la vez es semilla y crece y tiene alas y es, nada más y nada menos que un fragmento de nuestra propia historia.