Año 16, Número 219.

El trabajo infantil es un fenómeno de escala mundial que ha venido afectando a México desde hace más de un siglo

Fotografía: Pie de página

María Mendoza 

Nací y crecí en el estado de Colima, lugar pequeño que puedes encontrar si observas con atención el mapa de México, llevando la vista a la costa del Pacífico central, entre Jalisco y Michoacán, entidades que sobresalen mucho más que la ya mencionada. 

Colima tiene diez municipios, la capital, que lleva el mismo nombre, es conocida por su clima caluroso y extremadamente húmedo, que en temporada de calor alcanza hasta los 40° centígrados y desespera incluso al más acostumbrado, que busca refugio bajo la sombra de alguna parota. Sentado justo bajo uno de estos árboles me encontré a Emilio, una tarde-noche de noviembre, con la cabeza agachada y una caja llena de dulces que posaba sobre sus piernas. 

No era la primera vez que lo veía, varias habían sido las ocasiones en las que llegaba con las personas, que bebiendo y charlando en los bares del centro de la ciudad, le negaban con la cabeza o incluso lo ignoraban cuando les quería vender alguno de los dulces que traía. Emilio tiene 12 años y los ojos tristes, es algo bajo para su edad y se le marcan bastante unas ojeras que ha ido cosechando por las madrugadas en las que se queda hasta tarde vendiendo. 

Me acerqué a él y comencé a conversar, plática que se extendió un poco más de cinco minutos, hasta que los dos quedamos en silencio porque ya no había más qué agregar. – Pues sí estoy en la secundaria, pero falto mucho – contestó a mi “¿Vas a la escuela?”. La rutina normal de un niño (o lo que se espera que pase) suele ser levantarse, estudiar, hacer tareas, jugar, ayudar en casa. A Emilio se le reducen estas opciones y se le agrega una: trabajar como vendedor ambulante. A veces se queda hasta las 2 de la mañana en el centro de la ciudad, “nomás los días que hay más gente”. Dice que es más fácil venderle a las personas cuando ya están borrachas. 

El trabajo infantil es un fenómeno de escala mundial que ha venido afectando a México desde hace más de un siglo, ya que el nuestro, es un país en vías de desarrollo, cuyo sistema ha colocado a más de la mitad de la población en situación de pobreza; basta con ver la temática central de la mayoría de producciones de la época del Cine de Oro Mexicano, para contextualizarnos en el hecho de que tanto hoy como ayer, han sobresalido en número

aquellos compatriotas menos afortunados y más desdichadas aún nuestras infancias. Como ejemplo pongo Los Olvidados, aclamada película de 1950 que narra la vida de un grupo de niños que para salir de la pobreza comienzan a delinquir, obra de Luis Buñuel, en la cual la ficción se basó en la realidad. México es un país donde la ficción sigue siendo rebasada diariamente por la realidad. 

Según la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) que es realizada anualmente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2019 en México había 2.2 millones de infantes de entre 5 y 17 años trabajando, 2 millones de estos en “ocupaciones no permitidas”, las cuales son señaladas en el art. 175 de la Ley Federal del Trabajo como aquellas actividades que impliquen un riesgo en la integridad del menor, e incluye a las relacionadas con la construcción, minería, sector agropecuario, bares y cantinas, entre otros; tampoco es permitido que los menores estén laborando después de las 10 de la noche. 

Colima es el sexto estado del país con mayor índice de trabajo infantil y el octavo empleador de niños en ocupaciones no permitidas, siendo estos últimos alrededor de 13 mil menores, que representan un 8.4% de los niños, niñas y adolescentes de la entidad. Esto no sólo pone en riesgo la integridad física de los infantes, sino que también los expone a riesgos como la explotación sexual, el consumo de drogas, la delincuencia organizada, embarazos a temprana edad, enfermedades de transmisión sexual, así como trastornos emocionales. 

Los municipios costeros del estado, Tecomán y Armería, son conocidos por tener una economía con base en la agricultura. Son miles de hectáreas en las cuales la siembra de limón, coco y plátano se lleva a cabo, y miles más las familias que en esto laboran, ya sea en la siembra, como en la cosecha y recolección. 

“Cuando están chiquitos se los llevan a los huertos, pues no tienen quien se los cuide, ya un poco más grandes y para que no se aburran los ponen a recolectar, hasta que se acostumbran y empiezan a dedicarse a lo mismo, se hacen expertos. Lo que comienza como un juego se convierte en su realidad” platica Yolanda Díaz, que tiene 23 años como maestra en un jardín de niños en Armería y ha visto pasar generaciones enteras de alumnos cuyos padres se ganan la vida en los campos. 

“En el huerto de limón, cuando era corte parejo, mi papá se iba ganchando los árboles y nosotros íbamos atrás recogiendo en las cubetas … no parábamos, eso era de todos los días”

me comentó Romelio Vázquez, originario de este municipio. Cuando le pregunté si iba a la escuela en esas épocas me contestó que sí, pero que a veces “apretaba la necesidad”, entonces mejor se quedaba trabajando. 

El Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia, (DIF) Estatal Colima, generó en el 2011 una política integral, en conjunto con diversas instituciones públicas y sociales, la cual tenía como objetivo resguardar a infantes trabajadores de la vía pública, de zonas agrícolas y de playa. En cuatro años de aplicación se logró retirar a mil 376 infantes que laboraban en ocupaciones no permitidas, pero no hubo un estudio más allá para saber las causas del porqué de sus ocupaciones. 

Y es que uno de los estigmas más comunes que se tienen en torno al trabajo infantil es el hecho de que “los niños trabajan por irresponsabilidad o egoísmo de los padres”, cuando la mayoría de veces es una estrategia del hogar para sobrevivir y obtener una mayor cantidad de recursos. Tomando en cuenta de nuevo datos de la ENTI, 1 de cada 3 menores en ocupaciones no permitidas dijeron estar ahí debido a que sus familias necesitaban de su ayuda, así también, el 43,5% aportó dinero a sus hogares, hogares que se verían afectados si los niños dejaran el empleo. 

La participación en el mercado laboral implica una asignación de tiempo, que perjudica al que es dedicado a los estudios; si bien la población de 5 a 17 años que asiste a la escuela en México es del 91.1%, sólo el 60.9% de los menores que laboran también estudian. 

El trabajo de niños, niñas y adolescentes es una consecuencia de problemas a mucha mayor escala en el país, como la discriminación y la falta de oportunidades de varios de los sectores de la población, así como la poca educación sexual, que hace que culpemos y señalemos a los más necesitados por el hecho de tener hijos, en vez de hacer una crítica al sistema, el cual carece completamente de mecanismos eficaces de distribución de la riqueza; sistema en el que “si naces pobre, lo más seguro es que morirás siéndolo” y que deja de lado a niñas y niños como Emilio, los “Nuevos Olvidados”. 

Ya es diciembre y Colima seguirá pequeño, caluroso y húmedo, las personas seguirán buscando refugios debajo de los árboles y los niños trabajadores continuarán pagando el mal de ser proveedores en la edad de las ilusiones. 

maria.mendoza3227@alumnos.udg.mx