Año 17, Número 239.
El pulque parece trascender el tiempo, ya que su consumo es tan vigente para los mexicanos como cualquier otro ritual de nuestra cultura
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Israel Gallegos Olguín
El tlachiquero con un acocote en mano ve hacia el horizonte, tierras tapizadas de innumerables magueyes; su labor es tan formidable y hasta humanista, absorber y depositar el tlachique; una savia espirituosa que posteriormente se transformará en un sagrado octli, un pulque, una bebida y a su vez una experiencia.
Mucho le debemos a los indígenas por el pulque, o quizás sea prudente agradecerle a Mayahuel y a Quetzalcóatl, que según los mitos prehispánicos, gracias a la culminación de su amor nos regalaron una planta que alegra a los hombres y las mujeres.
El pulque parece trascender el tiempo, ya que su consumo es tan vigente para los mexicanos como cualquier otro ritual de nuestra cultura; ahora los nietos lo beben y disfrutan como sus abuelos. A pesar de la creciente fama de las bebidas comerciales y el desprestigio de nuestra verdadera bebida nacional, el pulque sigue siendo una tradición presente; el fermento del pueblo.
Es el líquido vital que nace de los magueyes para los hijos de Mayahuel que nos alimentamos de sus cuatrocientas tetas; somos los tochtlis enamorados, tristes, jariosos, divertidos y busca pleitos; somos esos tochtlis, somos espíritus que gracias al pulque se ven transformados; el pulque nos regala una experiencia extrasensorial única en el efecto del octli.
Yo tomo pulque, porque en mí corre una tradición que a pesar del tiempo, permanecerá viva. El pulque corre en mis venas y en la historia.
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