Año 18, número 277.

Aquí donde su pie marca la huella, en este corredor profundo y apagado crecía una muchacha, levantaba su cuerpo de ciprés esbelto y triste. Rosario Castellanos

Casa infantil
Imagen: Jacqueline Contreras

Esta casa, se suma a un cúmulo de libros que llevan esta palabra en sus títulos, resaltando varios escritos por mujeres. Adriana Pacheco de Hablemos, escritoras, dice: “y, esto, viniendo de la escritura de mujeres dice mucho. Me hace pensar en el gran peso que ese espacio privado constituye y en las muchas posibilidades que éste da en la escritura para desentrañar la naturaleza humana y la sociedad.” Sin duda, existe una fuerza femenina que cimienta este poemario y cohabita desde distintas voces. Cito a Ida Vitale “Canta esta casa,/ ¿Baila en la noche a solas?,/ Casi escondida dice/ una historia todavía humana”.

Una Casa infantil, como aquellas primeras casas que dibujamos cuando fuimos niños. Esa que atiende a patrones geométricos básicos y líneas temblorosas: base cuadrada, techo triangular y puerta rectangular. Aquella que sus cuartos habitan las cosas que reparte nuestra voz, aunque esta rebote solitaria por sus vacíos pese a estar habitada. Voces que van creciendo hasta volverse poemas y apropiarse de nosotros. Dice Raúl Bañuelos “Siembro un poema dentro de mis venas. /El poema crece a mis costillas. /Chupa mi sangre. Se hace hueso de mis huesos.”; justo así los poemas de este libro van formándose mientras crecen entre las costillas y chupan la sangre de sus personajes: la familia. Y, ¿quién no tiene una familia?, todos la tenemos, es esa que “…es una patología/ que te acompaña toda la vida”, así se acepta desde el inicio con las líneas de Fabian Casas que forman parte del epígrafe del libro. ¿Qué hacer con eso entonces?

El poemario se vuelve una especie de memorial familiar que más que personal es la de una memoria colectiva que leemos a través del otro. Son versos que tendrán quien los escuche, pues ese álbum familiar nos pertenece a todos, todos cargamos con uno. Ese linaje que Rosario Castellanos nombra como los “/Que tienen manos torpes/ y todo se les quiebra entre las manos;/ que no quieren mirar para no herir/ y levantan sus actos/ como una estatua de ángel amoroso/ y repentinamente degollado/.”

Leer y recorrer cada poema es como si fuéramos cambiando de imagen, de fotografía. Se encuentran “los animales que cargan el /cuerpo yerto de su hijo/; una boca con dientes hermanos, / torcidos seres crecen en la misericordia del alimento/; la mujer que envejece / Mientras sus muñecas permanecen intactas; el dibujo de la primera casa / la que dibujamos/; la de un cuerpo enfermo que habitamos; la de dos amantes /castigados por la cosa más hermosa/; la del padre corriendo con trofeos en mano con un /pie de injertos, jabón y vendas/; la de la mamá enamorada que desprende aromas de /las flores puestas en su sostén/; un papá que /tenía por dientes colmillos/; las hermanas, /una virgen con su vestido de secundaria/ y una que trae un jardín nuevo consigo; el perro del vecino, que /como un niño envejecido/; el retrato de las mujeres que lloran, sangran y tienen hijos/.”

Roland Barthes dice de la fotografía: “…ésta solo nos recuerda su herencia mítica por el ligero malestar que me embarga cuando [me] miro en un papel. Ese trastorno es en el fondo un trastorno de propiedad…¿a quién pertenece la foto?, ¿al sujeto (fotografiado), ¿al fotógrafo? El paisaje mismo, ¿no es acaso algo más que una especie de préstamo hecho por el propietario del terreno?”.

Entonces, ¿a quién pertenecen estos versos?, cierta condición de espejo habita estas páginas, como bien dice Ricardo Sigala en la cuarta de forros del libro. Tal vez los hechos importantes, conmovedores, gustos y pasiones de los integrantes de la familia no nos pertenecen ni tenemos derecho a tomar o juzgar, por eso la autora corresponde a esa escritura llana pero contundente en donde no existe sólo el yo, hay una línea de iguales entre los personajes que hablan por sí solos y se desenvolverán dentro de su propia habitación sin abandonar nunca la casa y sin saberse observados. Vuelvo a los versos de Raúl Bañuelos: “Cuando llegó la noche se supo / que cada quien tendría su misma oscuridad distinta / pero que a las puertas de la mañana / la luz anunciaría para todos los tiempos inseparables.”

La poesía de Silvia Madero no es ni la poesía del recuerdo ni la del alegre regocijo, son versos llenos de valor para hablar de lo innombrable, de lo incómodo. Dice Fabio Morábito: “ESCRIBO prosa mientras junto / valor para los versos, / escribo prosa para que los versos se escriban casi solos.” Estos son los versos de un camino recorrido por la narrativa y la labor periodística. La autora es la hija que sale de casa, que ha dado sus propios pasos, que construye su propia casa, aunque en obra negra aún, como un propio poema lo anuncia, pero que hoy nos abre las puertas y nos permite mirar a través de sus ventanas. Porque pese a todo esto diría Ricardo Castillo: “son sólo los inicios, las naturales necesidades, / de hablar de amor con el cuerpo, / de hablar de la belleza con gruñidos / al descubrir que la vida nada tiene que ver con el álbum familiar.”

Nancy Velázquez

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