Año 16, Número 218.

El libro El sendero de los conejos azules podría catalogarse como retro futurista debido a que esta ambientado en el 2030

Marcela Fernanda Hernández Ávalos

México es un país más cercano al cyberpunk de lo que creemos. El cyberpunk es un subgénero de la ciencia ficción, conocido por reflejar visiones distópicas del futuro en las cuales se combina la tecnología avanzada con un bajo nivel de vida. Tiene su nacimiento en los 80’s gracias al autor William Gibson.

Este subgénero suele estar más presente en sociedades donde la tecnología tiene una participación más activa con el día a día de los ciudadanos, cosa que parece muy lejana a México, pero lo cierto es que la tecnología nos ha alcanzado antes que el equilibrio social, y llegará un punto en que sean más común las ciudades adornadas de colores neón que la renovación de los programas de bienestar humano, y ¿Cómo no ser así? si nuestro país está más cerca de ser un escenario distópico gracias a su bajo nivel de vida.

Bajo esta idea entramos a la visión que nos presenta Erika Zepeda en su libro El sendero de los conejos azules, un mundo contaminado, repleto de anuncios de neón, pantallas y altavoces, que les quitan la privacidad y la paz a los ciudadanos de Diez Barrios; donde los más jóvenes anhelan pagar sus deudas y salir de ahí, pero a su vez los más viejos saben que salir es una victoria vacía, porque ahí afuera el mundo está peor.

En el artículo “¿Qué es el cyberpunk? El más obscuro de los subgéneros de la ciencia ficción” publicado en Sol Quintana Roo tenemos presentes las principales características del cyberpunk, el cual cuestiona diversos aspectos sociales, pues esté se desarrolla en sociedades distópicas donde los ricos son asquerosamente ricos y los pobres no tienen opción de cambiar su situación.

Estas características no sólo encajan con El sendero de los conejos azules, sino también con México. El libro podría catalogarse como retro futurista debido a que esta ambientado en el 2030, 50 años después de los 80’s; tenemos varios personajes que nos aportan distintos sentimientos y vivencias, pero que todos comparten uno: el dolor. Andrés es el principal representante de esté; un adolescente de 17 años con un organismo tan dañado gracias a la contaminación y que tiene como principal objetivo pagar sus deudas para poder salir de Diez Barrios, pero a su vez no conserva esperanzas, y tampoco tiene futuro por mucho que se esfuerce.

Esta es una perspectiva que hoy es más que real para los jóvenes de nuestro país, quienes ya sólo pueden soñar con ser propietarios de una vivienda, con tener estabilidad económica sin partirse el lomo trabajando por horas que no serán remuneradas, porque la explotación laboral es lo único que les depara en su futuro, y este sueño ya no sólo se comienza a volver lejano, a este punto ya puede considerarse inexistente.

“Diez Barrios no era un buen lugar para tener 17 años. Tampoco era un buen lugar para tener 12, ni 30, ni 40, ni ser un viejo. La ciudad de Diez Barrios no era un buen lugar para vivir y punto…”

El fragmento anterior es la primera de varias similitudes que nos recuerdan a nuestra situación actual, es el tipo de fragmentos que nos dejan pensando en esas frases como “sáquenme de Latinoamérica”, que tomamos como bromas, pero en el fondo sabemos que son deseos fundamentados por la necesidad de una mejora en nuestras vidas.

A lo largo del texto nos encontramos con varios personajes con distintas perspectivas, necesidades y deseos, dándole una variedad de matices curiosos a la historia, pues la mayoría de estos personajes se encuentran en la misma situación de desdicha y desventaja, pero mientras que algunos guardan las ilusiones de seguir adelante y salir, otros ya saben que eso no pasará, que aquello sólo eran ilusiones de juventud, ignorancia y poca experiencia.

“No me acuerdo hace cuánto tiempo llegamos a la ciudad. Eso fue hace muchísimo antes de que los niños del departamento comenzaran a llamarme “la señora”. Hace tantos años que yo misma era una niña llena de miedo y que llegaba de la mano de mi madre […] pero se equivocaron, y nosotras nos dimos cuenta muy tarde. Esta no es una ciudad de paso; es una ciudad para morir. Mamá murió y sé que pronto moriré yo también”.

Los pensamientos pesimistas y llenos de resignación que presentan varios de los personajes logran que conectemos con sus sentires a la vez que empatizamos con su situación, ya sea por el deseo de salir de un lugar que sabemos terminara por matarnos tarde o temprano, pero de maneras violentas y humillantes, o por el deseo de volar más alto de lo que podemos imaginar.

La novela está pensada para un público joven, especialmente adolescentes y adultos jóvenes, por lo que es normal preguntarse sobre la participación de los adultos dentro de este mundo, ya que es común encontrarse con novelas donde dicha participación es nula, por lo que aquí me parece importante resaltar lo dicho por la autora: “Los adultos somos los que decimos “mira esta es la realidad, es tu problema si la aceptas o no, yo ya pasé por ahí y sobreviví […] tienes 17, ya pasé por ahí y mira aquí estoy y era terrible cuando yo era joven y me cruce de brazos simplemente, ahora es tu problema cómo sobrevives””.

Ciertamente la autora es consciente de la perspectiva que nos da sobre su historia, sabe que la infernal vida que pinta en su novela no dista mucho de nuestra realidad, todos alguna vez pasamos por esas respuestas de los adultos a nuestros problemas y de cierto modo nos acercamos cada vez más a darles esas mismas respuestas a las generaciones que van después de nosotros. 

Otra de las grandes situaciones que nos confirman la cercanía de nuestro país con el cyberpunk se nos muestra nuevamente en las acciones que se realizan en la novela, donde nos topamos con los escapes accesibles para la población general, mientras que en México tenemos la televisión, la cultura popular y las drogas legales y no legales; en Diez Barrios nos encontramos con Galileo, una máquina que permite entrar a un espacio digital diferente, donde puedes refugiarte de tu entorno real en la ignorancia y que a su vez se convierte en el foco perfecto para desquitar el odio y enojo que no se puede hacer con el verdadero culpable.

Otro de los temas centrales de la novela que nos permite ver un lado más crítico de nuestro país es la xenofobia. En la novela no existen como tal las naciones, los países, o la patria que hoy en día conocemos, pero sí nos encontramos con aquellas personas que llegan a Diez Barrios para refugiarse del exterior que antes mencioné. A lo largo de la historia nos encontramos con expresiones de odio puro hacia los refugiados: “Ese sucio refugiado me tocó. ¿Cree que podrá ir por la vida haciendo eso? Eso, tocando a los demás sin sufrir las consecuencias. Sin saber que reparte su propia mugre”. Algo ciertamente injusto para aquellos que sólo buscan un lugar donde protegerse del desastre en el que todos están embarcados y que nos es inevitable recordar sucesos anteriormente documentados en nuestro país.

Uno de los últimos puntos que más me hacen relacionar nuestra actualidad y nuestro posible futuro con la novela es la falta de vivienda y la contaminación. En el libro se nos describe un cielo tan gris y plagado de contaminantes, que tanto la luz del sol como las estrellas son un mito para los habitantes, a su vez la mayoría de ellos están obligados a vivir en un departamento con completos extraños, donde con suerte tienen una habitación para cada uno, pero si no, terminan por vivir varios en una misma habitación dentro del departamento; esto último aún no llega a tal extremo en México, pero tampoco está muy lejano de suceder.

Realmente debemos ser conscientes como individuos que la tecnología siempre ha viajado más rápido que el avance de los términos sociales, aunque a veces parezca lo contrario; encontrarnos con ciudades con una estética espectacular, brillante y de colores tan atrapantes, pero con un nivel de vida pésimo, ya es una realidad para otros países y no tardará mucho para que también lo sea para México.

marcela.hernandez2610@alumnos.udg.mx