Año 18, número 274.

Hace poco escuché hablar sobre una “epidemia” de VIH y a mi mente se vinieron un par de interrogantes: ¿Qué hay detrás de este pánico social lleno de estigmas y segregación ¿existe una “epidemia” de VIH en México?. Hablar del virus de la inmunodeficiencia humana es introducirnos a una historia que, después de tantas décadas, se le sigue atribuyendo a un grupo en específico, a la comunidad LGBT+, en especial a personas gay.
Una de las crónicas más interesantes sobre cultura gay y la presencia del SIDA es la del libro Tengo que morir todas las noches (2021) de Guillermo Osorno. La crónica va enfocada al mítico bar El Nueve, un sitio muy famoso de la ciudad de México en los 70 y 80. Se menciona que el bar era un lugar para personas underground, la cultura y las personas gay. La época de mayor esplendor del bar fue sin duda en los años 80, ya que en El Nueve convivían la crema y nata de la sociedad, los homosexuales y las “vestidas” que eran segregadas de otros bares de la zona rosa. Aquí todos eran bienvenidos.
1983 marcaría un antes y un después en México. En ese año se confirma el primer caso del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, SIDA. En 1985 se tenía un registro de 32 personas infectadas por VIH.
Aquí hay que diferenciar entre el VIH y el SIDA. El VIH fue descubierto en 1983 y se trata de un virus que ataca a las células del organismo que ayudan a combatir las infecciones. El SIDA fue descubierto en 1981 y es una etapa avanzada de la enfermedad provocada por el VIH.
Fue hasta 1985 qué se encontró una manera de detectar la presencia del virus de la inmunodeficiencia humana y con ello se dieron cuenta de que algunos contagios habían sido a través de donantes de sangre. En ese mismo año se hicieron una serie de campañas de información, cuyo error principal fue estigmatizar, ya que los folletos y publicidad eran destinados a hombres homosexuales y bisexuales, como si la enfermedad no sé contagiará más allá de este círculo. En el libro se menciona que la crisis del SIDA despertó la homofobia en la sociedad, lo que llevó a que en 1987 en Mérida, Yucatán, comenzaron a aparecer volantes donde alentaban a denunciar a los homosexuales para expulsarlo de los trabajos y de sus casas, como una forma de “limpiar” la ciudad y evitar un posible contagio.
En 1988 se tenían registrados 1,233 casos de SIDA en México. Aquí entra otro bar para tomar conciencia ante esta crisis, El Taller, cuyo fundador fue Luis González de Alba, quien fuera uno de los integrantes más importantes del movimiento estudiantil de 1968. Luis destinaría los martes para que organizaciones dieran charlas de prevención del VIH. Ante esta crisis, donde el miedo y la desinformación abundaban, El Nueve como El Taller dedicaban su tiempo y sus locales para que todos los interesados en saber más sobre esta enfermedad la previnieran. Además, en caso de ser portador, te proporcionaban apoyo, psicólogos y clínicas.
La crisis del SIDA en México dejó ver el estigma de la sociedad y del mismo gobierno, donde “hombres de la comunidad LGBT podían ser los únicos portadores de esta enfermedad”. Tanto fue el pánico de la sociedad que en 1988, el arzobispo de México tuvo que decir que el SIDA “no calificaba como un castigo de Dios”. De la crisis de los 80 a la que se está viviendo hoy, parece no haber cambiado. Aunque hoy en día poseemos toda la información a un par de clics, seguimos tomando la decisión errada de distorsionar las noticias y generar terror en nuestra comunidad.
El VIH fue descubierto en 1983 y nunca se ha ido, quizás nunca lo haga, por la simple razón de que no existe cura. Aunque es cierto que hay un despunte de la enfermedad en distintas zonas del país, esto no se debe solo a la comunidad LGBT+, sino a la población en general, debido a que todavía existe un estigma respecto al contagio y a la poca educación sexual en México. No todo el panorama que se vive es hostil, gracias a los conocimientos que se han adquirido sobre el VIH tenemos test de bajo costo que permiten detectar el virus de forma inmediata. Aunque no exista una cura, se puede suprimir el virus al punto de ser indetectable, esto mediante medicación. Incluso hay nuevas estrategias para la prevención del VIH como lo es el PrEP (Profilaxis Pre Exposición), que es una pastilla que reduce las probabilidades de contraer el virus. Pese a que existan estas formas de prevenir el VIH, no hay que dejar de lado las protecciones, por así llamarlas, “tradicionales” como lo es el uso del condón, ya que este no solamente previene el virus de la inmunodeficiencia humana, sino otras enfermedades de transmisión sexual.
A más de 40 años de los primeros casos de VIH en México, pareciera que todavía vivimos en aquellos lejanos 80, en la cual la desinformación era el pan de cada día. Hoy, hablar sobre una “epidemia”, dejar ver nuestras fobias con el pretexto de que “ellos” los “mariquitas”, “jotos”, homosexuales son la causa principal de este virus, y no, no es así. Si el VIH se detecta a tiempo y se lleva el proceso adecuado, ya no mueres, lo que mata es la desinformación y el miedo. Antes de la llegada del antirretroviral la expectativa de vida en México de una persona con VIH era de un año.
En México el tratamiento antirretroviral es totalmente gratuito, lo único que hay que hacer es perder el miedo, aceptar que ya no es sentencia de muerte ser portador de VIH y sobre todo aceptar la ayuda y romper el estigma ante esta enfermedad.
Aún morimos todas las noches, morimos por desinformación, por los llamados “crímenes de odio”, morimos por ser quien somos. Tengo que morir todas las noches de Guillermo Osorno es una crónica de los años 80, sobre un bar, de una Ciudad de México que ya no existe y de una sociedad que parece no haber cambiado.
Héctor Israel Rodríguez
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