Año 15, Número 210.

Imagen: Affirmation.org

Ramón Moreno Rodríguez

El verbo mandar, del latín mandare, y que en sentido inicial significa “decir con autoridad que se haga tal o cual cosa” posee un rico entramado de significados y matices. Reparaba en ellos hace unos días cuando releía la famosa comedia de Sor Juana Inés de la Cruz, Los empeños de una casa.

En ésta, la criada Celia debe ir a buscar al galán Carlos por órdenes de Ana, su patrona. En el diálogo establecido entre ama y sirviente se utiliza varias veces, jugando con diversos significados, la palabra mandar y otras derivadas de ésta. Tal juego barroco de palabras nos deja ver la riqueza de significados que ya digo.

Dice así el referido parlamento: Ana: Haz, Celia, lo que he mandado, /que yo te mando un vestido/ si se nos logra el engaño. Celia: Eso sí es mandar con modo; / aunque esto de «Yo te mando,» / cuando los amos lo dicen, / no viene a hacer mucho al caso, / pues están siempre tan hechos / que si acaso mandan algo, / para dar luego se excusan /y dicen a los criados / que lo que mandaron no /fue manda, sino mandato.

Como se puede observar, son cuatro los sentidos que se han utilizado para referir mandar y sus derivados. En primer término, Ana dice “Has lo que he mandado” y se utiliza su sentido en la forma lata de mandar y que significa, como ya se definió, ordenar que se haga alguna cosa. Inmediatamente después, la misma Ana dice “te mando un vestido si se nos logra el engaño”. En este sentido se quiere decir “te enviaré un vestido” o mejor aún “te regalaré un vestido”. Es con este segundo sentido que lo interpreta la criada, pues piensa que los amos son codiciosos ya que para regalar algo, siempre se excusan para no hacerlo.

En la actualidad –me parece– este uso de “te mando un vestido” se ha perdido con la acepción de regalar, mientras que la otra permanece totalmente vigente, pues la expresión de mandar como sinónimo de enviar es usada de manera generalizada. Por su parte, Celia en su reflexión usa seis veces la palabra; de estas ocasiones, las dos últimas implican nuevos significados. En efecto, manda y mandato, tienen en función del uso que aquí se les da, unas implicaciones que nos son un tanto extrañas porque, o las hemos dejado de usar así, o bien, porque se le da cierto enrevesado sentido (insisto, muy del gusto barroco) que el lector desprevenido quizá no capte.

En el caso de “lo que mandaron no fue manda”, quiere decir Celia que el cumplimiento de la orden recibida no obliga a los amos a cumplir la promesa hecha en retribución, como sí sucedería si se hiciera a través de una manda. Esta acepción está en desuso y era común en el lenguaje de los escribanos pues se hablaba de una manda en los testamentos cuando el testador disponía que tales bienes fueran entregados a tales o cuales personas; así, se podía decir “fulanito recibió en manda del testamento de su abuelo aquel caballo”. Otro uso tiene y aunque está muy perdido, en Jalisco, Colima, Michoacán y Nayarit es totalmente vigente lo que, por otro lado, nos demuestra lo arcaizante de nuestro español regional. Esta manda es el compromiso que adquiere una persona ante Dios o algún santo de hacer tal o cual cosa, por ejemplo: “hizo una manda a la virgen de Guadalupe si se salvaba de aquel accidente.

El significado que Celia le da a mandato es un tanto confuso, pero lo podríamos desliar así. Ésta opina que Ana podría escabullirse de cumplir la promesa de regalarle un vestido alegando que lo que le ha pedido (ir a buscar a Carlos) era un mandato y no una manda. Es decir, si se hace un mandato no hay obligación de retribuir nada, en cambio, si es una manda se debe cumplir inflexiblemente lo prometido. ¿Por qué el mandato no obliga a Ana a diferencia de la manda? Pues bien, un mandato es un contrato por el que una persona encarga su representación para ciertos asuntos o gestiones a otra y no en todos los casos está obligada a pagar con algo el servicio recibido; tal sería el caso de los albaceas, que distribuyen una herencia según se ordena en un testamento y no necesariamente reciben una paga por ella; a esto se le llama “el mandato del albacea”. Y lo mismo sucede cuando pedimos a un amigo que entregue a un tercero que verá en breve, algún objeto que necesitamos hacerle llegar; el que recibe el mandato no recibirá, por entregar un reloj, por ejemplo, paga alguna.

Un otro sentido podemos dar a mandato en el contexto en que lo dice la sirviente. Un mandato es la orden que una persona recibe de hacer tal o cual cosa y por lo tanto, aunque el mandatario dispone, decide, ordena, no recibe paga alguna pues sólo está cumpliendo lo que se le ha ordenado, por lo tanto, lo que disponga el mandatario no tiene que ser retribuido porque éste no recibió a su vez beneficio alguno. Es decir, que quien entregue el reloj no tendría por qué pagar nada a quien lo reciba o a una cuarta persona por disponer tal cosa. Y quizá eso se podría entender de la orden de Ana.

Piensa, suspicaz y pícaramente Celia que Ana podría excusarse de entregarle el vestido alegando que “yo te pedí que fueras a buscar a Carlos, no por mi beneficio, sino porque fui mandada por las circunstancias, pues de esa manera podríamos deshacer el enredo en que estamos metidas”. Por cierto, con este sentido se usa en la actualidad mandatario, que no quiere decir, como algunos piensan, que significa “el que manda” o el “mandamás” sino que hay que entenderlo como “el que recibe la orden o la encomienda de dirigir tal o cual cosa, tal o cual institución”.

En fin, como se puede observar con estos cuatro usos que se le da a esta palabra en la comedia de Sor Juana, la riqueza de la misma es evidente, pero no termina, ni con mucho, su amplio corolario. Recuerdo que una vez al salir de casa y despedirme de mi pequeño hijo éste me preguntó: “papá, ¿qué es un mandado?, ¿por qué, siempre que sales, dices que vas a hacer un mandado?”

Por supuesto que me sorprendió y me quedé pensando un poco. Me dije, tiene razón, hace un mandado el que recibe una orden de ir a hacer tal o cual cosa, pero yo no fui instruido por nadie a ir a ningún lado, dado el caso, decidí ir o me mandé a mí mismo ir al trabajo, ir al super, ir a la universidad, etc. Así que sonriendo le contesté, bueno mi hijito, es un decir; sólo es que tengo que salir para trabajar, pero en la tarde regreso, ¿va?

¿Él se quedaba satisfecho con la respuesta? Lo ignoro, y ahora que ya es un adulto y siempre tuvo un gran dominio de la lengua (por ejemplo, nunca habló con el lenguaje aniñado, sino que siempre pronunció las palabras completas), si lo recuerda, concluirá que no le faltaba razón a la falta de lógica de la expresión, aunque tengo para mí que no era el sentido de la palabra lo que le interesaba, sino saber por qué se alejaba su padre de la casa.

En fin, para concluir estas notas quiero explicar un último caso, y es el mexicanísimo mande, que en otras regiones geográficas de nuestra lengua no se usa y hasta le sorprende que nosotros la usemos pues notan cierto servilismo en la construcción. Y no les falta razón a quienes eso piensan, pues es ese el sentido original de la expresión y equivale a una que cada vez se usa menos en España, que es ¡a mandar!

En efecto, quien dice ¡mande! o ¡A mandar!, está expresando su situación de sujeción servil ante el amo, al que está dispuesto a atender en lo que le ordene. No obstante, en nuestros días, en México (no sé en España, pienso que pasa lo mismo que en nuestro país), la expresión ha perdido su condición de sujeción siervo-amo, sino que más bien cumple una función fática, es decir, le permite al que la pronuncia (que lo hace con un tono interrogativo) confirmar lo que ha dicho el emisor. Así podemos imaginar la siguiente secuencia entre dos personas:

–¿Mande?

– Nada, sólo te pedía que me alcanzaras el salero

¿Hay en esta pregunta una sujeción servil? Por su puesto que no, aunque algún quisquilloso podría agregar ¿y el que pidió el frasquito de la sal no asumió una posición de superioridad pues se negó a ponerse de pie para alcanzarlo por sí mismo? Pues sí, algo de razón hay en eso. ¿Rebela que la mentalidad de los mexicanos es servil y es una herencia de la condición de sujeción a la corona española por trescientos años? Pienso que no. Pienso que expresa más la condición arcaizante del español que hablamos en México, que un sustrato de pueblo mestizo oprimido por el imperio español. Y eso del arcaísmo del español hablado en México es un asunto del que ya he hablado en otras ocasiones en estos artículos y por ello me detengo aquí y reservo mis energías para más adelante, para unas nuevas reflexiones sobre la lengua para dentro de un mes.

ramon.moreno@cusur.udg.mx