Año 16, Número 215.

Argentina, 1985, del director Santiago Mitre es una película de drama judicial que nos cuenta, desde la ficción, los crímenes perpetrados por el dictador Jorge Rafael Videla y sus jefes militares

Isaac Álvarez

Quisiera comenzar hablando de lo que es el drama judicial para que el término quede más claro. Este género en esencia es aquel donde la acción del relato que se nos cuenta transcurre en un proceso legal, puede tener como protagonista al defensor, al fiscal, al acusado o a quien sea el bueno de la historia, y que en cada uno de los casos será diferente. Pensemos por ejemplo en la maravillosa película Matar un ruiseñor (1962), basada en la novela homónima de la escritora Harper Lee, que nos cuenta la odisea burocrática y legal que emprende Atticus Finch (Gregory Peck), un abogado defensor al que se le confiere la tarea de defender a un joven afroamericano (Brock Peters) acusado injustamente de violación y que, en esencia, será juzgado por su color de piel. Buscando películas que nos presenten el proceso de un juicio desde la parte demandante podemos pensar en Filadelfia (1993) de Jonathan Demme, donde un muy joven Tom Hanks interpretaría a un hombre que ha sido injustificadamente despedido por su orientación sexual y su condición al ser VIH positivo y que buscará, demandando a sus antiguos empleadores, hacer justicia.

Si bien el género es muy popular por el sentimiento catártico que ofrece al espectador, al cual, le resulta bastante grato y reconfortante ver en la pantalla un caso donde la ley se hace respetar, castiga el mal y hace justicia; hay algo respecto a dicha popularidad que me resulta chocante. Quiero hacer énfasis particularmente en el sentimiento que producen estas cintas porque es de donde parte la ironía del asunto. Como ya dije, es un género querido y es de entenderse que lo sea en países como México, donde la implementación de los aparatos jurídicos a la hora de hacer justicia resultan demasiado ambiguos y maleables en función de intereses económicos, políticos o hasta meramente personales. El espectador latinoamericano se siente reconfortado por esta clase de historias donde el poderoso, que pasó años ejerciendo sus privilegios para oprimir al desvalido es sometido ante la justicia, pero al mismo tiempo (y aquí lo irónico), no hay muchas películas de drama judicial en el mercado de Latinoamérica. Si el género no fuera apreciado por los consumidores de cine en estas latitudes del continente se entendería por qué no se produce cine así en países como el nuestro, pero la cosa no va por ahí. La respuesta resulta un poco más incómoda: simplemente no se hace cine judicial en Latinoamérica porque no hay prácticamente ningún caso donde el poderoso y privilegiado haya sido sometido a un juicio.

Uno de los únicos casos que Latinoamérica tiene para contar algo como esto es el Juicio de las Juntas en Argentina, 1985, donde se enjuiciarían los crímenes perpetrados por el dictador Jorge Rafael Videla y sus jefes militares. Dicho juicio sería el primero de su tipo en la región, y aún hoy, a casi cuarenta años, sigue resultando vanguardista el hecho de que en un país de América Latina se llevó a cabo un juicio contra un ex presidente y sus funcionarios. Decir esto ya es mucho, puesto que a pesar de vivir en una parte del mundo donde las dictaduras y los crímenes perpetrados por el estado son algo terriblemente común, prácticamente ninguno de los implicados llega a ser juzgado. Como latinoamericanos estamos ya tan acostumbrados a que cuando el asesino o secuestrador en turno funge en un puesto político jamás lo veremos en un tribunal y mucho menos tras las rejas, y es por ello que casos como el Juicio de las Juntas resulta tan valioso para todos, y no sólo para los argentinos.

Argentina, 1985, del director Santiago Mitre nos cuenta desde la ficción el proceso del ya mencionado juicio. Protagonizada por el siempre genial Ricardo Darín (que de por sí ya tenía el cielo ganado desde El secreto de sus ojos (2009) o antes) que interpreta en este caso al fiscal Julio Strassera, y que será el hombre designado para llevar el juicio en contra de Videla y compañía. El espectador no tarda en empatizar con Strassera por todos lados, uno sabe que la lucha que se le confiere es heroica pero sobre todo muy arriesgada y hasta suicida, y es por ese ángulo que uno le agarra más aprecio al personaje; el hombre en cuestión no quiere llevar el caso por el riesgo inminente que ello significa para su esposa e hijos ¿Nos suena familiar? Yo creo que a cualquier latinoamericano.

Si bien es importante el que se empatice con él o los personajes, creo que en el caso de Argentina, 1985 ahí radica una de sus grandes fortalezas. En este caso el que uno pueda empatizar tan bien con los actores hace de la experiencia más llevadera, que bien, visualmente la película es muy disfrutable, las actuaciones están a la altura de la producción y Darín, que nos da una de las mejores actuaciones de su carrera, se echa a cuestas el peso dramático que toda la cinta pero, por más disfrutable que sea en aspectos actorales y técnicos, lo que se nos cuenta no lo es, por lo menos en la primera mitad de la película, en donde iremos viendo, por medio de los testimonios de las victimas, la crueldad y la perversión de los crímenes que el ejército de Videla cometía. Creo que el momento más álgido es la declaración de la testigo Adriana Calvo (interpretada por Laura Paredes), quién a los seis meses de embarazo fue privada de su libertad por soldados, torturada y obligada a dar a luz a su hija mientras estaba vendada y maniatada en el asiento de una patrulla. En ese momento la película alcanza una nota dramática que ya no va a bajar hasta el final. Creo que Mitre es muy ágil en este aspecto, pues sabe que nos presentará un momento muy oscuro para los argentinos y nos prepara para ello, hace de la película algo llevadero y hasta disfrutable en momentos, como ya dije, por lo buena ejecución de la misma, pero esto sin demeritar el peso de la crueldad vivida por las víctimas y este es otro gran acierto. Cualquier otro director para rebajar el peso dramático le hubiera dado más protagonismo a lo agradable del relato y se lo hubiera quitado a todo aquello que por obvias razones no es agradable –como los testimonios de las víctimas– pero sí muy necesario de ser contado. Mitre, por el contrario, logra un perfecto equilibrio. Nos da momentos donde incluso puede haber pinceladas de comedía (lo cual es extrañísimo y muy difícil por la gravedad del tema abordado) y nos prepara para el porrazo de cuando los testimonios comienzan a ser expuestos. La película, sin adelantarme de más, termina dándole al espectador esa experiencia grata y reconfortante de la que hablaba al inicio, e incluso, creo yo, que tiene el efecto analgésico y satisfactorio de una especie de resarcimiento indirecto al daño producido por dictaduras que no fueron juzgadas y castigadas.

Argentina, 1985, está ya disponible Prime Video y en algunas salas de cine. Los invito a darle la oportunidad.

isaac.alvarez4599@alumnos.udg.mx