Año 18, número 276.

Imagen: Jacqueline Contreras.

La película Labyrinth (1986) o Laberinto en hispanoamérica, dirigida por Jim Henson y protagonizada por Jennifer Connelly y David Bowie, se ha convertido con el paso del tiempo en una obra de culto entre los fans de David Bowie y las historias de fantasía. En su superficie, narra el viaje de Sarah, una adolescente que debe rescatar a su hermano de un reino mágico dominado por el rey de los Goblins; en el fondo, es una metáfora del paso a la madurez, del poder de la imaginación y del conflicto entre deseo y responsabilidad.

Por otro lado, el creacionismo, como vanguardia poética, propone una visión radical del arte: el poeta no debe imitar la realidad, sino crear universos nuevos, autónomos y autosuficientes. Impulsado por el poeta chileno Vicente Huidobro, el creacionismo señalaba que el poeta debía ser “como un dios”, capaz de inventar mundos en lugar de describirlos. En este ensayo, se explorará la película Laberinto desde una perspectiva creacionista.

Uno de los principios fundamentales del creacionismo es que el poema debe funcionar como un universo independiente, que no necesite de referencias externas para tener sentido. En el Laberinto, este principio se manifiesta en la manera en que el mundo del laberinto no responde a las leyes del mundo real. Las reglas cambian, el tiempo es relativo, los personajes aparecen y desaparecen, y las estructuras físicas del lugar desafían la lógica (como en la escena inspirada en las escaleras de Escher).

Este mundo fantástico no está sujeto a la realidad, sino que se sostiene a sí mismo. Desde los paisajes hasta las criaturas que lo habitan, todo es producto de una imaginación que no copia el mundo, sino que lo transforma.

Sarah, al inicio de la película, es una joven de 16 años atrapada entre la niñez y la adultez, que encuentra en la fantasía una vía de escape a su vida. Pero su viaje por el laberinto la obliga a asumir sus responsabilidades. Este proceso se asemeja al acto poético que propone el creacionismo: el poeta no repite lo que ve, sino que inventa lo que desea. Sarah no está frente a un mundo “real” que debe entender; está dentro de una ilusión nacida de sus emociones, deseos y temores.

David Bowie interpreta a Jareth, el Rey de los Goblins, es una figura enigmática que no solo gobierna el laberinto, sino que parece formar parte esencial de su estructura. Jareth no es un villano convencional; es más bien un símbolo del deseo, del poder, y del tiempo. En una visión creacionista, Jareth podría ser visto como el propio poeta, un creador que maneja los elementos de su entorno como parte de una composición estética, modificando y añadiendo elementos y reglas a su antojo.

Sus canciones, sus enigmas y su capacidad de cambiar las reglas del espacio lo convierten en un “dios” dentro del universo que habita. Sin embargo, a diferencia del poeta que crea para liberar, Jareth busca controlar. De ahí que el clímax de la película sea un momento de afirmación creativa: Sarah reconoce su propio poder y enuncia las palabras que disuelven la ilusión de Jareth. En ese momento, el poder cambia de manos: Sarah ya no es espectadora del mundo imaginario, sino su autora y ahora ella puede liberarse de su fantasía.

El creacionismo valora el uso de imágenes que no existen en la realidad. Huidobro decía que el poema debía contener “hechos nuevos, cosas que no existen en la naturaleza”. El Laberinto está lleno de esas imágenes: manos que hablan, relojes derretidos, criaturas que se desarman, animales parlantes, paisajes que giran. Cada elemento del filme está diseñado para provocar asombro y para romper con la lógica del mundo cotidiano.

El creacionismo también implica una ruptura con las formas narrativas convencionales. En Laberinto, si bien está presente la típica estructura del viaje del héroe, que pasa por una serie de desafíos y finalmente se transforma, muchas de las escenas no siguen una lógica causal tradicional. El tono cambia de una escena a otra, lo absurdo se mezcla con lo trágico, y los personajes aparecen más como arquetipos o símbolos que como individuos con psicología realista o compleja. La película permite suspender el sentido literal para dar paso al misterio. No importa tanto entender todo, sino sentirlo, dejarse llevar por la atmósfera.

En el desenlace de la película, Sarah repite una frase que había olvidado al inicio: «No tienes poder sobre mí». Como ya se mencionaba antes, ocurre un cambio en el mando. Con esta afirmación Sarah declara su independencia y a su vez se vuelve creadora, una poeta. Al pronunciar esas palabras, Sarah disuelve el mundo del laberinto, que había sido sostenido por su deseo y sus miedos. En ese momento, Sarah asume el rol de poeta creacionista: ha entendido que ella puede inventar, transformar, destruir y volver a. empezar a su antojo. También es en ese. momento donde vemos a un Jareth vulnerable que ruega y suplica porque sabe que efectivamente, ya no le queda ningún poder sobre Sarah.

El laberinto es mucho más que una película fantástica de los años ochenta. Vista desde una perspectiva creacionista, puede ser incluso una obra poética, un universo autosuficiente lleno de símbolos, y estructuras no convencionales llenas de fantasía y diversión. En este mundo, los personajes no imitan la realidad, sino más bien representan el mundo interno: las ideas, los deseos, los temores y sueños. Sarah, en su viaje, logra crecer como persona, madurar y aprender que no necesita escapar, ella también puede ser la poeta de su vida y escribir su propia historia sin necesidad de perderse a sí misma.

Damaris Nahomi Maciel González

damaris.maciel753@alumnos.udg.mx