Año 16, Número 214

Rojo amanecer es una cinta que cuenta desde los ojos de una familia de clase media, los hechos ocurridos en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968

Isaac Álvarez

El género del horror en el cine es uno de los más queridos, en especial a estas alturas del año, pero aunque muy querido, suele confundirse con el género de terror e incluso se les trata como si fueran lo mismo. Para muchos, desde hace tiempo, son géneros diferentes que comparten un mismo objetivo: dar miedo. Para Noël Caroll, autor de Filosofía del terror o paradojas del corazón (2005), el principal agente que diferencia el horror del terror es la presencia de algo sobrenatural: una película de horror tendrá un “monstruo”, que es lo que inspira miedo en el espectador, llámese fantasma, posesión diabólica, brujas o lo que sea. Por su parte el terror no necesita de un “monstruo”, aquello que asusta tiene una explicación que busca ser racional. El miedo en una película de terror será pues creación del humano o de la naturaleza.

De igual forma Stephen King, célebre entre ambos géneros, distingue en su ensayo Danza macabra (1981) que el horror tiene más que ver con sensaciones físicas, mientras que el terror se relaciona más con ideas y especulaciones: el espectador no está seguro de qué es aquello a lo que le teme.

Quise comenzar por esto para poder hablar de la película Rojo amanecer (1989), del recién fallecido director Jorge Fons. Rojo amanecer es una cinta que es prudente rescatar en estas fechas por varias razones, la primera, como ya mencioné, es el fallecimiento de su director, puesto que creo que es necesario mantener vigente su obra en las nuevas generaciones. La otra razón obvia es el pasado aniversario de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en 1968, hecho del que se desprende directamente el argumento de la cinta. La otra razón es para hablar del género de terror en el cine mexicano.

Rojo amanecer es una cinta que cuenta desde los ojos de una familia de clase media, los hechos ocurridos en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968. Inicialmente puede entenderse como una cinta de denuncia, y es justificable, pues lo es. Pero dentro de la denuncia que hace se convierte también en una película de terror. Esta cinta contará de manera cronológica lo que sucede en el seno de esta familia en un lapso de veinticuatro horas, partiendo del momento en que el primero de sus miembros despierta para comenzar su día. Cada miembro es diametralmente opuesto a los demás. Fons busca hacer un collage de los diferentes sectores de la sociedad: una esposa que se dedica enteramente a los quehaceres del hogar y un marido que ejerce como funcionario público del gobierno en turno, un  abuelo conservador y ex militar que peleó con el gobierno en la Revolución mexicana, dos jóvenes estudiantes universitarios (los hijos mayores del matrimonio) afines al movimiento estudiantil que se venía gestando desde mediados de ese año, y un par de niños que son enteramente inocencia, pero que comienzan ya a ser moldeados por los mayores. Esto da pie a que los miembros de la familia entren en discusión derivado del lado que defienden. El abuelo reprueba severamente la conducta de los jóvenes alegando que el pasado era mejor; por su parte, la madre no se preocupa por decidir quién tiene o no la razón, ella sólo busca el bienestar de su familia, sean partidarios de lo que sean. El padre de los muchachos, por otro lado, se mostrará comprensivo pero firme por la experiencia que tiene, él sabe que la lucha y los ideales que defienden los jóvenes son loables, pero distingue también que luchar contra el gobierno es un suicidio. El guión de Robles y Ortega busca claramente hacer patente el choque ideológico entre sectores, y aunque bien puede caer en diálogos expositivos, se logra el cometido, creo yo, de contextualizar al espectador de manera sencilla.

La acción del argumento transcurre, salvo por el cierre de la cinta, dentro del departamento de la familia protagonista, y esto será una de las cualidades más representativas de la película. Fons narra un hecho que nunca vemos: la matanza.

Como ya había mencionado, el argumento es contado desde los ojos de esta familia. A lo largo de la cinta el espectador les acompaña, no ve la matanza, pero ve el terror y el miedo que ésta le hace sentir a los personajes. A través del diseño de sonido uno escucha las ráfagas de disparos, los tanques, los gritos, las voces sofocadas. Fons pone en plano ese desgarrador mar de ruido y deja que el espectador ponga la imagen a través de lo que imagina. Fons sólo sugiere, la imaginación del espectador hace el resto.

Creo que en especial este aspecto es el que más gráficamente convierte a Rojo amanecer en una película de terror. Si bien, tenemos un argumento en el que el miedo va hilando la historia, un miedo en este caso producido por el hombre, por sus atrocidades y por lo terrible que puede ser cuando se lo propone, la cinta también ejemplifica a la perfección lo propuesto por Stephen King acerca de cómo el terror va sobre la especulación, sobre sentir miedo pero no saber a qué o a quién le tememos en realidad. Eso pasa en Rojo amanecer, hay una incomunicación itinerante entre los personajes, a veces pierden el servicio telefónico, a veces la electricidad, no pueden llamar a nadie, no pueden preguntar a nadie qué es lo que sucede, no saben quienes son los asesinos misteriosos ni quién los ha mandado, no saben a ciencia cierta qué es lo que está sucediendo ahí abajo en la plaza, pero saben que no deben salir de sus casas. No saben a quién temer, sólo temen.

Esta idea de no mostrar al asesino en turno puede emparentarse inmediatamente con otras dos películas que exploran el terror de muy distintas maneras, una de ellas, la ya mencionada en otra de mis reseñas, Jaws (1975) de Steven Spielberg, donde no vemos con claridad a la bestia hasta bien avanzada la cinta. El otro ejemplo de esto, y que al igual que la película de Fons es un híbrido de géneros, es Alien: el octavo pasajero (1979) de Ridley Scott, cinta que mezcla el terror con la ciencia ficción y que no mostrará al asesino de los tripulantes de la nave Nostromo, el temible xenomorfo, prácticamente hasta el clímax. Esta aproximación entre ambas películas (la de Fons y la de Scott) podría parecer una comparación muy fuera de lugar, si no fuese porque el propio Xavier Robles (guionista de Rojo amanecer) cita a Alien: el octavo pasajero, como una de sus inspiraciones para no mostrar a la “bestia”.

Creo que Rojo amanecer muestra, de manera muy puntual, el terror que puede significar pertenecer a un país como México, el terror producto del miedo ciego, de no conocer la apariencia que tiene el monstruo que acecha.

Rojo amanecer se puede encontrar en algunas plataformas de streaming o incluso en YouTube. Los invito a darle la oportunidad, y con ello a preservar las memorias de la tragedia que retrata.

isaac.alvarez4599@alumnos.udg.mx